Cualquier
conducta que nos haga sentirnos bien, que nos proporcione placer, se puede
convertir en potencialmente adictiva.
Igualmente,
todas las conductas adictivas están controladas inicialmente por reforzadores
positivos, o sea, el valor placentero que la conducta tiene en sí, pero
terminan por ser controladas por reforzadores negativos, o sea, el alivio de la
tensión emocional (Echeburúa, 1999; Marks, 1990).
Últimamente nos enfrentamos a nuevas situaciones
potencialmente adictivas, situaciones que ya invaden nuestra cultura por
completo y cada vez su accesibilidad se generaliza entre edades más tempranas.
Y la verdad es que no hacemos mucho caso de ellas, y la actitud y el
tratamiento por parte de los padres ante ellas, no es ni mucho menos comparable
al que se da en el caso de las adicciones químicas (cocaína, cannabis,
anfetaminas, otras). Y no es que yo diga que hay que flojear o bajar la guardia
con estas últimas por parte de los padres, ni mucho menos, sino que deberemos
mostrarnos mucho más críticos con estas nuevas adicciones (compras, ejercicio
físico, Videoconsola, móvil, Internet, trabajo, comida, sexo, entre otras).
Entender que los sermones no hacen ningún efecto si no van acompañados de una
conducta que sirva como ejemplo. Que bien puede ocurrir como con el alcohol,
que por el hecho de estar tan arraigado en la cultura, no hemos sabido
reaccionar a tiempo, ni dar ejemplo los adultos, y ahora nos encontramos con
que el 95% de los niños, por no decir el todos, toman alcohol en mayor o menor
medida o situación, y a edades tan tempranas que nos asustaríamos. Y lo más deprimente, delante de sus padres,
como algo normal.
Y
esto es lo que de alguna forma está sucediendo con estas nuevas adicciones, se
están normalizando y cada vez, hay que decirlo, acuden más a las consultas de
psicología para su tratamiento por haber llegado, sin saber como, a una total
pérdida de control sobre las mismas. Digo que esto mismo es lo que está
sucediendo con estas nuevas adicciones porque poco a poco se están integrando
en nuestra cultura, están arraigando en ella tan profundamente que llegamos a
verlo como algo normal, perdiendo bastante la capacidad de discriminar entre el
límite de lo que es una conducta normal y una adictiva y peligrosa.
A
poco que pensemos sobre ello, nos daremos cuenta que estas nuevas adicciones
son lobos vestidos de cordero, de ahí su peligro, pues ¿como podemos sospechar
en un principio que el trabajo, el ejercicio físico, el sexo, las compras, Internet
o el móvil puedan llegar a ser un problema?. Es más, su tratamiento necesita un
enfoque diferente al de las drogas, pues mientras que en estas el objetivo es
erradicar por completo el consumo, en estas nuevas, no nos podemos plantear ese
objetivo, con el sexo, las compras, el ejercicio físico, e incluso el móvil o
Internet, ni mucho menos con la comida y el trabajo.
Y
sin embargo, estas nuevas adicciones son capaces de crearnos un problema
personal, laboral, social y familiar. Es capaz de destrozar lentamente todas
las áreas de nuestra vida, pues como cualquier otra adicción nos va robando
cada vez más tiempo para nuestros quehaceres y obligaciones, cada vez nos exige
más tiempo, cada vez nos envuelve más, nos hace perder el interés por todo lo
demás y nos aboca a un total descontrol sobre esa actividad. Además de cambiar
nuestro humor y nuestro carácter y separarnos cada vez más de nuestros amigos y
seres queridos. Existe una verdadera dependencia de ello y como bien decía D.
Enrique Echeburúa al principio, pasamos sin darnos a penas cuenta, de hacer esa conducta porque nos gusta ,
porque disfrutamos con ella , porque nos causa placer, a llevarla a cabo para
aliviar una tensión emocional producida ya por la dependencia, o sea a ser
esclavos de ella.