miércoles, 17 de diciembre de 2008

MI SENSIBILIDAD


Si pierdo mi sensibilidad, ¿qué me queda? Un largo y frío invierno, un prolongado letargo, emoción sin consciencia,un rostro inalterable y un alma muerta.


Me encanta mi sensibilidad, me gusta emocionarme. Que los ojos se me llenen de lágrimas, que se me encoja el corazón hasta que su tamaño sea emocionantemente pequeño. Que los párpados no den abasto a desviar las lágrimas de los ojos y que se humedezcan, que se empapen. Que el vello del cuerpo se ponga de punta y que el corazón ó lo que quede de el, dé saltos de emoción dentro del pecho.

Me cautiva, me entusiasma mi sensibilidad, el suspiro que se escapa, las lágrimas que caen, la mueca en el rostro, la respiración entrecortada, y la mente aturdida.

Llorar a lágrima viva, gritando de pena o de emoción, ¿porqué no? Hay algo más digno que llorar mirando a la cara a la pena, la emoción a flor de piel, el corazón rendido de amor, por el amor perdido.

No es falta de valor o flojera, no es debilidad, solo es sensibilidad a flor de piel. No hay porque sentir vergüenza, no hay porque esconderse, cuando la vena sensible aflora, con la cara bien alta hay que dar las gracias a la naturaleza y aceptar los sentimientos que en ese momento asoman.

Si el hecho de ser sensible te avergüenza, te avergüenzas de tu propio ser, de tu naturaleza, y ella a veces necesita derramarse sobre tu cara, sobre un pañuelo o sobre una hoja escrita. Cuantas sensibles poesías, cuantas canciones escritas, cuantos cuadros imaginados y cuantas espectaculares sinfonías se han creado con lágrimas en los ojos y el corazón desnudo. Si renegamos de nuestra sensibilidad, renegamos de todo ello y eso sería un fraude, una estafa a nuestro pensamiento.

A veces lloro con un cuento, con una película o un texto, por muy sutil que parezca, no aguanto más y me estremezco. Es algo espontáneo, sincero y delicado, es algo que es difícil simular, pues si simulando consigues ese estado, duda de ello, porque ni es sincero, ni espontáneo, ni verdadero, sólo es un reflejo inadecuado de un sentimiento que deberías haber guardado. Porque de nada vale una sensibilidad simulada, si no sale del corazón, ni es emoción ni es nada.

Es mi tesoro mejor guardado, es mi secreta arma contra la desesperanza, la tristeza y la falta de ilusión. Es el antídoto contra la desidia, el aburrimiento, la monotonía y el día a día. Es mi medicina del alma, es mi alegría.

viernes, 12 de diciembre de 2008

DERECHO A DESCONECTAR


Derecho a desconectar,
es mi derecho.
Derecho a no importunar,
con mis pensamientos.

Si no puedo desconectar,
porqué me quejo.
Si es mi responsabilidad,
Y no la acepto.

Cuando desconecto,
mi mente vuela,
al universo y allí me espera.

Allí se encuentra con otras mentes,
mentes abiertas del mundo entero.

Derecho a desconectar,
a dejar mis neuronas volar,

Derecho a desconectar,
y a mis pensamientos descansar.

Derecho a desconectar,
a seguir soñando con el mar.

Cuando desconecto me siento ligero como una pluma,
ágil como una gacela y profundo como el mar.

De esa profundidad sobrecogedora que te invade el ser,
y te otorga el poder de la clarividencia, de mente clara,
para poder ver tu vida, para poder ver tu muerte.

Si desconecto me apago poco a poco,
me alejo cada vez más del mundo,
Del ruido, del no parar, del no sentir y siento.

Soy todo sentimiento, soy capaz de sentirme hasta yo mismo,
Sentirme completo y de una vez; no deslavazado y por partes,
No desintegrado y a trozos.

No es fácil desconectar si no te quieres,
Pues cuando desconectas te encuentras a solas contigo mismo,
no es fácil desconectar si no te aguantas,
pues tus múltiples caras no te dejarán concentrarte.
Aunque te sientas roto y destrozado, mírate cara a cara,
una completa y la otra a trozos, rota,
siéntate frente a frente con tus miserias,
y piérdete en los ojos limpios y profundos de dos mentes desconectadas.

Es fácil reírse en su propia cara, pero ese es un mal comienzo,
ahora desconectado del mundo tienes la ocasión,
de recomponerte como un puzzle,
pues pronto abrirás los ojos y la mente se cerrará
y habrás perdido ya tu oportunidad.

viernes, 5 de diciembre de 2008

FUEGO SEDUCTOR


Yo vivo la lumbre con pasión, la miro, la huelo, me dejo acariciar por ella, la abrazo y así me quedo fundido en un tierno y cálido abrazo toda la noche, hasta el amanecer.

Siempre me ha inquietado el poder de seducción que tiene un buen fuego. Y hablo, claro está, de un fuego al calor del hogar, y no del devastador poder de seducción que tiene el fuego para el pirómano traidor, que después de prender la mecha, se queda extasiado observando complacido el poder destructor de las llamas en el monte.

Me refiero a una calentita y acogedora lumbre en el seno del hogar.

Desde muy pequeño el mirar al fuego era algo que me absorbía, me hipnotizaba, incluso cuando pensaba que caía derrotado por el sueño dado a la calidez del momento, había algo que no me permitía cerrar los ojos y dejar de mirar la lumbre.

Por momentos no sabes si eres tu quien mira al fuego, o es el fuego el que te mira a ti, el que se apodera de tu voluntad y el que se te mete muy adentro, llevando la paz a tu mente y a tu cuerpo. El observar atentamente una lumbre provoca una paz densa, tan densa que se puede cortar con un cuchillo. Provoca una paz que sobrecoge y facilita recuerdos, remotos recuerdos que te vienen a la mente, posiblemente como retazos de otras muchas veladas junto a la lumbre.

Porque una lumbre, si tuviera memoria, podría contar millones de historias, de cuentos, de leyendas, que ascentralmente se han consumido al calor de la lumbre. Podría contar infinidad de ilusiones y proyectos desvelados al lado de una lumbre, así como, un sinfín de chismes, palabras y promesas de amor hechas al abrigo de un buen fuego.

Cuando la lumbre se siente apreciada, querida, te devuelve agradecida con calor tu afecto. Tú la mueves a un lado, a otro, con cuidado, la atizas con arte y le das aliento y ella se aviva y brota de sus cenizas, se crece para así devolverte tus mimos con calor y alegría. Pero si por el contrario, la lumbre no siente esa cercanía, esa familiaridad, esa afinidad, por más que papel le eches y por más que le soples no sacarás nada de ella, sólo cenizas, polvo y humo.

Cuando te sientas frente a una lumbre el tiempo pasa lentamente, como si no tuvieras prisa por nada, la palabra estrés pierde todo su significado y nos relajamos incluso sin quererlo. La respiración se hace mucho más lenta, los músculos se sueltan, se tornan blandos, se relajan y el pensamiento se enlentece a la vez que se abre mostrando una mayor claridad y capacidad de concentración. En ese momento todo se saborea y se disfruta más: un buen café, o un chocolate, un licor o un buen puro, un buen libro o una plácida conversación.

Y no digamos del típico olor de lumbre, olor a lumbre, olor a hogar, olor a abuelos. La cantidad de recuerdos que pueden acudir a la memoria avivados por ese olor a lumbre, recuerdos de antaño. Recuerdos ya enterrados y olvidados en lo más oculto de la memoria a largo plazo, de pronto son recuperados con una fuerza vital como si nada ni nadie pudiera evitar o taponar esa hemorragia de recuerdos que la memoria emocional guardaba con cariño en sus archivos y que ahora ante el estímulo presentado recupera con ansia emocional.

Yo vivo la lumbre con pasión, la miro, la huelo, me dejo acariciar por ella, la abrazo y así me quedo fundido en un tierno y cálido abrazo toda la noche, hasta el amanecer.

Al calor de la hoguera se han estrechado lazos familiares, se han forjado grandes amistades, porque la lumbre invita al desahogo, invita a sincerarse. Es como si te exprimiera en el intento de sacar fuera todo ese pus que producen los sentimientos enquistados, tragados pero no digeridos.

Al calor del fuego se ha socializado la humanidad. A partir del hallazgo del fuego, el hombre comenzó a sentarse alrededor de el y ha crear lazos de amistad y de apego con sus congéneres hasta convertirse en un rito social.

En definitiva, el fuego nos acompaña desde los comienzos de la civilización, siendo en momentos pieza fundamental en nuestra existencia, será por ello el gran poder de seducción que ejerce sobre nosotros.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

DIA INTERNACIONAL DE LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD


3 de Diciembre de 2008, día internacional de las personas con discapacidad.


El 3 de Diciembre se celebra el Día Internacional de las Personas con Discapacidades. El tema para el año 2008 es "Convención sobre los derechos de las Personas con Discapacidad: Dignidad y Justicia para todos".


La celebración anual, el 3 de diciembre, del Día Internacional de las Personas con Discapacidad tiene por objeto sensibilizar a la opinión pública sobre las cuestiones relacionadas con la discapacidad y movilizar el apoyo a la dignidad, los derechos y el bienestar de las personas con discapacidad. También se propone promover la toma de conciencia sobre las ganancias que se derivarían de la integración de las personas con discapacidad en todos los aspectos de la vida política, social, económica y cultural.


Yo soy Director-Gerente de una Asociación de personas con discapacidad Intelectual. Que atendemos a unos 150 personas de diferentes edades, desde que nacen hasta que mueren en diferentes servicios o centros , y tengo que reconocer que en el mucho tiempo que llevo trabajando con ellos, con toda seguridad, me han aportado mucho más ellos a mi, que lo que yo le haya podido aportar a ellos. Reconozco que este trabajo, me ha hecho feliz y quiero agradecérselo.

lunes, 24 de noviembre de 2008

ME RIO YO DE LA CRISIS


Hay peor crisis que la crisis del alma. Alma Social. Crisis sumergida, escondida, que aún no ha mostrado sus fauces crueles y destructoras. Crisis traidora.



Nos preocupa la crisis, ¿pero qué crisis? La crisis del Real Madrid, del Barca, la crisis bursátil, la crisis económica o de la construcción….

Todas ellas me parecen irrisorias, me parecen una falsa alarma, una broma, ante la crisis que verdaderamente me preocupa y creo nos debe preocupar a todos.

¿Hay crisis más profunda que la crisis personal, crisis de valores, crisis de la sociedad en general? Y esta crisis no es una moda, no es flor de un día, no parece que sea pasajera, pues lleva con nosotros ya muchos años instalada. Otra cosa es que no lo veamos o no queramos verlo. Porque también puede ser eso, una estrategia, en este caso la estrategia del avestruz, meter la cabeza en un agujero y cerrar los ojos al mundo, cerrar las ventanas a la cruda realidad, no querer darnos cuenta de lo que en realidad está sucediendo lenta pero insidiosamente, como una gangrena, gangrena que va poco a poco destrozando la sociedad, insensibilizándola, endureciéndola y haciéndole mirar a otro lado, ante la pérdida de una serie de valores que de siempre han sido los pilares que han sustentado la sociedad y que podríamos enumerar, pero creo que es mejor reflexionar que enumerar, cosa que cualquiera puede hacer, reflexionar sobre ello, porque esos valores están todavía dentro de nuestras cabezas y de nuestros corazones. Aunque estén recubiertos de polvo y olvidados en el desván de nuestra mente, sólo es cuestión de pasarle un trapo y sacarle brillo.

Respeto, honestidad, compañerismo, comunicación, vergüenza, responsabilidad, convivencia, solidaridad, tolerancia, humildad……

Esto si que está en crisis profunda, que nos lleva a no inmutarnos por nada, a que nada nos atormente, a todo se arreglará, a que cada cual aguante su vela, a no meternos en la vida de los demás, a que nada sepan de mi vida aunque viva puerta con puerta. Y así podría continuar con una lista interminable de desaciertos y desatinos incomprensibles que nos abocan a que a nadie le importe si oye gritar a su vecina y pedir auxilio, o si vemos a unos niños insultando y pegando a otro en la calle, o que nos quedemos en meros comentarios superficiales y morbosos cuando un niño/a se tira desde un balcón, sin preguntarnos que implicación, que responsabilidad tiene la sociedad en general en esos hechos, que implicación tenemos nosotros como miembros de la sociedad en esos hechos, que podemos hacer para cambiar esos hechos. Reflexionando de forma adulta y madura y no escondiendo la cabeza como el avestruz una vez pasada la movida mediática del momento.

Ahora estamos muy afectados por la crisis económica, cuando la mayor parte de la población mundial sufre esta crisis continuamente, desde que nacen hasta que mueren. Corren chorros de tinta sobre esta crisis, infinidad de programas dedican todo su tiempo a la crisis por la que pasamos. Pero nadie habla de la “megacrisis del alma social” o alma de la sociedad, de esta sociedad en la que estamos inmersos, sociedad que está seca, que está muriendo poco a poco.

¿Y que será de ella cuando ya no tenga alma?

Cuando el alma colectiva ya no exista, cuando no tengamos ya ningún referente ¿Qué será de nuestras solitarias almas individuales? Pues sencillamente, cada una irá a lo suyo, será una guerra solitaria del ser contra el ser, ni padres, ni hijos, ni amigos.

jueves, 20 de noviembre de 2008

AYER PENSABA


El pensamiento es libre y nadie lo puede encerrar,
es el sol, es el viento, es la nieve o una canción.
Es la música o un lienzo, es un libro o una rebelión.

Ayer pensaba en mi vida y por más que por ella navegué, no sentí el temor de una tormenta, ni miedo a naufragar. Quizás la memoria me falla o quizás la mente me engaña, de una u otra manera, el pensar en mi vida fue, un viaje largo y tranquilo que pienso algún día repetiré.

Ayer pensaba en mi mismo y conmigo a solas me quedé, estuve un tiempo callado pues no sabía de que hablar, por fin se me ocurrió una pregunta, ¿Qué piensas tu, de mi vida? Entonces comencé a cantar.

La canción no me desagrada, aunque tal vez éste me engañó, pero si de un engaño se tratara, peor para él, pues él mismo se engañó.

Ayer pensaba en mi muerte hasta que me sobresalté, al ver la muerte de cerca de tanto que me concentré. Digo yo que si tanto me concentré, será porque no le temo y la verdad es que no sé, que es lo que hay que temer:
Si cuando ella llegue yo ya me habré ido y no la conoceré, y mientras yo siga aquí ella ausente estará.

Parece que lo que de verdad tememos es, no la muerte, sino el sufrir. Morir sufriendo de pena es la peor forma de morir.

Ayer pensaba en el más allá y hasta el último confín llegué, claro que fue con el pensamiento y con éste hemos de saber, que a veces imaginamos cosas, que no siempre pueden ser.

A veces imagino un edén, un mundo eterno y feliz. A veces imagino un submundo, lleno de odio, guerras y terror, y a veces solamente pienso, que con mi pensamiento puedo estar en mi vida, en mi mismo, en mi muerte y más allá.

Porque no hay mayor don, que el don de poder pensar en lo que uno estime y desee pensar, siempre que sea con absoluta libertad.

El pensamiento es libre y nadie lo puede encerrar, es el sol, es el viento, es la nieve o una canción. Es la música o un lienzo, es un libro o una rebelión.

lunes, 17 de noviembre de 2008

SOL DE SOLEDAD


A veces la soledad me recuerda al sol, sol que no puedes mirar de frente, de tu a tu, porque si lo haces, te quemas. Debes mirar de soslayo, como el que quiere estar solo, pero no en la más absoluta soledad.

Como aquel que se dispone a tomar el sol, pero se protege de una insolación. Porque lo peor no es la soledad, sino el eco de mi propia soledad, cuando esa soledad se asoma a mis adentros y martillea con fuerza mis tímpanos, cuando la palabra solo se me clava como un dardo en el alma y la envenena haciendo que se pudra poco a poco.

Porque una insolación de soledad no es buena, se nos encoge el alma, se nos enrojece la piel y llora, llora amargamente por los poros. Los poros se abren dejando escapar la soledad a chorros.

Y cuando uno llora tanto es porque se siente muy solo, pero solo de verdad, solo de insolación, de tomar el sol con rabia, de rabiar de pura insolación.

Lo bueno sería que uno eligiera sus momentos de insolación, porque así debería de ser, así la insolación duele menos, es una insolación elegida, deseada, tal vez añorada.

¿Porqué no?

A quién no le ha apetecido, a veces, mirar al sol a la cara y con la cara enrojecida, los ojos inundados de lágrimas y el corazón roto, gritarle, ¡ aquí estoy, a solas ante el sol! Y no le tengo miedo, pues cuanto más miedo le demuestro, más solo me siento. Así el sol parece que quema menos, nos duele menos cuando lo aceptamos y elegimos quedarnos a solas con él, incluso cuando es de noche.

Porque aunque nos parezca extraño, el sol nos agobia más de noche que de día.

Cuando la luz se apaga y nos quedamos a solas con el sol, entonces es cuando más echamos de menos alguien que nos consuele, nos de cobijo, que nos anime y nos saque de esa enorme soledad, de nuestra inmensa insolación.

Porque la almohada es mala compañera de la soledad, la almohada traidora nos deja descansar la cabeza por fuera, por eso se llama cabecera, sin embargo por dentro nos desata una tormenta, tormenta interior que nos inquieta, y nos altera, altera nuestra mente, nuestro corazón y nuestra conciencia. Y en la soledad todo se magnifica, todo se exagera. Un pequeño problema se nos antoja desastroso, catastrófico, nos encontramos a merced de esos pensamientos negativos y de soledad, donde la soledad se acrecienta hasta convertirse en aislamiento, incomunicación. Se abren las puertas mismas del infierno para quemarnos del resplandor, de insolación.
Soledad, profundo vacío, que cuando miro hacía mi interior no veo nada, sólo un inmenso desierto de arena, arena seca, residuo polvoriento de lo que en otros tiempos fue frondoso jardín. Arena triste, arena seca de lágrimas, seca de vida, donde te sientes desguarnecido y atrapado en una red que te vuelve indefenso, sin recursos, sin motivación, sin interés, sin confianza.

Maldita soledad, espasmo perverso que convulsiona mi vida y hasta mi muerte haciéndome pensar en ella como si una luz salvadora fuera, cuando lo que es se demuestra en hábil fraude y tremendo engaño, que sin piedad alguna a tu final te guía.

Maldita soledad, tremenda quietud, absoluto silencio. Que cuando más le temes, más te envuelve, te acaricia, te acuna en su regazo y te aísla sin compasión hasta hacerte cerrar los ojos al mundo. Hasta que el corazón se encoge mordiendo el polvo de la derrota desangrándose a solas sin decir nada, sin quejarse, sin defenderse.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

DEJAR LA MENTE EN BLANCO


Dejar la mente en blanco.

Dejar las neuronas quietas.

No pensar en nada.

¿Es posible no pensar en nada?

Si pensamos que no estamos pensando en nada, ya estamos pensando en algo.

Más bien, es no pensar activamente en nada en concreto. Pues pensar en un recuerdo placentero, por ejemplo, en algo que te evoque sensaciones de tranquilidad y paz, imágenes que vayan pasando lentamente por la mente y que saborees como un buen vino; subiéndolas al paladar del cerebro, oliéndolas con las neuronas olfativas y tragándolas hasta lo más profundo de la mente. Eso no es pensar, o por lo menos ese pensar no pesa, no se atraganta, se digiere fácil. Eso es dejar la mente en blanco.

Lo que cuesta, son esos pensamientos pesados, preocupados, necios, que se te agarran al paladar, te sacian el olfato y te duele lo más hondo de la mente. Esos pensares, se repiten como el chorizo y producen un eco que puede llegar a volverte loco.

Por ello, hay que tener un buen estómago, capaz de aguantar una pesada digestión de pensar, porque días malos los tiene cualquiera y una mala digestión es manejable, se pasa como sea y ya está. Pero cuando ésta se repite un día si y otro también, no hay estomago que lo aguante.

En estos casos hace falta un omeprazol que nos proteja, aunque en la indigestión de pensamientos negativos del neocortex no hay pastilla que nos alivie.

Cuando dejo la mente en blanco, me sobrecoge la calma, se me abren los sentidos, es el momento de sentir. Es el momento de la nada, de la quietud del espíritu, de la quietud del alma.

Entonces en ese estado, resuena mi respiración, resuena mi corazón, mi hígado, mi páncreas. Es el momento de resonar de mis adentros, es como si me arremangara como un calcetín. Lo de dentro sale a la luz y lo de afuera se adentra. Es momento de recogimiento, de recoger aquello que normalmente no recogemos, es momento de cosechar, de cosechar deseos, sueños y atardeceres.

Y así podríamos estar días y meses, hasta que un golpe de realidad nos devuelve al mundo de las preocupaciones, del descontrol, de las prisas, del caos. Y entonces el dejar la mente en blanco se confirma como algo deseable, adictivo, que anhelamos todo el tiempo hasta que volvemos a entrar otra vez en esa deseada dimensión.

Dichosos los que pueden dejar la mente en blanco.

Dejar la mente en blanco no es la nada, no es una puerta cerrada, no es una vela apagada.

Cuando dejamos la mente en blanco, todo está en movimiento, todo está vivo, palpitando, pero es una actividad distinta, menos nerviosa, como si fuéramos a menos revoluciones.

Y quien dice que eso no sea lo natural, lo que nuestro yo busca y lo que nuestro tu desea de nosotros. Quien nos asegura que no es esa nuestra auténtica realidad, y la otra dimensión una horrible pesadilla.

lunes, 3 de noviembre de 2008

EL PESO DE UN DESENGAÑO


Cuando desperté y me incorporé de la cama, no me lo podía creer, algo extraño estaba ocurriendo. No me sentía el mismo, todo, o mejor dicho, yo parecía diferente.
Sin embargo todo estaba igual. La estufa de leña encendida, la mesilla de noche con el cajón abierto. Todo tal y como lo recordaba y todo revuelto. La mesa sin quitar, donde se podían ver todas las sobras de la cena, una cena inolvidable, en la que yo había puesto todas las esperanzas de volver con ella de nuevo.
Las velas consumidas en su desesperación, y sus lágrimas amontonadas en la base. Tabaco, colillas de todos los tamaños, vasos, botellas vacías, fue una larga noche. Una noche que comenzó bien, con besos, palabras de esperanza y caricias, pero terminó con lágrimas, lágrimas de desamor.
Levanto la mirada y veo el sofá, amplio, confortable y esperanzador; veo las mantas que abrigaron mi deseo, pero no el suyo.
Y aún oigo la música, que caldeó el ambiente en un principio, y heló mi corazón al final.
Y por fin, mi vista se cruza con la puerta, esa puerta que me abría mi destino, mi futuro y que más tarde dio paso a mi desesperación.
¡Maldita puerta!
Todo estaba igual y como recuerdo haberlo dejado antes de caer dormido. Sin embargo, yo no me sentía el mismo, esa sensación no me la podía quitar de la cabeza.
A pesar de la gran decepción de la noche anterior, no me sentía triste, y la profunda desesperación que recordaba de la noche anterior, había desaparecido. Ahora sentía paz, estaba tranquilo y no había señal de emociones negativas. Me sentía como en una nube, yo diría que incluso feliz, como si me hubiera quitado un peso de encima.
Pero sentía a la vez mucho frió, a pesar de que la estufa estaba a tope, un frió profundo, un frío que me calaba hasta el alma. Era como un escalofrío.
Intenté levantarme de la cama y no podía, no podía porque ya estaba levantado. Levitaba a dos metros de la cama y todo el paisaje de mi casa lo veía desde arriba.
Traté de tocarme el cuerpo, la cara, las piernas, pero mi cuerpo físico no estaba.
Me asusté y busque por toda la casa una explicación, y no tardé en encontrarla. Entonces lo comprendí todo, en el cajón de mi mesilla de noche, entre los papeles revueltos, el tabaco, llaves, encendedores, relojes y otros objetos inservibles, pude ver los dos tarros de pastillas, unas para dormir y los antidepresivos. Los tarros estaban abiertos y vacíos y un vaso roto en el suelo en medio de un pequeño charco de agua.
Entonces supe como había terminado la noche.
Entonces supe lo que pesa un desengaño.

martes, 28 de octubre de 2008

MIRO MI VIDA


"Mi vida es mía y no te la voy a dar,
arráncamela si puedes, pero tu trabajo te va a costar"
Miro para adentro
Me gusta mirar,
Mirar hacía el abismo
Y sin pensarlo saltar.

Saltar no me asusta
Lo que me asusta es no estar,
No estar a la altura
De lo que mi vida me da.

Si un reto aparece en el horizonte
Mi alma en el empeño he de dar,
Porque lo que me asusta no es saltar
Si no ignorar que tengo que saltar.

La vida es un gran salto
Con el que tratamos de llegar,
A tocar el cielo y volver
Volver rozando las nubes blancas,
Y los nubarrones esquivar.

Nubes blancas, nubes negras
Que como figuras de ajedrez,
La vida te va poniendo delante
Para que a tu estilo las juegues.

Cierto, que es un difícil reto
Cierto, que a veces te sientes solo,
Pero tu vida es sólo tuya
Y nadie la puede vivir por ti.

No la desperdicies, no la tires, ni la humilles
Trátala con cariño y delicadeza,
Como si el amor de tu vida fuera
Y ella, no lo dudes,
Te lo devolverá haciéndote sentir su grandeza.

viernes, 24 de octubre de 2008

LA AMISTAD


Si quiero sentir una amistad. ¿Quién me lo va a impedir?, mi amistad es mi sentimiento más hondo, mejor guardado y menos traicionado.

Si tu quieres quebrarlo, te va a costar, tendrás que retorcerlo, partirlo y hacerle sangrar hasta dejarlo seco.



La Amistad es una habilidad que se aprende y que está al alcance de todos, no es ningún contrato que encorsete nuestras relaciones sociales y nos obligue de por vida, es imposible imponerla porque es un espíritu libre.

Se debe cultivar día a día, aunque una vez arraigada sobrevive al tiempo, al espacio, a la crítica destructiva y a los insalvables desengaños propios de la condición humana.

Es objeto de envidias por quienes reconocen su valor pero se les niega el conseguirla, quizás por su mal entendido concepto de amistad.

Es altiva, como quien es sabedor de poseer el mayor tesoro del mundo y se siente orgulloso de ello; es algo que se disfruta sin necesidad de que esté presente el objeto de amistad, se disfruta recordando, contando a otros, sintiéndose correspondido.

Se muestra débil al principio e invulnerable después, como el vino que mejora con el tiempo. Es algo totalmente emocional, por lo cual se puede llegar a morir, y a la vez terapéutica en momentos de apuro o depresión.

En muchas ocasiones mal entendida, manipulada y mal practicada; en otras ocasiones sofocada por un excesivo sentimiento de posesión. Traicionada por intereses materiales por personas incapaces de entender su verdadero significado.

La amistad supera en ocasiones los lazos familiares, pues toda relación necesita del roce, del día a día; cuando la amistad es madura, todo se perdona, todo se licua y se racionaliza.

Hay algo más incongruente que dos amigos enfrentados entre ellos y a sus propios sentimientos, a sus propias emociones. La amistad se alimenta de la constancia emocional, aún pasando los años los amigos se reconocen, ese poso emocional perdura al tiempo y ese recuerdo mantiene viva esa amistad.

Insisto, la amistad es algo que se aprende, pero para aprender a ser amigo hay que practicar, y hay personas que por una u otra causa no lo practican.

Hay personas tímidas, retraídas, desconfiadas, excesivamente egoístas, solitarias, compulsivas con el trabajo, posesivas, inconstantes, interesadas y muchos otros rasgos que coartan el inicio y sobretodo el fortalecimiento de una amistad.

Posiblemente esas personas desconfiadas, egoístas, interesadas, posesivas, etc. Lo sean como resultado de sus experiencias pasadas. Por ello es conveniente reevaluar e ir poniendo al día esas experiencias que han dado como resultado ciertas creencias, actitudes y conductas posteriores, pues es posible que hayan quedado obsoletas y nos sean actualmente desadaptativas.

Puede ser que la relación con los demás no haya sido gratificante en el pasado, en la niñez o adolescencia y eso nos haya hecho ser desconfiados y suspicaces más tarde como medida defensiva, pero quizás en el momento presente y en las circunstancias actuales nos estemos dejando llevar por esa actitud y conducta aprendida y esta nos esté abocando sin darnos cuenta a una desadaptación social, laboral y/o personal.

O, al contrario, que nuestras experiencias pasadas hayan sido excesivamente condescendientes, protectoras y espléndidas, sin pedir nada a cambio y ello nos haga creer que toda la vida va a ser igual y que tenemos derecho a todo, a recibir continuamente y por consiguiente nuestra relación con los demás sea egoísta y posesiva.

Por ello es bueno ser flexible y estar siempre abierto al cambio y reevaluar nuestras experiencias y volver a reexperimentar y volver a actuar en consecuencia. La rigidez es mala consejera, nos lleva a seguir ciegamente los dogmas, las creencias, aunque a veces choquen con la realidad, con nuestros intereses.

La amistad, como cualquier otro tesoro de nuestra existencia: el amor, el cariño de los hijos, el respeto, la empatía, el respeto hacía uno mismo, hay que ganárselo con mucho esfuerzo y constancia durante toda la vida, pues son los únicos valores que nos harán sobrevivir al tiempo, ganar esa batalla por perdurar, por no morir. Sin embargo muchas personas toman otros caminos equivocados para conseguir ese fin.

Saber hacer amigos y conservarlos lo es todo, te enseñan todo lo que es necesario para desenvolverte en la vida, la lealtad, la comprensión, la seguridad, la confianza en ti mismo, la fortaleza, la constancia, la capacidad de dar sin esperar nada a cambio. Te hace desarrollarte y crecer personalmente, te fortalece interiormente y hace crecer tu autoestima, pues solo el que la posee sabe lo que tiene y se siente orgulloso de sí mismo por ello.

miércoles, 15 de octubre de 2008

METAFORICAMENTE HABLANDO "EL CUARTO OSCURO"





Soledad engañosa, oscura soledad, que cuando más acompañado crees que estás, más solo por dentro te encuentras. Solo y vacío hasta retorcerte de dolor, sin saber que es dolor lo que sientes, dolor por tu inmensa soledad, eso es lo que sientes.



Tengo un cuarto oscuro que oscurece mi vida, que hace mi vida más cutre y ensombrece mi pensamiento, maniata a mis neuronas y provoca que estas se acomoden, se acansinen, se amodorren y se infecten de ese virus putrefacto que es la monotonía, el dármelo todo hecho.

Ese cuarto oscuro debería mantenerse siempre oscuro, pero no, a veces se convierte en cuatro, en cinco, en seis, en tres, Sin contar con las consabidas uno y dos, o primera y segunda, al servicio del mandón de turno. Y estos nefastos dígitos o guarismos, se convierten en basura que abocamos encima de las jóvenes e inmaduras neuronas filiales sin la más mínima inquietud o asomo de remordimiento, prueba de que ese cuarto oscuro nos ciega por dentro, nos ciega en las entrañas, en los estómagos, en los corazones, en las morales, en las conciencias.

Es un incordio que se instala en nuestra casa, entre nosotros, y nos desmiembra, nos descuartiza y hasta nos desmenuza sin piedad. Se inmiscuye en nuestras conversaciones y provoca polémicas disputas. Es un asco.

Majestuosamente presente en el centro de nuestra más íntima intimidad, el cuarto oscuro está incómodamente presente en cada uno de los momentos importantes de nuestra vida, recordándonos nuestro carácter caduco y su desprecio por la vida, su poco interés por ella, como un reflejo oscuro de la realidad.

Su vida oscura, deja de serlo para vomitar un retrato irreal, sin sentido, una colección de imágenes impersonales, de hechos vacíos, de momentos rotos, de tiras de peligrosas mentiras que aún así, provocan bocas abiertas, ojos ensangrentados, caras de esas, falta de sueño, y de vez en cuando, lluvia en los ojos, pellizcos en el corazón, bullir de neuronas, carcajadas y colosales e inesperadas erecciones.

Soledad engañosa, oscura soledad, que cuando más acompañado crees que estás, más solo por dentro te encuentras. Solo y vacio hasta retorcerte de dolor, sin saber que es dolor lo que sientes, dolor por tu inmensa soledad, eso es lo que sientes.

Solo en el cuarto oscuro, solo en medio de la nada. Aunque te cuenten que existes, estas muerto, todos están muertos y luego reviven y vuelven a morir. Viven de ello, de vivir, morir y volver a vivir en una próxima película, película de vida y vida de película, o sea, de mentira. Porque en el cuarto oscuro nada es realidad, todo es ficción, hasta lo que cuentan está adornado, adulterado. En ese cuarto oscuro se vive con los ojos cerrados, ciego, sin imaginación, sin vida propia.

Cuando la habitación está completamente a oscuras es cuando mejor me siento. Esa ausencia total de luz me inyecta paz. Que difícil es conseguirse un chute de paz en estos tiempos, de esa paz y tranquilidad que te invade hasta los huesos, de esa mansedumbre en la sangre, de esas carnes quietas, blandas, relajadas y de esas malas ideas ausentes.

Así de distendido y laxo me siento cuando la habitación oscura y superflua está muy oscura y muda, como muerta, cuando sólo es un mueble, lo que siempre debería haber sido.

¿Entonces, porqué esta inquietud por dentro, porqué este desasosiego, porqué esta necesidad, este impulso, de entrar de nuevo en el cuarto oscuro?

El cuarto oscuro llega a poseerte, a raptarte y no sólo tu cuerpo físico, sino también tu mente: tu imaginación, tu inteligencia, tu juicio, tu voluntad.

Te absorbe, hasta el punto de que obnubila tu mente llegando a hacerte creer que sientes afecto por él, que le necesitas, te sientes oscuro y necesitas de esa negra oscuridad para vivir. Como un autómata sin iniciativa, te sientas pasivamente delante de la negrura y en tu mente predominan las tinieblas .Tu Vida se oscurece, tus proyectos se apagan, el luto envuelve tu existencia y no encuentras el momento, ni la ocasión para escapar de ese cuarto oscuro, aún encontrándote la puerta abierta, y sintiendo afuera la luz.

Es el síndrome de Estocolmo el que te arrastra implacable hacía tu propio verdugo oscuro, donde esa misma caja oscura que te tiene atrapado, poseído, y secuestrado, a la vez te atrae y te apasiona.

Pero el que todo el mundo se deje engañar, el que esté de moda o que esa caja actué como una droga, no me forzará a declinar en mis obligaciones. No voy a consentir que el cuarto oscuro envuelva a mi familia, a mis hijos y los convierta en simples muñecos ciegos ante la oscuridad, robots extraviados en la habitación, perdidos en su engañoso universo del cual no pueden ni quieren salir, aturdidos por su continua ráfaga de imágenes, bombardeados por sus mensajes facilones, eclipsados por su falso encanto, y ensimismados y vacíos, como embobados ante la caja negra.

Lucharé, lucharé con la mirada, con la palabra, con todo mi poder de convicción, aunque sé que no es nada fácil, que si yo poseo buenas armas de convicción, estas no valen nada ante la nada, la oscuridad, las sombras. El cuarto utiliza grandes trucos, frases hechas tremendamente elocuentes, colorido, caras famosas, mensajes subliminales, engaños sublimes que desbordarán mis recursos.

Estoy perdido.

Bueno, no del todo. Yo aún tengo un último y radical recurso, táctica que me avergonzaría tener que utilizar, pero que si no hay otro remedio utilizaré. Puedo desenchufar la oscuridad, interrumpir la corriente continua de heces y desconectar por la fuerza ese maldito poder de seducción.

martes, 14 de octubre de 2008

MENTES CRIMINALES


Estoy muy cabreado, y a la vez muy angustiado por el giro que está tomando la televisión.

Si hay algo en televisión que merece la pena, según mi opinión, son algunas series, que o bien, te hacen reir, o bien, te hacen pensar. Ademas de los documentales.

Y si hay una serie que me apasiona, por su estilo, realismo, y porque hace que mis neuronas modifiquen mi estructura cerebral una y otra vez y se activen o superactiven continuamente, unas veces por miedo, otras por tener que razonar, o sea, hacer un esfuerzo de razonamiento, por tensión, suspense, o de puro asco con algunas imagenes, esa serie es MENTES CRIMINALES.

Y que den por finalizada la serie, sin más, porque toca ver a los chicos de GRAN HERMANO, me saca de mis casillas, me frustra y me deprime.

La puta audiencia.

Me caracterizo por respetar a todo el mundo, persona, ser, o cosa, pero me niego a hacerlo con esa audiencia cotilla.

Lo siento.

martes, 7 de octubre de 2008

EN MI LOCURA


Cuando entré en mi mismo,
Salí del mundo en que habitaba,
Pues ese mundo no me mostraba,
Lo que cuando entré en mi mismo vi.

A veces se vomitan las entrañas,
Y eso nos sobrecoge tanto que le cogemos miedo a vomitar,
Pues lo que vemos, nos es más desagradable aún,
Y nos produce tanto asco,
Como el vomito de otro nos produce al mirar.

Aún así, esa es la realidad y así habita por dentro,
Y por mucho aserrín que le echemos,
No lograremos taparlo,
Si no aceptamos primero que nos estamos pudriendo.

Volvamos a vomitar,
Y esta vez abrazándola con fuerza,
Reconozcámosla como nuestra,
Y dispongámonos a limpiar.

lunes, 6 de octubre de 2008

LA FELICIDAD


En este preciso momento, soy el hombre
más feliz del mundo: me encuentro en el
porche de mi casa oyendo la lluvia caer
y disfrutando de ese olor a ozono que
se desprende al abrazarse la lluvia y la
tierra, de un magnifico día gris oscuro,
leyendo plácidamente un libro que quizás
no pueda terminar y esperando que amanezca
un nuevo día que me llevará a un aséptico,
relucido, flamante e impersonal quirófano a
someterme a una operación a vida o muerte de un
tumor en el cerebro, de la cual no sé si saldré con vida.



Aristóteles dijo, entre otras muchas cosas, y siempre muy acertadamente: “La felicidad depende de uno mismo”.

Y es cierto, si uno desea ser feliz debe de ponerse manos a la obra. Y quizás eso supondrá un cambio de vida, de costumbres, un cambio en nuestro proyecto de vida, o sea, adecuar ese proyecto de vida a nuestros intereses, intereses estos que subjetivamente nos acerquen a nuestra idea de felicidad.

Pero no sólo con eso vale, nunca podremos ser felices si a la vez no lo son los que se encuentran a nuestro alrededor.

¿Cómo se puede ser feliz si nuestros hijos, pareja, padres, etc. son infelices, y lo sabemos?, ellos nos impelerán a sufrir y a ayudarles en lo posible. Y esto, inexorablemente reducirá nuestra sensación de felicidad y hará fracasar nuestro objetivo de obtener ese estatus que anhelamos de felicidad.

El problema es que la red de implicados se va ampliando, porque nuestros seres más queridos a su vez tienen otros allegados, que a su vez tendrá problemas que les harán infelices. Y así sucesivamente; al parecer, el asunto de la felicidad se va complicando cada vez más.

Además hay personas que se empeñan en ver problemas donde no los hay, complicando así aún más la felicidad propia y la de sus seres queridos.

Los humanos venimos al mundo equipados para anticipar consecuencias negativas de nuestro entorno, para nosotros o nuestros seres queridos, como mecanismo de defensa, y esto que en principio es positivo, puede llegar a complicarnos. Esto hace que seamos por naturaleza cautos y desconfiados y que tendamos a preocuparnos cuando percibimos en el entorno cualquier posible atisbo de amenaza. Pero de eso, a estar siempre preocupados por todo, hay una importante diferencia que condicionará sin lugar a dudas nuestra felicidad. Que el mínimo cambio o el más ínfimo atisbo de amenaza nos ponga en guardia y nos mantenga en alerta con la consiguiente activación del sistema nervioso autónomo, eso es claramente excesivo. Hablamos de las problemáticas anticipaciones negativas, que tanto daño pueden llegar a hacernos.

Parece ser que la felicidad depende de uno mismo, tal como decía Aristóteles, pero a su vez es algo difícil de conseguir si la queremos ver, tocar o la hacemos depender del tener, poseer, aquí y ahora. Esa felicidad no existe; la verdadera felicidad es una percepción, depende de cómo percibamos nosotros la realidad, de cómo la interpretemos. Esto, facilita el que un niño del Sahara pueda ser feliz con una simple botella de agua y nos ayuda a comprender el porqué una persona que aparentemente lo tiene todo, grandes riquezas, cómodas y lujosas casas, coches potentes y finas y elegantes ropas y joyas, sea y admita ser absolutamente infeliz.

Y en cierto modo es justo que sea así, si la felicidad dependiera de las posesiones, nadie sería feliz porque nadie lo puede tener todo. La felicidad debemos buscarla cada uno seguramente en nuestro interior.

miércoles, 1 de octubre de 2008

MI TIEMPO VIVIDO


Como podéis ver, continúo atrapado en los enigmas del tiempo en mis reflexiones, es cierto que he logrado desengancharme por el momento del tormento de la muerte.
Que especie de imán poseen estos temas (el tiempo, la muerte,…) que nos hacen recaer una y otra vez en su inquietante existencia. Que maligno atractivo los envuelve que aun importunándonos, a la vez nos atraen.



¿Como podría estirar el tiempo? , acomodarlo a las necesidades cotidianas, ajustarlo como una falda o un pantalón vaquero. Que voy de boda, pues un pantalón guapo de pinza, ancho, holgado, con sus bolsillos desahogados y su cinturón. Que voy de excursión al monte, pues echo mano del pantalón vaquero, desgastado, ceñido y roto.

Que sencillo es cuando se trata de algo tangible, visible, finito y que complicado cuando se trata de algo móvil, inestable, incontestable, implacable, inexorable e irremediablemente despiadado como el paso del tiempo.

Sería feliz parando el tiempo justo en aquellos momentos en que el tiempo no mereciera la pena, en aquellos momentos en que me aburro, que me siento presionado, asustado, desilusionado, agobiado, molesto, inquieto, perdido, amenazado, examinado, suspendido, durmiendo, sesteando, o simplemente, embobado. Pararía el tiempo, para poder tomar una decisión importante sin prisas, cuando me encontrase sólo, triste y desamparado, sobretodo cuando estuviera muy deprimido, o cuando rezara e incluso cuando estuviera cagando.

Al final mi tiempo vivido se estiraría como un elástico, aunque siempre tendría un final, no pretendo ser eterno e infinito, eso sería más aburrido aún. Pero si podría gestionar mi tiempo a mi manera. Quizás haya quien prefiera esos momentos de soledad, tristeza o de agobio e inquietud. Ó ¿porqué no? esos momentos, “Cagando mientras estoy triste, solo y agobiado por el aburrimiento de estar estreñido”.

Esto plantearía situaciones insólitas como que dos personas nacidas en el mismo día y el mismo año pudieran tener distinto tiempo experimentado, no me atrevo a decir en la frase anterior las palabras, la misma edad o tiempo de vida. Pero en cierto modo podría ser incluso lógico, cada cual tiene derecho a gestionar su existencia de la forma que quiera y de acuerdo a sus expectativas de vida, sus gustos y sus costumbres, sus intereses, sus miedos, o sus preferencias. Eso sí, las parejas, los matrimonios, si deberían de aclarar lo antes posibles estas variables, para poder adaptar lo más posible sus relojes biológicos y de pulsera el uno al otro.

Aunque la realidad es que esto sólo es un bonito sueño pero poco realista. El tiempo no se puede estirar físicamente, aunque si se puede tener la vivencia de que el tiempo que ha pasado ha sido más corto o más largo, que un momento en que estamos a gusto se nos antoje corto y otro en que nos encontramos a disgusto se nos haga eterno, e incluso a veces al contrario, pero esto es sólo a nivel experiencial. A este mismo nivel, de nuestra experiencia, no tangible, si es posible que una persona al final de sus días sienta que su vida ha sido larga y plena y otra persona distinta, que esta, en su caso, ha sido corta y vacía.

Pero la realidad es que el tiempo pasa inexorablemente, segundo a segundo, y minuto a minuto u hora. Y minuto que pasa ya no vuelve y esto es lo que nos desespera, lo que nos asusta e inquieta. Y eso es lo que ha asustado e inquietado siempre a la humanidad desde que el hombre es consciente del carácter caduco de su existencia y del carácter, digamos, como mínimo muy dudoso, por las continuas contradicciones existentes, de la otra vida pregonada por algunas o por casi todas las religiones. De ser esto cierto y seguro, el tiempo se mediría, o mejor dicho, se viviría ó vivenciaría de otra manera.

Aunque yo siempre he intentado dar a esto una explicación, o verlo desde un punto de vista, que de alguna forma me causara el menor malestar posible, aceptando ya su ineludible e infalible acontecer. Y es la siguiente: Cuando en la vida ocurren desgracias, enfermedades propias o de algún ser querido; cuando el trabajo nos plantea problemas o bien periódicos, estacionales o circunstanciales; cuando nos encontramos presionados, amenazados o nos sentimos desdichados, a parte de llevar a cabo las actuaciones necesarias para solucionar la situación, te puede consolar mucho el pensar que el tiempo no se para, que no siempre durará ese mal momento y que dentro de unos minutos, de una o unas horas, o dentro de una semana ese momento, ese problema, esa situación habrá pasado y todo lo veremos de otra manera. Como bien decían nuestros antecesores y todavía se dice: “no hay mal que cien años dure”.

En este sentido, la horrible singularidad del tiempo, corre en nuestro socorro a modo de elixir que suaviza nuestro dolor, nuestra desesperación o nuestras desdichas. Y por la misma regla de tres, cuando estamos disfrutando de un buen momento, continuamente tememos que éste pase y el devenir nos traiga nuevos males e infortunios, con lo que el tiempo en estos momentos parece que pasa mucho más deprisa.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

LA VIDA A TRAGOS


Ultimamente pienso y medito a menudo sobre la muerte y el paso del tiempo, y ello me ha animado a escribir mis reflexiones sobre estos temas y compartirlos, pues no hay nada más sano física y emocionalmente que el poder compartir nuestras reflexiones.

Hay personas que de tanto preocuparse por la muerte y por esa vida después de ella, no disfruta de su verdadera y única vida, haciendo de ella un infierno….



Me encanta la vida, vivir plenamente. Y esto no tiene nada que ver con tener o poseer, no, tampoco tiene nada que ver con asumir riesgos que proporcionen grandes descargas de adrenalina, ni mucho menos. Tiene que ver con una actitud vital y un amor a la vida que hace que todo te guste, te admire y te sorprenda, y que en todo momento haga que te sientas feliz de estar inmerso en ella. Pero sobretodo y además, esa actitud es un colchón invisible que absorbe el impacto de esas otras experiencias de la vida menos agradables, tanto propias como ajenas, las cuales son inevitables y hemos de superar cuanto antes.
Hoy en día, y sobretodo, las últimas generaciones, suelen vivir a saltos. Se intenta pasar por alto aquellos momentos menos agradables y centrarse y disfrutar con agonía los momentos placenteros, de ocio. Nos quejamos de que la vida es corta y aún así, pasamos de puntillas por la semana, o sea de lunes a viernes transitamos casi en coma, para despertar el fin de semana. Nos involucramos en una vida rutinaria de lunes a viernes para explotar de falso júbilo el fin de semana y caer de nuevo en depresión el lunes. Termina el fin de semana y ya tenemos la mente puesta en el próximo viernes por la tarde, si de nosotros dependiera nos teletransportaríamos de nuevo al viernes, despreciando los demás días de la semana. Incluso podemos comprobar como estos dos periodos se corresponden o van acompañados de un determinado carácter, humor o estado de ánimo típico.
Lo mismo sucede en otros ámbitos de la vida, nos pasamos la vida esperando el próximo cumpleaños, las próximas fiestas patronales, las próximas vacaciones de verano, las próximas festividades o puente en el trabajo, sin darnos cuenta que de esa actitud, de esa forma de actuar se deriva una menor conciencia y disfrute del momento, o sea, de la vida. Porque la vida trata de esos millones y millones de insignificantes momentos, de que seamos capaces de disfrutar y ser conscientes de cada uno de esos momentos, de paladearlos y no de tragarlos.
Si nos tragamos la vida, pues le negamos el sabor a esos otros bocados menos apetitosos o suculentos, estamos viviendo a saltos, no la estamos disfrutando plenamente y a la larga nos arrepentiremos.
Para ello hace falta una actitud positiva ante la vida, el convencimiento de que cualquier momento es disfrutable y apetitoso y el compromiso de probarlo, de saborearlo, no de tragarlo o engullirlo. Muchas veces, recordaremos, que nos hemos negado sistemáticamente durante muchos años e incluso toda la vida a comer algo que de antemano hemos pensado que no nos iba a gustar, y en ese convencimiento una y otra vez nos hemos negado a comerlo y, sin embargo, si por cualquier motivo, en una ocasión lo hemos probado, hemos comprobado con sorpresa que su sabor no era ni mucho menos como el que imaginábamos, felicitándonos claramente por nuestra decisión de probarlo en esta ocasión.
Yo, nunca me niego a probar ni un minuto de vida, he intento disfrutarlo sacando siempre algo positivo de ellos, tal y como aquí intento defender, sin embargo debo confesar que las berenjenas nunca las he probado y quizás debería probarlas ya.
Además, el desear tanto y tan intensamente que llegue un determinado momento nos hace que nos desesperemos cuando éste se pierde o acaba, y automáticamente volvemos a anhelar su vuelta, pero con el inconveniente de que ese anhelo, el ser conscientes de esa necesidad, de esa adicción, nos impide disfrutar ese momento esperado de forma plena, pues sólo comenzar a disfrutarlo ya volvemos a sufrir echando de menos el tiempo que va pasando y temiendo su final.
El tiempo es efímero, la vida es corta, pero con esa actitud nuestra sensación de “seres caducos” se amplificará y aparecerá el miedo a la vejez, a la muerte.
Últimamente veo en televisión, en la publicidad de un coche del cual no voy a decir la marca un anuncio publicitario que viene a decir así, más o menos: “una persona se encuentra cada día al levantarse 1.440 € que puede gastar en lo que desee y disfrutar de ellos, pero lo que no gaste ese día desaparecerá igual que apareció y no podremos disfrutarlos. De igual manera, todas las personas nos encontramos cada mañana al levantarnos con 1.440 minutos de vida, de los cuales se perderán irremediablemente todos aquellos que no disfrutemos en ese día y nunca más volverán”. Esta reflexión que no es mía aunque no me importaría que lo fuera al estar totalmente de acuerdo con ella, no se de quien es pero viene al pelo con lo que yo intento transmitir.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

CARICIAS


CARICIAS

Que dulce y que áspero es el acariciar,
Te puede hacer llorar de sentimiento o te puede chirriar,
Te puede envolver en su suave manto,
O te puede hacer saltar bruscamente de espanto.

Cuando me acaricias me haces sentir importante,
Con tus caricias me transformas en tu fiel amante,
Me llevas a lugares en que nunca he estado,
Viaje que me colma de dicha por los cuatro costados,

Al sentir tus caricias se me eriza el vello,
Lo siento, no puedo evitarlo, me atenaza el miedo,
Ya sé que es cruel huir de algo tan bello,
Pero aunque moriría por ellas, no puedo.


Porqué algo tan puro, seductor y sincero,
Algo que un día ya lejano sentí sin reparo,
Me niega su esencia y escapa a mi sentimiento,
Obligándome a mendigarlo del sol, de la lluvia y el viento.

Como podría volver a dejarme llevar por sus brazos,
Como podría volver a tocar su cara con mis manos,
Si pudiera pintar en su cara y espalda unos trazos,
Quizás volvería a sentir sus ojos, su pelo y sus dedos cercanos.

Si el volver a sentir en mi alma caricias se me niega,
Si por más que lo añore mi cuerpo a ello se revela,
No veo otra solución aunque sea egoísta y señera,
Que abrir mis manos, mirar al cielo y decir que sea lo que dios quiera.

lunes, 15 de septiembre de 2008

MI ÚLTIMO RELATO






¿A donde van los relatos que no escribimos? Qué es de ellos, ¿se pierden en la densidad impalpable del aliento de la noche, de la vida no vivida, de la vida desperdiciada, o tal vez siguen vagando en la noche como ondas eléctricas en busca de una cabeza despierta y receptiva a esas señales?

Eso me parece cruel, y me duele como si me amasasen el corazón con las manos, me da dentera, como si me mordieran en un párpado. En serio, me preocupa mucho, incluso creo que me preocupa demasiado. La verdad es que me obsesiona, me frustra hasta colmarme por un momento de sentimientos de odio hacía alguien que no sé, ni siquiera, si existe. El que ese relato, con el que he compartido una hora o dos horas de insomnio, pero también de complicidad, intuición y creatividad, después no sea capaz de recordarlo tal y como pasó por mi mente, que se pierda en la inmensidad y soledad de la noche y pueda ser recogido por otra mente despierta que haya sido capaz de escribirlo, de plasmarlo en el papel, desata en mí sentimientos que por momentos no comprendo y temo no sean producto de una mente en su sano juicio.

Porque esto siempre sucede por la noche, o por lo menos a mí así me ocurre, en la traidora cama, (veis, a lo que me refiero, ¿tiene sentido cabrearse con una cama?), sin esperarlo y casi sin darte cuenta, todo empieza como una sencilla disertación sobre cualquier tema sin importancia, que casi molesta porque no te deja dormir como es la intención. Y poco a poco la mente se va abriendo, se va calentando, tornándose cada vez más profunda, versátil, clara, mágica y las frases van surgiendo casi a borbotones. En ese momento estás tranquilo, ensimismado y sientes una gran paz y serenidad que se apodera de tu voluntad, si, se apodera de tu voluntad, ¿porque si no es así, no entiendo como no doy un salto de la cama y busco algo para escribir? Porque lo que es evidente es que en ese preciso momento ya comienzas a ver claro que ya deberías estar en pie con papel y bolígrafo en mano y plasmando eso que con toda seguridad si no lo haces, mañana será imposible que recuerdes completo.

¡Me obsesiona! Como me obsesiona ¿a donde van los cuentos que no contamos a nuestros hijos o las críticas que no hacemos a los jefes hijos de puta, o los tacos, botos, palabras soeces, o blasfemias que no vociferamos? ¿A donde van las frases que pensamos y no decimos, o los sentimientos que no expresamos, o las tensiones que no desechamos y nos explotan dentro del cuerpo o la mente? ¿A donde van los días que no aprovechamos, que solamente utilizamos pasivamente, borreguilmente, o los sueños que no cumplimos?

Cuantos relatos largos y sueños cortos se han perdido en ese miserable o mísero estado de sueño. Cuantas perlas se han perdido aunque la concha se haya muerto de gusto mientras se abría.

Es esperpéntico que un ser tan elaborado, megadiseñado e interciberconectado no esté equipado de una simple grabadora que automáticamente se ponga en marcha y evite la constante fuga de ese valiosísimo material, de esos pensados inesperados.

Luego cuando al día siguiente inevitablemente estoy de mal humor, maldiciendo mi mala suerte y confuso, mi compañero de piso, Valentín, me machaca de nuevo: “no tienes voluntad, ya te lo he dicho millones de veces, tienes que levantarte y ponerte en marcha cuando viene la inspiración”. Valentín es un hombre simple, es un hombre bueno porque su simpleza no incluye mecanismos como la desconfianza, la malicia o segundas vueltas, eso de “ir con segundas”, tampoco la avaricia o la competitividad, etc. No es una bondad por empatía, o sea, porque se ponga en el lugar del otro y eso le impida ser dañino o malo, sino todo lo contrario, lo usual en Valentín es decir sin pensar lo primero que se le viene a la cabeza, sin pensar si ello será más o menos oportuno o te dolerá o no. Es una bondad más bien tonta, de falta de recursos en los sesos. Porque todo eso lo hace sin darse cuenta, sin malicia, sin planear nada, tontamente. Y digo esto, porque si él intuyera que eso que va ha decir puede ofender o molestar y ello le pudiera traer problemas, por miedo, aunque sólo fuera por esa razón, el miedo, ya no lo diría. Porque Valentín, a pesar de su nombre es muy miedoso, más bien se debería llamar “Cobardín”. Es cobarde, todo le da miedo y de todo huye. Si le levantas la voz y te encaras con él, se mea encima. O se bloquea, y en el mejor de los casos, se pone rojo, retira la mirada casi como si los ojos se le volvieran hacia atrás, se da la vuelta y huye sin decir nada. Luego pasa días muy callado y cabizbajo. La verdad es que Valentín no ha tenido mucha suerte en la vida, y lo peor es que él mismo lo sabe y eso le hace ser diferente, siempre está como esperando la próxima desgracia que está convencido que irremediablemente le llegará sin poder hacer nada por evitarlo, y lo peor sin merecerlo, con total impunidad. Esto él lo tiene muy claro y no hay forma de hacerle cambiar de parecer. Su frase pesimista más característica es: ¡cuando la chucha va pal culo!
Es cierto que Valentín no ha tenido suerte en la vida, no tuvo una infancia feliz. Él dice que no tuvo suerte con los amigos, siempre se sentía desplazado y despreciado. Su padre era excesivamente rígido, autoritario y duro con él, le pegaba casi a diario sólo por humillarlo, creo que de eso viene su miedo al más mínimo enfrentamiento con quien sea.
Más tarde, una novia que tuvo se lo dejó de forma traumática, sobre todo por el traumatismo cráneo encefálico que le ocasionó al pegarle con una botella de Anís del Mono en la cabeza, según parece porque no la defendió como dios manda cuando en un bar otro chico le tocó el culo delante de sus morros y por debajo de las bragas. Por cierto, nunca he visto un mono más parecido a una persona humana que ese de la etiqueta del Anís, incluso su postura muestra cierto estilo. Y por último y como colmo de desgracias, a Valentín lo despiden del trabajo, de su amado trabajo como representante de libros de la editorial Santillana donde llevaba casi veinte años y era un trabajo que le apasionaba. La verdad es que con indemnización y todo, esto fue totalmente injusto por el motivo, que no fue otro que su tumor en la laringe con la posterior laringotomía, y rehabilitación para hablar con el esófago, lo cual según la empresa no daba buena imagen.

Todo esto le hace que sea una persona insegura, solitaria, un tanto amargada y muy envidiosa de la vida y obras de los demás, como si le molestara que a los demás les vaya bien en la vida o sean de alguna manera felices. Este creo que es su mayor defecto.

Su norma es hacer siempre lo mismo, no meterse en problemas y evitar todo conflicto. Cualquier situación potencialmente conflictiva, Valentín o su radar lo detectan con antelación y lo evita. Sin embargo, tengo que reconocer que es muy alegre por momentos, cuando no está ensimismado en sus fracasos pasados y mala suerte. Le gusta mucho reírse, esto puede que sea lo único que le diferencia, en su caso, de la uniformidad que impera hoy en día en la sociedad y lo único en que destaca. Posiblemente esa sí sea una capacidad de Valentín, su profesionalidad, destreza y conocimientos teóricos incluso, porque le gusta leer artículos de esos psicológicos de las revistas, sobre la risa y la carcajada. Su broma preferida era esconder la cara con sus manos y al descubrirla mostrar los parpados remangados hacia arriba, enseñando el rojo sanguinolento de su interior. Después, como siempre, estallaban en su boca tres sonoras carcajadas. En una ocasión recuerdo que me dijo algo, que sin duda ha sido la conversación más larga que hayamos tenido nunca, y que me impresionó, por eso no se me ha olvidado. Precisamente fue después de un ataque de risa de esos que duran media hora y sólo ver al otro reírse hace que la cadena continúe.

Después, una vez recuperamos el control, se puso muy serio y me dijo: Roberto, sabes, me gustan las carcajadas, esas carcajadas desgarradoras, esas que duelen, y a veces pienso que me gustaría ser una carcajada, poder vender carcajadas o guardarme unas carcajadas para otro momento. También me gustaría soñar con carcajadas y nunca he soñado con ellas. Me gusta mearme encima a carcajadas y no me fío de quien no se haya meado nunca encima en su vida a carcajadas. Tampoco me fío de algunas carcajadas, y sé, sin saber porqué, si la carcajada es sincera. Pero Roberto, por norma, me cae bien la gente que se ríe a carcajadas y me ha gustado el ataque de risa de antes, me gustan los ataques de risa, ataques de risa a traición que te hagan llorar.

Reconozco que ese día Valentín me descolocó.


Pero el problema, como podéis imaginar y como es fácil de comprender, es que aunque Valentín me machaque con lo de la voluntad, aunque yo a veces así lo crea o comente para no discutir e incluso para intentar convencerme con algo que parece más real, más sostenible, en definitiva más creíble. Lo cierto es que eso no es así. Ojala fuera así de sencillo.

Como decía, es fácil comprender que el problema no estriba en que no haya recursos físicos disponibles de qué proveerse en la mesilla de noche para hacer frente a esa contrariedad: libreta y bolígrafo o grabadora. Incluso recursos psicológicos: organizarse, intentar ser más metódico, autodisciplina, esforzarse en adquirir ese hábito, etc. Todo ello merecería la pena sólo para callar la bocaza de Valentín con su dichosa voluntad.

Eso sería lo normal, aunque no es sencillo os lo puedo asegurar, pero es lo que se suele hacer y yo, por supuesto, lo he hecho. Y me he sentido feliz por ello y he dormido a pata suelta pensando en restregárselo a mi compañero de piso por la mañana. Pero la realidad es que ese no es mi problema, ese no es el problema que me está volviendo loco. El problema que a mí se me plantea una vez tras otra es mucho más complicado, difícil de solucionar y de explicar. Es un problema extraño, si, es un problema de esos que al final te estigmatizan. Es un problema horrible, defraudante, castrante, incapacitante, mosqueante, sobre todo eso, mosqueante. Y lo peor es que nadie me cree, me escuchan y puedo observar como la expresión de su cara pasa de la curiosidad al desconcierto para acabar en sarcasmo o burla directamente. Por eso he decidido relatároslo ahora por escrito, y durante el día, para poder vigilarlo atentamente durante por lo menos 24 horas que me he propuesto aguantar sin dormir.

Me explico. Mi problema es que aunque lo escriba, lo grabe a viva voz o lo marque con sangre en la pared, a otro día, cuando voy a comprobar lo escrito, siempre está incompleto, una y otra vez me encuentro con que misteriosamente le faltan frases entremedias del texto, hay palabras cambiadas que hacen la frase incomprensible, frases sin sentido y finales que se te habían antojado mágicos la noche anterior, perdidos por completo. Al principio siempre tendía a pensar que el error era mío, que seguramente el que fallaba era yo, que probablemente estaba obnubilado, aturdido por el sueño, soñando incluso o sonámbulo. Pero la verdad no es esa y no me voy a engañar más, al final he tenido que admitir que la razón es mucho más extraña, esos textos cambiaban, desaparecían, se volatilizaban y no era culpa mía. Al final todos terminaban hechos una bola en la papelera, bueno en un enorme y viejo cofre de mi abuela a modo de gran papelera que tengo en mi habitación, como un almacén o más bien como un ataúd de relatos mutilados y deformados que continuamente hacían resonar mis sentimientos de frustración en mi cabeza.

A partir de ese momento de absoluto convencimiento, no puedo dejar de pensar en ello, de preguntarme porqué, no paro de darle vueltas todo el día, desde que me levanto hasta que me acuesto, buscando una explicación. Incluso últimamente por la noche tampoco me vienen ideas, o relatos que poder escribir, creo que es porque mi obsesión por esa duda no me deja concentrarme. Otras veces pienso que es el miedo inconsciente a escribir y que todo se pierda de nuevo por la mañana lo que me tiene bloqueado. Lo cierto, es que todo el día estoy igual de obsesionado, dale que dale a las mismas preguntas: ¿A dónde van esos relatos perdidos? ¿Cómo se pueden recuperar? ¿Quien me los roba? ¿Quien me los roba? ¿Quién me los roba?...

Al final parece como si estuviera loco, como si se me hubieran descompuesto las neuronas, como si estuviera desneuronalizado y estigmatizado. Ya en mi pueblo todo el mundo piensa que estoy loco, bueno todo el mundo que lo sabe porque yo se lo he contado, porque como comprenderéis no se lo voy contando a todo el que me encuentro por la calle. Lo cierto es que debería de llevarlo más en secreto, pero tengo la esperanza de encontrar a alguien a quien le suceda lo mismo que a mí.

Yo a veces me río solo, me hace gracia cuando recuerdo mi sorpresa por la mañana al encontrar textos totalmente cambiados, frases que desaparecen y te lo dicen: sale una frase en su lugar que te dice “me he esfumado, idiota”, y tu lo ves así escrito a otro día. Hay otras frases que encima de que desaparecen no dicen ni “adiós” y ni siquiera recuerdas que las escribiste. Las que más joden son las que si te acuerdas perfectamente de que las escribiste, y sabes que enlazaban con la siguiente a la que hace perder todo su contenido. O esas otras que recuerdas perfectamente que no eran una frase usual, corriente, sino una frase de esas que te salen de vez en cuando de dentro de la sesera y que repasas en tu mente y parece que detienen el tiempo, rebotan una y otra vez en el fondo de la coronilla por dentro y en los ojos, por dentro también, paladeando ese instante, esa frase mágica. Y sin embargo, a otro día, no sólo no están, no sólo no las encuentras, sino que en su lugar hay otra frase que dice groseramente ¡te la cascas! así como echándote en cara que no te tomes más interés en ellas, o que hagas algo que yo no sé lo que es por recuperarlas. No sé lo que me piden, no sé lo que quieren de mí. Solo sé que soy castigado de esa forma por algo que no alcanzo a entender.

Otras veces, frases que he escrito en español, aparecen en francés o en ingles, o en árabe, también me han aparecido algunas en árabe. O te encuentras en su lugar el dedo corazón tieso, un dedo de esos que te hacen el santo o como se llame, peineta cuando la hace Fabio Capello.Y lo que no aguanto, y más me tortura es el hecho de que se pierdan, que ese relato quede convertido en nada, en un amasijo incomprensible sin contenido alguno producto de la desaparición de palabras, frases enteras y transformaciones absurdas. Y que todos esos contenidos, todos esos relatos completos, alguien los pueda capturar, que alguien sea capaz de capturar esas ondas y hacerlas suyas dejándome los despojos de su festín. Que alguien pueda robarme mis frases, robarme mis relatos, mis cuentos, mis poesías.

Al final de las 24 horas me encuentro muy cansado pero no me atrevo a dormir, algo no me merece confianza, me siento inquieto, desasosegado, con una sensación continua de alarma, como si algo malo fuera a suceder de un momento a otro. A pesar de que este relato sigue completo y ya ha pasado una noche hay algo que no comprendo, pero que me hace sentirme inseguro, amenazado. Decido para estar totalmente seguro aguantar una noche más sin dormir para vigilar mi relato. Podría dejar de guardia a Valentín. Que por cierto se me ha ofrecido ya en varias ocasiones, dándose cuenta de que cada vez me encuentro más cansado y deteriorado. Pero esto necesito hacerlo yo mismo, convencerme por mi mismo y una noche más sería suficiente.

Valentín pregunta mucho, y con cierta sorna, por como va el experimento poltergeist. Bromea también con que si quieres te dejo la escopeta de caza de mi padre, o cuidado con el ladrón de relatos, o que si he ido al rastro a buscarlos, etc. La verdad es que le podía perdonar y aguantar el que me insistiera pesadamente con lo de la poca voluntad, pienso que lo hacía para motivarme, por lo menos eso pensaba entonces. Pero estas bromas no me gustan, cada vez me molestan más y comienzo a pensar que me insiste para que lo deje vigilando y me acueste de una vez.

A las 3 horas de la madrugada de la segunda noche de guardia tengo que reconocer que estoy muy cansado y que me está afectando psicológicamente la falta de sueño e incluso que me estoy planteando seriamente cuando llevo 36 horas seguidas vigilando el dejar que Valentín me reemplace el tiempo que queda hasta las 15 horas del día de hoy, hora en que se cumplirán las 48 horas que acabé el relato, ya que tanto interés se toma y tantas veces se me ha ofrecido.

Por fin, decido que lo voy a dejar vigilando, reconozco que estoy mal y la falta de sueño me está afectando, ya no hay nada que consiga mantenerme despierto.

Seguidamente me acuesto y al momento caigo en un profundo sueño.

Me despierto a las 16 horas, y he dormido 13 horas seguidas, el plazo se cumplió hace una hora. Me he levantado con una terrible sensación de miedo, de terror y porqué no decirlo de rabia, o mejor dicho, de odio ante una despreciable traición que no tiene perdón y que no estaba dispuesto a perdonar. Como una insana y macabra premonición que se gestó según creo mientras dormía, me levanto totalmente seguro de que mi relato una vez más se había perdido, me lo habían robado. Fui a comprobarlo y tal y como me temía así había sucedido. Una vez más, la frustración, la sensación de castración, de corrosión por dentro, el odio y otras muchas nuevas sensaciones y emociones que ahora si sabía hacia quien iban dirigidas.

Ahora estoy terminando el relato, después de asfixiar a Valentín, que yace en su cama con una bolsa de supermercados AIREFRESCO en la cabeza. Si tengo que ser sincero, no ha sido difícil porque en realidad Valentín no ha opuesto mucha resistencia, o más bien ninguna, estaba durmiendo en su habitación o eso es lo que pretendía que yo creyera, y se ha limitado a mirarme fijamente con cara de contrariado, como esas personas que despiertas de un profundo sueño y no saben donde están y les cuesta reaccionar. Sólo miraba con incredulidad la bolsa de plástico que yo llevaba en la mano y no dijo nada, bueno dijo algo como “pero si es Domingo” o eso me pareció a mí, lo cierto es que no entendí a qué venía eso. Después, cerró los ojos, como aceptando su destino sabiéndose culpable, echó la cabeza ligeramente hacía adelante, como si fuera a dejarse caer otra vez en la cama, aunque más bien pensé que me la ofrecía resignadamente, momento que aproveché para introducir su cabeza dentro de la bolsa y sujetársela fuertemente al cuello anulando sus manos con mis rodillas. Sus esfuerzos por liberarse hicieron que el aire que disponía dentro de la bolsa se acabara rápidamente y su agonía también. Ese enorme esfuerzo por liberarse, respondía más a un instinto de supervivencia que a un acto de rebeldía, puesto que estoy convencido de que el muy desagradecido y cobarde consciente del mal que me había causado y de la ingratitud de sus actos, aceptaba con resignación su castigo. En cuanto a mi, estoy tranquilo y sereno. He seguido los designios de una fuerza superior que me ha dictado cada uno de los pasos que tenía que dar desde que desperté con el fin de hacer justicia y que mis relatos vuelvan a mi mente liberados de la mente del ladrón que me los robó.

A pesar de semejante escena, estoy intentando dar forma a este último relato, inacabado y nuevamente mutilado que quedará para la posteridad como el último y trágico final de un relato inexistente, producto de la mente enferma de un pobre loco, así lo afirmará todo el mundo, que tras casi 48 horas sin dormir y en pleno delirio, asesinó a su amigo y compañero de piso, Valentín. Un ladrón de relatos, os lo puedo asegurar.

Mientras la policía anda de aquí para allá por la vivienda ultimando los pocos trámites que un caso fácil como éste conllevan, la inspectora Ibáñez lleva horas hurgando en el interior de un viejo baúl lleno de bolas de papel arrugado conteniendo la mayoría de ellas entre cinco y diez folios grapados. La inspectora Ibáñez llevaba horas inmersa, como hipnotizada, sin poder apartar la vista de aquellos magníficos y absorbentes relatos que convertidos en bolas de papel, a modo de huevos kinder, le ofrecían como sorpresa.
Paró un momento de leer uno de tantos relatos, porque una interrogante hace rato que le daba vueltas por la cabeza ¿qué hacían aquellos interesantes relatos archivados de esa forma tan extraña u original?, por decirlo de alguna forma. Esa interrogante quedó totalmente resuelta cuando encontró entre las pelotas de papel una que contenía un solo folio y que parecía el final de un relato o mejor dicho la continuación del que sostenía en sus manos y que acababa de leer, el último relato, que a su vez era una confesión.




jueves, 11 de septiembre de 2008

MIRANDO AL TECHO



Jamás llegaremos a comprender la verdadera sabiduría que encierra un techo. Y si ese techo nos muestra manchas de humedad, grietas, fallos en la pintura, sombra luz, mucho mejor. En este caso la imaginación se dispara. Pero si no las hay, no hay que preocuparse, el techo siempre tiene recursos y sólo hay que esperar pacientemente, que el techo hace lo demás.

Llevo dos días mirando al techo de mi habitación, y no pensar que me siento deprimido, enfermo o que me han operado de fimosis (Estrechez en el gajo). Nada de eso. Bueno, seguro que estaréis pensando que algo debe de pasar: este está loco, se le han cruzado los cables y está pasado de medicación.

¡Pues rotundamente no! Es cierto que puede resultar extraño estar dos días mirando al techo, pero me comprenderíais si supierais lo que un techo, y más, tu techo, el techo de tu propia habitación puede dar de si.

Un techo, no es como un suelo, hay mucha más dignidad en un techo que en un suelo. Mirando al techo se te abre la mente, mirando al suelo te puedes rayar o te quedas a cuadros. Por algo miramos al techo cuando queremos pensar, recapacitar y por el contrario bajamos la mirada cuando nos agobiamos, sentimos vergüenza o nos echan un puro. Además el suelo va ligado a connotaciones, casi siempre peyorativas: eres más gandul que el suelo, te veo tirado por los suelos, eres más bajo que el suelo, ¡Todos al suelo!, los precios por los suelos, y otras muchas.

Yo, sinceramente no había proyectado estar dos días mirando al techo de mi habitación como comprenderéis, sólo entré en mi habitación y me eché en la cama y todo un mundo se abrió ante mis ojos, mi techo me fue absorbiendo poco a poco sin poder ni querer defenderme, y por mi mente fueron pasando millones y millones de frases, de ideas, de proyectos, de fotogramas. Desde las más simples como ver caras, dibujos y formas, hasta las ideas más complejas que podamos imaginar.

Cuando miro al techo me sorprendo de la lucidez y claridad de ideas que puedo llegar a sentir, parece o podría pensarse que si cierro los ojos tal vez, mi concentración aumente y estas capacidades aumenten también, pero no es así. Os lo puedo asegurar, lo he comprobado, que dos días dan para mucho. Dos días sin comer, sin beber agua, ni nada… no estaba borracho… ni fumar… sobretodo que quede claro, sin fumar nada, sin mear, como no bebía agua y sin cagar pues como tampoco comía nada. En plan asceta, como un monje. Eso si, dormir creo que si dormía y digo creo porque no estoy seguro. El techo tiene el poder de llevarte al éxtasis, de hacerte entrar en coma y no necesitas nada más, sólo techo.

Y lo barato y económico que sale, pues ¿quien no tiene un techo donde mirar?, el de tu casa, de tus padres, de tus amigos, el del piso de estudiante de un colega, el de un orfanato, el de un hospital, el de la cárcel, el de la iglesia, el de una casa de acogida, el de las residencias de ancianos, incluso el de tu tienda de campaña, o de tu choza y si no tuvieras nada de nada, puedes mirar al cielo. Quien le iba ha decir a Newton.

Se puede llorar mirando al techo y no derramar una lágrima, se puede respirar profundamente mirando al techo y pensar que la vida es larga como tu propia respiración, se puede amar mirando al techo y pensar que es posible ese amor y por supuesto se puede imaginar.

Cuantos grandes hombres y cuantas grandes mujeres han imaginado grandes proyectos que han hecho grande a la humanidad, mirando al techo.

Pero cuando un techo se hermana contigo, es que te quiere, entonces ese techo se desvive por ti, te mima, te absorbe y te resulta difícil vivir sin él. Porque puede haber amor entre una persona humana y un techo, o sea, entre un hombre y un techo. Y también entre una mujer y un techo, porque los techos son hermafroditas y muy fieles. Y si no fuera fiel, pues siempre se puede cerrar esa habitación con llave, no se quejará.

Cuantos matrimonios se han roto por un techo. Parece mentira pero hay estadísticas que dicen que hay más posibilidades de que se rompa, en el primer año de casados, un matrimonio entre un hombre y una mujer, que entre una persona y un techo. Así como también que el 50% de los matrimonios que se rompen en el primer año de casados, es por culpa de un techo.

Ahora ya entenderéis porqué yo estuve dos días enteros mirando al techo, entenderéis el poder de adicción que puede llegar a tener, y lo poco que me faltó para separarme. Pero os digo algo, es una adicción que muchos quisieran tener hoy en día, porque mirar al techo significa pensar, proyectar, descubrir, imaginar, si eso se mezcla con un poco de lectura, imaginaros. Es una adicción en la que no me importaría que cayeran mis hijos.