"Nada hay en la mente que no haya estado antes en los sentidos" Aristóteles
Como duelen los sentidos, pero aún más duele el sinsentido. El sinsentido de la persona que no estando privada de ellos, no sabe utilizarlos o bien los infrautiliza haciendo un mal uso de ellos, no disfrutando de lo que por medio de ellos se puede disfrutar, solamente utilizándolos para la más absoluta cotidianidad, condenándolos a una vida sin sentido y superficial.
Os imagináis una vida sin sentidos, una vida privada de nuestros órganos de los sentidos, creo que es algo inimaginable, se perdería la esencia misma de la propia vida, seriamos un vegetal, una roca, un mueble, un trasto.
Una vida sin olfato, olfato para disfrutar de un buen perfume, para huir de un desperfume, olfato para los negocios, olfato para el amor y también para el desamor. Creo que podría vivir sin olfato aunque reconozco que sería bastante incomodo.
Sin el gusto, nada nos daría gusto y todo tendría el mal gusto del no gusto. No podríamos saborear un buen guiso, lo cual nos haría sentirnos a disgusto. ¿Y que poco gusto daría no sentirnos a gusto, tomando algo de mal gusto, sintiéndonos a disgusto? Pienso que de alguna manera terminaría por acostumbrarme a no depender del sentido del gusto, insisto, no me daría gusto, pero creo que llegaría a sentirme a gusto sin el sentido del gusto.
En cuanto al tacto, tacto monta, monta tacto, la vida no la sentiríamos igual. Y la vida está para sentirla, para palparla intensamente, tantearla una y otra vez, consumirla con tacto, de un largo trago y con los ojos cerrados sintiéndola en la piel y saboreando cada minuto de ella. El tacto es el hermano listo, fino e inteligente de los tocamientos. El tacto nos sirve para tantear, tocar, acariciar, indagar palpar y actuar con tacto. ¿Qué seria de mí sin tacto?
Ahora debo de ir con vista. Porque no es fácil transmitir la importancia que tiene este sentido para nuestra autonomía, autonomía para el trabajo, para el ocio, para nuestras relaciones sociales, para nuestra vida cotidiana. Si nos falla la vista nos falla la orientación, nos sentimos desorientados, perdidos, inseguros. Se nos va la más especial de nuestras capacidades, la que nos da el color, color de las flores, del cielo, del mar. Pero también se va el color de las caras, las caras ya no nos dicen nada, lo mismo da una cara de entusiasmo, de miedo, de alegría o de tristeza. Que triste no tener caras que ver, no poder sorprendernos con la gran pluralidad de gestos diferentes, no poder leer el lenguaje corporal, no poder leer nada.
Cuando en algunas ocasiones con motivo de algún juego, de pequeño con los amigos , pero sobretodo de mayor con los hijos me he cegado tapándome los ojos con un trozo de tela, he podido verdaderamente acercarme, sólo acercarme a lo que en verdad puede sentir una persona ciega y he experimentado el miedo, mucho miedo, miedo a la posibilidad de que al quitarme la tela de los ojos todo siga igual, lo que ha hecho que instintivamente y de un tirón me quite ese trapo de los ojos y con total avidez abra los ojos para de algún modo comprobar que todavía puedo ver, y así experimentar de nuevo, recorriendo la vista por todos lados parándome en cada objeto, la agradable sensación de poder ver y observar todo cuanto se cruza en mi ángulo de visión.
Y aún así, después de abrir los ojos y comprobar que todo sigue igual que esa experiencia era un juego y que todo a pasado ya, como digo, aún así, no puedo apartar de mi mente sobrecogida y atónita, el susto que me ha producido el pensar en todas aquellas maravillas de las que no podría deleitarme si ya no disfrutara del sentido de la vista: un magnifico cuadro, un atardecer, un eclipse, diferentes paisajes con todo su colorido, un cielo estrellado y tantos otros que sería imposible detallar.
El oído… si un día me faltara el oído, mi mente se nublaría. Quedaría quieta y perdida esperando un sonido que jamás llegaría.
Mi mente preguntaría y nadie le contestaría, el silencio sería la única contestación que tendría y confusa, muy confusa quedaría pues en adelante no sabría en quien confiar y a quien preguntar.
Por las noches oigo a mi mente sollozar echando de menos con quien dialogar, si no puedo escuchar que razón hay para hablar. Sensación de vacío, inmensa quietud, una quietud sobrecogedora e infinita que para siempre me espera y nada puedo hacer por evadirme.
Solo y envuelto en la soledad más silenciosa, cuanto daría por un grito, por un grito desgarrador que de súbito devolviera el sonido a mi razón. Solo me encuentro por dentro y nada me saca de mi interior, mi vida se ha convertido en un mundo seco y podrido que me hiere en el corazón.