lunes, 1 de febrero de 2010

CAPACIDAD DE DISFRUTAR


La vida tiene momentos malos y momentos buenos y así debe de ser, pienso yo, porque creo que aunque se pase mal, también se aprende de los momentos malos, entre otras cosas se aprende, que no es poco, a valorar esos momentos buenos que la vida nos concede.
Sin embargo, como es normal, a nadie le apetece pasar por esos momentos malos y cuando por cualquier circunstancia hay que pasar por ellos, pues se suelen vivir con mucha angustia y displacer, dependiendo, claro está, de las diferencias individuales, o sea, dependiendo de cada persona, de su forma o habilidad para enfrentar los problemas.
Hay personas que ante los problemas y contratiempos, se vienen abajo, se hunden y entran en una espiral negativa que hace que todo pierda su valor, que nada interese. Todo aquello que antes nos gustaba y nos hacía disfrutar, ahora pierde de pronto esa capacidad y todo se torna tedioso, nada es capaz de despertar nuestra curiosidad e interés y si en algún momento y si esporádicamente llegamos a disfrutar de ello, la falta de voluntad acaba con tal iniciativa.
De los momentos buenos, no hay ni que hablar, todo el mundo sabe encajarlos, excepto algunas personas agoreras y mal pensadas que no disfrutan de ellos pensando que el que las cosas vayan bien es señal de que pronto cambiarán para ir mal, o sea, como si de un calendario maldito se tratara que de alguna manera controlase el que a un momento bueno siguiera uno malo y viceversa y así en delante de forma inexorable y mecánica.
Pero lo normal y lógico es que los momentos buenos que la vida nos depara los encajemos bien y no pensemos en lo malo que ha de venir.
En esos momentos buenos, parece que todo tiene un sentido, que no es otro que el que nosotros los disfrutemos, nuestro ánimo es expansivo y disfrutamos el momento presente sin pensar en penas futuras. Se nos hace difícil pensar en negativo y si nos obligáramos a hacerlo, rápidamente surgirían en la mente cantidad de argumentos y razones que echarían por tierra esos pensamientos negativos. El mundo parece de otro color, más brillante, más luminoso, todo se ve con más claridad y todo nos interesa, o por lo menos, todo aquello que siempre nos ha interesado, y gozamos de la voluntad necesaria para llevarlo a cabo.
Y cual es la diferencia entre una situación y otra?, entre un estado de ánimo y otro, entre la luz y la oscuridad. Pues la diferencia es la capacidad de disfrutar de la vida, que significa la capacidad de disfrutar de pequeñas cosas, pequeñas pero importantes como el despertar por la mañana y ver la cara somnolienta de tu hijo, disfrutar de un día nublado igual que de un día de sol, el olor a café por la mañana, a ozono cuando llueve, disfrutar de un plato de lentejas, o de tu trabajo, también de los momentos de ocio, de mirar al cielo y ver las estrellas, de andar por el campo y hasta tener la capacidad de disfrutar de comerte una pizza, ponerte un supositorio, reír por nada, llorar por algo, ponerte el pijama o sentarte en el suelo. Grandes cosas, pero también pequeñas cosas, actos insignificantes pero que mantienen viva esa actitud de disfrutar de la vida y en esa empresa o finalidad cualquier acto es importante, porque precisamente esa falta de capacidad de disfrute de esas cosas de la vida es lo que nos aboca a ese pozo de desinterés y desánimo que al principio hemos comentado, y por el contrario, el esforzarnos en mantener viva esa capacidad de disfrute, nos lleva directamente al estado de ánimo contrario que es nuestra propia felicidad.

lunes, 25 de enero de 2010

LA SOMBRA


Cuando llamo a esa puerta me abre una sombra, la sombra se inclina y yo la saludo,
Me doy media vuelta y huyo, ella me llama y siento su aliento,
Yo sigo adelante sin volver la vista atrás, ella se enfada y grita de rabia,
Yo me tapo los oídos y miro al frente, la sombra impotente suplica y llora,
En cambio yo río pero río de pena, por no poder mirarla a la cara y quedarme con ella,
Ella cierra la puerta y tras ella se queda, se queda sola y triste pero serena,
Yo sigo mi camino, la vida me llama, la vida me espera,
La sombra queda allí encerrada, pero atenta al camino,
para derramar sus penas sobre el próximo peregrino.

lunes, 18 de enero de 2010

CONTROL CONTROLADO


Hay muchas formas de control o muchas maneras de poner en práctica el control. Una de ellas es el controlar o tener bajo control todas las tareas u operaciones de nuestro trabajo, nada se nos escapa, todo está bien atado y funciona como un reloj. De igual manera tenemos bajo control a todos los empleados a nuestro cargo, claro está, sólo en lo que se refiere a cuestiones laborales. Este control nos hace ser más eficaces en nuestro trabajo y desarrollar mucho más, controlando de forma inteligente el tiempo que empleamos y dejando tiempo para otras aficiones necesarias también para nuestro correcto funcionamiento y salud mental. Este tipo de control de que hablamos, requiere como es natural, una buena dosis de activación y alerta por parte de nuestro sistema nervioso, a la vez de atención y concentración, pero una vez terminada la jornada laboral decae y deja paso a la relajación.
Hay otro tipo de control que es casi automático e inconsciente y es más producto de un hábito o de la fuerza de la costumbre que de un esfuerzo intelectual. Son conexiones neuronales que de tanto ser repetidas sus mensajes son totalmente sugerentes. Este tipo de control es cotidiano, de andar por casa. Es ese que hace que incluso sentado en el sillón de tu casa y medio durmiendo seas capaz de controlar quien entra o quien sale por la forma de golpear la puerta. O quien va o quien viene por el sonido de sus pasos. Quien llama al timbre por su forma de hacerlo. Que hacen y quienes hay en cualquiera de las habitaciones, por los ruidos que provienen de ellas. Y hasta quien hace pipí, por la forma de subir la tapadera del wc y el ruido que hace el chorro, más intenso o menos, más o menos fuerte, más o menos largo, etc.
Este es un control totalmente relajado para el que no hace falta activación alguna, porque se trata de ir detectando señales muy familiares e irlas traduciendo en imágenes también familiares. No nos proporciona intranquilidad, sino más bien todo lo contrario pues es señal de que todo está en su sitio, todo continua igual y ello siempre es signo de seguridad, de hecho podemos quedarnos dormidos en compañía de todos estos sonidos cotidianos y hasta se podría decir que ayudan o facilitan el sueño.
Por último y entre otros, hay un tipo de control con el que si hay que llevarse cuidado y es aquel que quiere controlarlo todo y en todo momento, el control total, el control enfermizo que comporta el deseo de controlarlo todo, en casa y fuera de ella, en momentos de ocio y en el trabajo, en días laborables o en vacaciones.
En todo momento se necesita que todo esté bajo control, pues de no ser así nos sentimos ansiosos, inseguros, con la continua sensación de que algo malo sucederá, de que algo no saldrá bien y claro, este malestar no tiene fin, es un sin vivir, pues es imposible tenerlo todo controlado, por mucho esfuerzo que empleemos en ello nunca llegaremos a estar conformes pues siempre hay algo que se nos escapa y ese algo nos crea un estado de ansiedad que nos hace la vida imposible. Existe a la vez de la necesidad de control una gran carga de perfeccionismo.
Este tipo de control exige mucha energía, siempre estamos en alerta, en estado de activación, no habiendo descanso en ningún momento. Los momentos de relajación brillan por su ausencia.

lunes, 11 de enero de 2010

RECURSOS


A veces la vida se torna monótona, cansina y hasta aburrida. Es como si de pronto se perdiera la capacidad de disfrutar de ella, tal y como sucedía hasta entonces de forma normal, sin esfuerzo alguno. Y cuesta trabajo levantarse y enfrentar el día a día, y uno desea que llegue la noche, para cerrar los ojos y descansar, en una noche larga que a veces parece como si se deseara que fuese eterna.
Y esto pasa, sucede a nuestro alrededor, le sucede a nuestros amigos, a nuestros seres queridos y unas veces nos enteramos y otras nos pasa inadvertido.
Es por eso que debe ser la persona que lo sufre quien reaccione y se apoye firmemente en aquellos que más cercanos tiene, aquellos que a veces no valoramos, en aquellos recursos que posee, en ocasiones sin darse cuenta, en su familia y sus amigos, en su entorno más cercano, en sus costumbres más queridas y más cotidianas, en sus actividades agradables de siempre, de toda la vida, aquellas que a veces desprecias por la monotonía que conllevan, pero que sin duda alguna llenan tu vida y le dan sentido.
Es imprescindible valorar esas reuniones familiares, esas conversaciones, besos, juegos, abrazos de tus hijos. Esas risas, bromas, miradas de complicidad, paseos y hasta silencios de tu pareja. Los buenos y hasta los no tan buenos ratos con los amigos, discusiones, bromas, conversaciones con más o menos sentido, más o menos serias.
Todo ello es la mejor medicina para combatir esos momentos de flacidez, de desánimo, que normalmente son pasajeros, pero que si en vez de actuar utilizando, como he dicho, esos recursos que tenemos a mano, actuamos retirándonos de ellos, dándoles la espalda, buscando la tranquilidad, la paz, la soledad, refugiándonos en nosotros mismos, conseguiremos que esa situación anómala se enquiste y se apodere de nuestra voluntad hasta el punto de caer, sin darnos cuenta, en una depresión de la que ya costará más trabajo salir.

martes, 1 de diciembre de 2009

AUSENCIAS


Estoy seco, lo intento y lo intento, pero no consigo conectar con mis ideas. Con esas ideas, esos pensamientos íntimos que a veces se desbordan ellos solos sin necesidad del más mínimo esfuerzo. Es como darle la vuelta a una jarra, y al momento el agua que contenía se derrama.

Ahora, sin embargo, por muchas vueltas que de, no sale nada, el pozo está seco, y ni estrujándolo, ni exprimiéndolo sale una mísera gota de agua. Esa agua que ya necesito para vivir porque me había acostumbrado a ella, y la echo de menos.

Se exactamente lo que sucede, el trabajo y las preocupaciones se han amontonado de pronto y la ansiedad ha hecho su aparición, provocando un bajón de la atención y la concentración, o lo que es lo mismo, mi mente se encuentra en otro sitio.

Pero también se que volveré a beber de esa agua, no se cuando, pero estoy seguro de que el pozo volverá a llenarse y se derramará.

martes, 17 de noviembre de 2009

EDUCAR EN BAJA RESISTENCIA A LA FRUSTRACIÓN


Frustración, una palabra que como muchas otras no tiene hoy en día muy buen cartel: Ansiedad, Dolor, Preocupación, Miedo, etc...
Sin embargo todas ellas son, han sido y serán, en su justa medida, parte de un arsenal de sofisticados mecanismos de defensa que automáticamente se ponen en marcha espoleados por un estímulo, una sensación, una situación o un pensamiento y mantenidos por una huella neuronal sistemáticamente reforzada por una respuesta eficaz en la mayor parte de las ocasiones.
La ansiedad nos prepara para la acción, el dolor nos avisa sobre un posible problema físico o enfermedad, la preocupación nos insta a prepararnos mejor ante una situación problemática, por ejemplo, los exámenes y el miedo, nos hace ser más cautos, sobre todo en la niñez.
El problema con estas palabras, como decía, viene cuando estas respuestas del organismo son excesivas, se dan muy a menudo, o aparecen cuando no hay estímulo provocador.
En estos casos suele suceder que el nivel de respuesta se altera y estos mecanismos pierden su funcionalidad.
Cuando estas respuestas del organismo, son interpretadas como negativas y se convierten en objeto de continua y sistemática evitación, generalmente baja nuestra resistencia a ellas y la más mínima ansiedad nos molesta, cualquier preocupación es vivida con alarma, el mínimo dolor nos desespera y nos angustia tremendamente el miedo. Esto hace que el nivel de exposición a ellas baje considerablemente debido al aumento de la puesta en marcha de la conducta de evitación provocando que en las siguientes e inevitables ocasiones en que no se pueda evitar, el sufrimiento sea mayor e incluso vivenciado como insoportable, terminando por hacernos más vulnerables y convirtiendo un mecanismo de defensa en un enemigo traidor.
Hoy en día, creo que equivocadamente, los padres educamos casi exclusivamente con el objetivo de evitar el sufrimiento, las preocupaciones, el dolor o el miedo a nuestros hijos, y claro está y no es la primera vez que lo digo, con ello estamos logrando extender la cultura del mínimo esfuerzo, de la protección excesiva, del “esto quiero, aquí y ahora” del “valgo según tengo o poseo”, del “sino tengo lo que quiero no merece la pena vivir”, en definitiva creo que los estamos educando más vulnerables, en general.
Por ello una palabra como FRUSTRACION, que es consecuencia de que algo no nos ha salido bien o algo no hemos conseguido o de que debemos de aplazar por un tiempo un premio un regalo o algo que deseamos, y que debería de motivarnos a volver a intentarlo, a perfeccionar una actuación, a aprender de los errores, etc. Se ha convertido en una situación anómala hoy en día, casi en una nueva patología que se deja ver en la niñez y si no se corrige continúa hasta la edad adulta produciendo conflictos personales y sociales.
Todos hemos sido testigos en numerosas ocasiones de la explosiva respuesta de frustración tanto en niños como en adultos: desesperación, sensación de desdicha, de injusticia, de no poder soportarlo, acompañado de una fuerte reacción agresiva o rabieta hacia personas o cosas y una potente y automática activación del sistema nervioso autónomo.
Hay una creencia muy extendida en las últimas generaciones de padres “todo lo que yo no he disfrutado, lo tiene que disfrutar mi hijo”, o “lo que yo he sufrido no permitiré que lo sufra mi hijo”, y dado que, las creencias, orientan y condicionan nuestra conducta, y esas mismas creencias, en la mayor parte de las ocasiones, están detrás de esa forma de educar proteccionista que a la larga provoca en nuestros hijos una baja resistencia a la frustración, que paradójicamente les hará sufrir mas de la cuenta, haciéndoles más vulnerables.

viernes, 30 de octubre de 2009

LA COMODIDAD DE LA MONOTONÍA


En general, el ser humano la mayor parte de las veces tiende a buscar, o está orientado, hacía lo seguro, lo que ya conoce o ha experimentado. Se siente más cómodo y seguro repitiendo ciertas acciones de la misma forma una y otra vez.

Esto nos conduce a la monotonía y a ciertos automatismos. Vamos todos los días al trabajo como robot, sin prácticamente habernos despertado, sin ser conscientes de por donde pasamos.
Un día tras otro las mismas casas, los mismos comercios, personas, la misma avenida, las mismas calles.

Intentamos evitar el estrés que la novedad nos produce, sentirnos más seguros y no arriesgar, optando por la continuidad. Nos dejamos llevar por lo fácil, la opción que por experiencia sabemos que no nos dará problemas. En definitiva, apostamos por la comodidad y el conformismo de lo ya conocido.

Y este continuismo se llega a apoderar de nuestra vida conforme se va generalizando y extendiéndose poco a poco a prácticamente todas las facetas de nuestra existencia.

Es fácil acomodarse a una vida monótona que no nos plantea retos ni problemas, evitando así la ansiedad y el estrés. Pero cuidado, porque al cabo de un tiempo y sin caer en la cuenta, esta práctica se habrá extendido a nuestro trabajo, ocio, familia y otros ámbitos de nuestra vida.

Esto nos conduce a relacionarnos siempre con las mismas personas en el trabajo, desayunar con los de siempre, aunque ya no nos apetezca, seguir la misma rutina un día y otro en las tareas del trabajo y tener siempre la mesa del despacho, el aula, o el puesto de trabajo, sea cual sea, ordenado de la misma forma.

De igual modo nuestro ocio se convierte en algo vacío y programado. Vamos siempre al mismo lugar a tomar café, tenemos un lugar fijo para almorzar y otro para ver el fútbol. Buscamos muy a menudo la misma compañía y elegimos siempre los mismos actos públicos, sintiendo cierto recelo o temor de ir por primera vez al teatro, concierto de rock, o a una charla- coloquio. Hay que ver lo que cuesta esa primera vez.

En cuanto al apartado familiar, tendemos también a repetirnos, nos sentamos a ver la tele en el mismo sitio y con la misma perspectiva, al igual que para comer y cenar solemos sentarnos en el mismo lugar. Incluso el papá y la mamá en la cama también tienen su sitio fijo, uno a la derecha y el otro a la izquierda. La distribución de la casa y de los muebles tampoco suele variar, y así podría continuar enumerando otras situaciones o acciones durante páginas y páginas, pero prefiero invitaros a que continuéis vosotros mismos.

Y sin embargo esa no es que sea la mejor gimnasia para nuestro cerebro, sino todo lo contrario, más bien sería la antiestimulación de éste.

En la actualidad se sabe con certeza que una de las maneras de mantener nuestro cerebro en forma es precisamente haciendo lo contrario, ósea, evitando la monotonía o conductas repetitivas.

El cerebro humano tiene una plasticidad enorme y una capacidad de conexiones neuronales o posibilidades de acción casi infinitas. Cada nueva experiencia, cada nueva situación, acción o emoción, aunque no sea totalmente novedosa, sino que varié en algo, posibilita nuevas conexiones neuronales, nuevos caminos abiertos, nuevas posibilidades u opciones de respuesta para el futuro, nuevos recursos.

Claro está, son conexiones que si no se repiten se perderán de nuevo. Al igual que se han ido perdiendo a lo largo de la vida aquellas que hemos ido dejando de lado y no utilizando a causa de la monotonía. Monotonía al usar siempre el mismo camino o lo que es lo mismo hacer siempre las mismas cosas. Es esa tendencia que hace que andemos más cómodos por la senda más usada o pisada ( conexiones neuronales más utilizadas ), pero al mismo tiempo hace que nuestro cerebro se acomode y no rinda como debiera al no poner en práctica los recursos que posee o de que es capaz.

No es cierto, como hasta hace poco se pensaba, el que las neuronas no se regeneren, que sí lo hacen. Pero además no es tan importante el número de neuronas, que siempre serán suficientes, sino más bien el número de conexiones que se establezcan entre ellas. Y ello depende directamente de nosotros mismos, de que seamos capaces con nuestro estilo de vida en el trabajo, en nuestro tiempo de ocio, en las vacaciones, en la intimidad familiar, en las relaciones sociales que establecemos, de romper con la monotonía y buscar situaciones diferentes, cambiar la forma de abordarlas y variar nuestro comportamiento.

Es tan sencillo como, hacer ciertas cosas, que no solemos hacer normalmente, con la mano izquierda, utilizar el olfato y el tacto más de lo que lo solemos hacer, cambiar la distribución de nuestra mesa de despacho o cambiar de calle para ir al trabajo.

A todos nos causan ansiedad e incomodidad las situaciones nuevas, pero pensemos que precisamente dejan de ser nuevas cuando las repetimos una y otra vez. La ansiedad que estas situaciones nos causan al principio es totalmente normal y con toda seguridad soportable si nos lo proponemos. Que no sea esta ansiedad el obstáculo hacía la búsqueda de situaciones y conductas nuevas con que romper con esa monotonía.