¿A donde van los relatos que no escribimos? Qué es de ellos, ¿se pierden en la densidad impalpable del aliento de la noche, de la vida no vivida, de la vida desperdiciada, o tal vez siguen vagando en la noche como ondas eléctricas en busca de una cabeza despierta y receptiva a esas señales?
Eso me parece cruel, y me duele como si me amasasen el corazón con las manos, me da dentera, como si me mordieran en un párpado. En serio, me preocupa mucho, incluso creo que me preocupa demasiado. La verdad es que me obsesiona, me frustra hasta colmarme por un momento de sentimientos de odio hacía alguien que no sé, ni siquiera, si existe. El que ese relato, con el que he compartido una hora o dos horas de insomnio, pero también de complicidad, intuición y creatividad, después no sea capaz de recordarlo tal y como pasó por mi mente, que se pierda en la inmensidad y soledad de la noche y pueda ser recogido por otra mente despierta que haya sido capaz de escribirlo, de plasmarlo en el papel, desata en mí sentimientos que por momentos no comprendo y temo no sean producto de una mente en su sano juicio.
Porque esto siempre sucede por la noche, o por lo menos a mí así me ocurre, en la traidora cama, (veis, a lo que me refiero, ¿tiene sentido cabrearse con una cama?), sin esperarlo y casi sin darte cuenta, todo empieza como una sencilla disertación sobre cualquier tema sin importancia, que casi molesta porque no te deja dormir como es la intención. Y poco a poco la mente se va abriendo, se va calentando, tornándose cada vez más profunda, versátil, clara, mágica y las frases van surgiendo casi a borbotones. En ese momento estás tranquilo, ensimismado y sientes una gran paz y serenidad que se apodera de tu voluntad, si, se apodera de tu voluntad, ¿porque si no es así, no entiendo como no doy un salto de la cama y busco algo para escribir? Porque lo que es evidente es que en ese preciso momento ya comienzas a ver claro que ya deberías estar en pie con papel y bolígrafo en mano y plasmando eso que con toda seguridad si no lo haces, mañana será imposible que recuerdes completo.
¡Me obsesiona! Como me obsesiona ¿a donde van los cuentos que no contamos a nuestros hijos o las críticas que no hacemos a los jefes hijos de puta, o los tacos, botos, palabras soeces, o blasfemias que no vociferamos? ¿A donde van las frases que pensamos y no decimos, o los sentimientos que no expresamos, o las tensiones que no desechamos y nos explotan dentro del cuerpo o la mente? ¿A donde van los días que no aprovechamos, que solamente utilizamos pasivamente, borreguilmente, o los sueños que no cumplimos?
Cuantos relatos largos y sueños cortos se han perdido en ese miserable o mísero estado de sueño. Cuantas perlas se han perdido aunque la concha se haya muerto de gusto mientras se abría.
Es esperpéntico que un ser tan elaborado, megadiseñado e interciberconectado no esté equipado de una simple grabadora que automáticamente se ponga en marcha y evite la constante fuga de ese valiosísimo material, de esos pensados inesperados.
Luego cuando al día siguiente inevitablemente estoy de mal humor, maldiciendo mi mala suerte y confuso, mi compañero de piso, Valentín, me machaca de nuevo: “no tienes voluntad, ya te lo he dicho millones de veces, tienes que levantarte y ponerte en marcha cuando viene la inspiración”. Valentín es un hombre simple, es un hombre bueno porque su simpleza no incluye mecanismos como la desconfianza, la malicia o segundas vueltas, eso de “ir con segundas”, tampoco la avaricia o la competitividad, etc. No es una bondad por empatía, o sea, porque se ponga en el lugar del otro y eso le impida ser dañino o malo, sino todo lo contrario, lo usual en Valentín es decir sin pensar lo primero que se le viene a la cabeza, sin pensar si ello será más o menos oportuno o te dolerá o no. Es una bondad más bien tonta, de falta de recursos en los sesos. Porque todo eso lo hace sin darse cuenta, sin malicia, sin planear nada, tontamente. Y digo esto, porque si él intuyera que eso que va ha decir puede ofender o molestar y ello le pudiera traer problemas, por miedo, aunque sólo fuera por esa razón, el miedo, ya no lo diría. Porque Valentín, a pesar de su nombre es muy miedoso, más bien se debería llamar “Cobardín”. Es cobarde, todo le da miedo y de todo huye. Si le levantas la voz y te encaras con él, se mea encima. O se bloquea, y en el mejor de los casos, se pone rojo, retira la mirada casi como si los ojos se le volvieran hacia atrás, se da la vuelta y huye sin decir nada. Luego pasa días muy callado y cabizbajo. La verdad es que Valentín no ha tenido mucha suerte en la vida, y lo peor es que él mismo lo sabe y eso le hace ser diferente, siempre está como esperando la próxima desgracia que está convencido que irremediablemente le llegará sin poder hacer nada por evitarlo, y lo peor sin merecerlo, con total impunidad. Esto él lo tiene muy claro y no hay forma de hacerle cambiar de parecer. Su frase pesimista más característica es: ¡cuando la chucha va pal culo!
Es cierto que Valentín no ha tenido suerte en la vida, no tuvo una infancia feliz. Él dice que no tuvo suerte con los amigos, siempre se sentía desplazado y despreciado. Su padre era excesivamente rígido, autoritario y duro con él, le pegaba casi a diario sólo por humillarlo, creo que de eso viene su miedo al más mínimo enfrentamiento con quien sea.
Más tarde, una novia que tuvo se lo dejó de forma traumática, sobre todo por el traumatismo cráneo encefálico que le ocasionó al pegarle con una botella de Anís del Mono en la cabeza, según parece porque no la defendió como dios manda cuando en un bar otro chico le tocó el culo delante de sus morros y por debajo de las bragas. Por cierto, nunca he visto un mono más parecido a una persona humana que ese de la etiqueta del Anís, incluso su postura muestra cierto estilo. Y por último y como colmo de desgracias, a Valentín lo despiden del trabajo, de su amado trabajo como representante de libros de la editorial Santillana donde llevaba casi veinte años y era un trabajo que le apasionaba. La verdad es que con indemnización y todo, esto fue totalmente injusto por el motivo, que no fue otro que su tumor en la laringe con la posterior laringotomía, y rehabilitación para hablar con el esófago, lo cual según la empresa no daba buena imagen.
Todo esto le hace que sea una persona insegura, solitaria, un tanto amargada y muy envidiosa de la vida y obras de los demás, como si le molestara que a los demás les vaya bien en la vida o sean de alguna manera felices. Este creo que es su mayor defecto.
Su norma es hacer siempre lo mismo, no meterse en problemas y evitar todo conflicto. Cualquier situación potencialmente conflictiva, Valentín o su radar lo detectan con antelación y lo evita. Sin embargo, tengo que reconocer que es muy alegre por momentos, cuando no está ensimismado en sus fracasos pasados y mala suerte. Le gusta mucho reírse, esto puede que sea lo único que le diferencia, en su caso, de la uniformidad que impera hoy en día en la sociedad y lo único en que destaca. Posiblemente esa sí sea una capacidad de Valentín, su profesionalidad, destreza y conocimientos teóricos incluso, porque le gusta leer artículos de esos psicológicos de las revistas, sobre la risa y la carcajada. Su broma preferida era esconder la cara con sus manos y al descubrirla mostrar los parpados remangados hacia arriba, enseñando el rojo sanguinolento de su interior. Después, como siempre, estallaban en su boca tres sonoras carcajadas. En una ocasión recuerdo que me dijo algo, que sin duda ha sido la conversación más larga que hayamos tenido nunca, y que me impresionó, por eso no se me ha olvidado. Precisamente fue después de un ataque de risa de esos que duran media hora y sólo ver al otro reírse hace que la cadena continúe.
Después, una vez recuperamos el control, se puso muy serio y me dijo: Roberto, sabes, me gustan las carcajadas, esas carcajadas desgarradoras, esas que duelen, y a veces pienso que me gustaría ser una carcajada, poder vender carcajadas o guardarme unas carcajadas para otro momento. También me gustaría soñar con carcajadas y nunca he soñado con ellas. Me gusta mearme encima a carcajadas y no me fío de quien no se haya meado nunca encima en su vida a carcajadas. Tampoco me fío de algunas carcajadas, y sé, sin saber porqué, si la carcajada es sincera. Pero Roberto, por norma, me cae bien la gente que se ríe a carcajadas y me ha gustado el ataque de risa de antes, me gustan los ataques de risa, ataques de risa a traición que te hagan llorar.
Reconozco que ese día Valentín me descolocó.
Pero el problema, como podéis imaginar y como es fácil de comprender, es que aunque Valentín me machaque con lo de la voluntad, aunque yo a veces así lo crea o comente para no discutir e incluso para intentar convencerme con algo que parece más real, más sostenible, en definitiva más creíble. Lo cierto es que eso no es así. Ojala fuera así de sencillo.
Como decía, es fácil comprender que el problema no estriba en que no haya recursos físicos disponibles de qué proveerse en la mesilla de noche para hacer frente a esa contrariedad: libreta y bolígrafo o grabadora. Incluso recursos psicológicos: organizarse, intentar ser más metódico, autodisciplina, esforzarse en adquirir ese hábito, etc. Todo ello merecería la pena sólo para callar la bocaza de Valentín con su dichosa voluntad.
Eso sería lo normal, aunque no es sencillo os lo puedo asegurar, pero es lo que se suele hacer y yo, por supuesto, lo he hecho. Y me he sentido feliz por ello y he dormido a pata suelta pensando en restregárselo a mi compañero de piso por la mañana. Pero la realidad es que ese no es mi problema, ese no es el problema que me está volviendo loco. El problema que a mí se me plantea una vez tras otra es mucho más complicado, difícil de solucionar y de explicar. Es un problema extraño, si, es un problema de esos que al final te estigmatizan. Es un problema horrible, defraudante, castrante, incapacitante, mosqueante, sobre todo eso, mosqueante. Y lo peor es que nadie me cree, me escuchan y puedo observar como la expresión de su cara pasa de la curiosidad al desconcierto para acabar en sarcasmo o burla directamente. Por eso he decidido relatároslo ahora por escrito, y durante el día, para poder vigilarlo atentamente durante por lo menos 24 horas que me he propuesto aguantar sin dormir.
Me explico. Mi problema es que aunque lo escriba, lo grabe a viva voz o lo marque con sangre en la pared, a otro día, cuando voy a comprobar lo escrito, siempre está incompleto, una y otra vez me encuentro con que misteriosamente le faltan frases entremedias del texto, hay palabras cambiadas que hacen la frase incomprensible, frases sin sentido y finales que se te habían antojado mágicos la noche anterior, perdidos por completo. Al principio siempre tendía a pensar que el error era mío, que seguramente el que fallaba era yo, que probablemente estaba obnubilado, aturdido por el sueño, soñando incluso o sonámbulo. Pero la verdad no es esa y no me voy a engañar más, al final he tenido que admitir que la razón es mucho más extraña, esos textos cambiaban, desaparecían, se volatilizaban y no era culpa mía. Al final todos terminaban hechos una bola en la papelera, bueno en un enorme y viejo cofre de mi abuela a modo de gran papelera que tengo en mi habitación, como un almacén o más bien como un ataúd de relatos mutilados y deformados que continuamente hacían resonar mis sentimientos de frustración en mi cabeza.
A partir de ese momento de absoluto convencimiento, no puedo dejar de pensar en ello, de preguntarme porqué, no paro de darle vueltas todo el día, desde que me levanto hasta que me acuesto, buscando una explicación. Incluso últimamente por la noche tampoco me vienen ideas, o relatos que poder escribir, creo que es porque mi obsesión por esa duda no me deja concentrarme. Otras veces pienso que es el miedo inconsciente a escribir y que todo se pierda de nuevo por la mañana lo que me tiene bloqueado. Lo cierto, es que todo el día estoy igual de obsesionado, dale que dale a las mismas preguntas: ¿A dónde van esos relatos perdidos? ¿Cómo se pueden recuperar? ¿Quien me los roba? ¿Quien me los roba? ¿Quién me los roba?...
Al final parece como si estuviera loco, como si se me hubieran descompuesto las neuronas, como si estuviera desneuronalizado y estigmatizado. Ya en mi pueblo todo el mundo piensa que estoy loco, bueno todo el mundo que lo sabe porque yo se lo he contado, porque como comprenderéis no se lo voy contando a todo el que me encuentro por la calle. Lo cierto es que debería de llevarlo más en secreto, pero tengo la esperanza de encontrar a alguien a quien le suceda lo mismo que a mí.
Yo a veces me río solo, me hace gracia cuando recuerdo mi sorpresa por la mañana al encontrar textos totalmente cambiados, frases que desaparecen y te lo dicen: sale una frase en su lugar que te dice “me he esfumado, idiota”, y tu lo ves así escrito a otro día. Hay otras frases que encima de que desaparecen no dicen ni “adiós” y ni siquiera recuerdas que las escribiste. Las que más joden son las que si te acuerdas perfectamente de que las escribiste, y sabes que enlazaban con la siguiente a la que hace perder todo su contenido. O esas otras que recuerdas perfectamente que no eran una frase usual, corriente, sino una frase de esas que te salen de vez en cuando de dentro de la sesera y que repasas en tu mente y parece que detienen el tiempo, rebotan una y otra vez en el fondo de la coronilla por dentro y en los ojos, por dentro también, paladeando ese instante, esa frase mágica. Y sin embargo, a otro día, no sólo no están, no sólo no las encuentras, sino que en su lugar hay otra frase que dice groseramente ¡te la cascas! así como echándote en cara que no te tomes más interés en ellas, o que hagas algo que yo no sé lo que es por recuperarlas. No sé lo que me piden, no sé lo que quieren de mí. Solo sé que soy castigado de esa forma por algo que no alcanzo a entender.
Otras veces, frases que he escrito en español, aparecen en francés o en ingles, o en árabe, también me han aparecido algunas en árabe. O te encuentras en su lugar el dedo corazón tieso, un dedo de esos que te hacen el santo o como se llame, peineta cuando la hace Fabio Capello.Y lo que no aguanto, y más me tortura es el hecho de que se pierdan, que ese relato quede convertido en nada, en un amasijo incomprensible sin contenido alguno producto de la desaparición de palabras, frases enteras y transformaciones absurdas. Y que todos esos contenidos, todos esos relatos completos, alguien los pueda capturar, que alguien sea capaz de capturar esas ondas y hacerlas suyas dejándome los despojos de su festín. Que alguien pueda robarme mis frases, robarme mis relatos, mis cuentos, mis poesías.
Al final de las 24 horas me encuentro muy cansado pero no me atrevo a dormir, algo no me merece confianza, me siento inquieto, desasosegado, con una sensación continua de alarma, como si algo malo fuera a suceder de un momento a otro. A pesar de que este relato sigue completo y ya ha pasado una noche hay algo que no comprendo, pero que me hace sentirme inseguro, amenazado. Decido para estar totalmente seguro aguantar una noche más sin dormir para vigilar mi relato. Podría dejar de guardia a Valentín. Que por cierto se me ha ofrecido ya en varias ocasiones, dándose cuenta de que cada vez me encuentro más cansado y deteriorado. Pero esto necesito hacerlo yo mismo, convencerme por mi mismo y una noche más sería suficiente.
Valentín pregunta mucho, y con cierta sorna, por como va el experimento poltergeist. Bromea también con que si quieres te dejo la escopeta de caza de mi padre, o cuidado con el ladrón de relatos, o que si he ido al rastro a buscarlos, etc. La verdad es que le podía perdonar y aguantar el que me insistiera pesadamente con lo de la poca voluntad, pienso que lo hacía para motivarme, por lo menos eso pensaba entonces. Pero estas bromas no me gustan, cada vez me molestan más y comienzo a pensar que me insiste para que lo deje vigilando y me acueste de una vez.
A las 3 horas de la madrugada de la segunda noche de guardia tengo que reconocer que estoy muy cansado y que me está afectando psicológicamente la falta de sueño e incluso que me estoy planteando seriamente cuando llevo 36 horas seguidas vigilando el dejar que Valentín me reemplace el tiempo que queda hasta las 15 horas del día de hoy, hora en que se cumplirán las 48 horas que acabé el relato, ya que tanto interés se toma y tantas veces se me ha ofrecido.
Por fin, decido que lo voy a dejar vigilando, reconozco que estoy mal y la falta de sueño me está afectando, ya no hay nada que consiga mantenerme despierto.
Seguidamente me acuesto y al momento caigo en un profundo sueño.
Me despierto a las 16 horas, y he dormido 13 horas seguidas, el plazo se cumplió hace una hora. Me he levantado con una terrible sensación de miedo, de terror y porqué no decirlo de rabia, o mejor dicho, de odio ante una despreciable traición que no tiene perdón y que no estaba dispuesto a perdonar. Como una insana y macabra premonición que se gestó según creo mientras dormía, me levanto totalmente seguro de que mi relato una vez más se había perdido, me lo habían robado. Fui a comprobarlo y tal y como me temía así había sucedido. Una vez más, la frustración, la sensación de castración, de corrosión por dentro, el odio y otras muchas nuevas sensaciones y emociones que ahora si sabía hacia quien iban dirigidas.
Ahora estoy terminando el relato, después de asfixiar a Valentín, que yace en su cama con una bolsa de supermercados AIREFRESCO en la cabeza. Si tengo que ser sincero, no ha sido difícil porque en realidad Valentín no ha opuesto mucha resistencia, o más bien ninguna, estaba durmiendo en su habitación o eso es lo que pretendía que yo creyera, y se ha limitado a mirarme fijamente con cara de contrariado, como esas personas que despiertas de un profundo sueño y no saben donde están y les cuesta reaccionar. Sólo miraba con incredulidad la bolsa de plástico que yo llevaba en la mano y no dijo nada, bueno dijo algo como “pero si es Domingo” o eso me pareció a mí, lo cierto es que no entendí a qué venía eso. Después, cerró los ojos, como aceptando su destino sabiéndose culpable, echó la cabeza ligeramente hacía adelante, como si fuera a dejarse caer otra vez en la cama, aunque más bien pensé que me la ofrecía resignadamente, momento que aproveché para introducir su cabeza dentro de la bolsa y sujetársela fuertemente al cuello anulando sus manos con mis rodillas. Sus esfuerzos por liberarse hicieron que el aire que disponía dentro de la bolsa se acabara rápidamente y su agonía también. Ese enorme esfuerzo por liberarse, respondía más a un instinto de supervivencia que a un acto de rebeldía, puesto que estoy convencido de que el muy desagradecido y cobarde consciente del mal que me había causado y de la ingratitud de sus actos, aceptaba con resignación su castigo. En cuanto a mi, estoy tranquilo y sereno. He seguido los designios de una fuerza superior que me ha dictado cada uno de los pasos que tenía que dar desde que desperté con el fin de hacer justicia y que mis relatos vuelvan a mi mente liberados de la mente del ladrón que me los robó.
A pesar de semejante escena, estoy intentando dar forma a este último relato, inacabado y nuevamente mutilado que quedará para la posteridad como el último y trágico final de un relato inexistente, producto de la mente enferma de un pobre loco, así lo afirmará todo el mundo, que tras casi 48 horas sin dormir y en pleno delirio, asesinó a su amigo y compañero de piso, Valentín. Un ladrón de relatos, os lo puedo asegurar.
Mientras la policía anda de aquí para allá por la vivienda ultimando los pocos trámites que un caso fácil como éste conllevan, la inspectora Ibáñez lleva horas hurgando en el interior de un viejo baúl lleno de bolas de papel arrugado conteniendo la mayoría de ellas entre cinco y diez folios grapados. La inspectora Ibáñez llevaba horas inmersa, como hipnotizada, sin poder apartar la vista de aquellos magníficos y absorbentes relatos que convertidos en bolas de papel, a modo de huevos kinder, le ofrecían como sorpresa.
Paró un momento de leer uno de tantos relatos, porque una interrogante hace rato que le daba vueltas por la cabeza ¿qué hacían aquellos interesantes relatos archivados de esa forma tan extraña u original?, por decirlo de alguna forma. Esa interrogante quedó totalmente resuelta cuando encontró entre las pelotas de papel una que contenía un solo folio y que parecía el final de un relato o mejor dicho la continuación del que sostenía en sus manos y que acababa de leer, el último relato, que a su vez era una confesión.