
“Aunque desee acostumbrarme a mis ausencias, estas siempre vuelven a mi conciencia, pues hay infinidad de objetos, formas y situaciones que me las recuerdan”
Hay ausencias y ausencias con mayúscula.
Todos somos conscientes de personas que se ausentan de una reunión ó de una celebración ó de un rincón de nuestra vida y nos puede inquietar más o menos dependiendo de la cercanía y del roce. Incluso ausencias por la muerte de personas más o menos conocidas personalmente o no, y también esto nos puede llegar a afectar, aunque parece que es algo a lo que con el tiempo nos adaptamos aceptándolo como algo intrínseco a la naturaleza humana, olvidándolo y pasando página al cabo de no mucho tiempo.
Pero hay ausencias con mayúsculas, ausencias de verdad, ausencias que se huelen, se paladean pero no se terminan de tragar y mucho menos de digerir, ausencias que se lloran hacía adentro y te ahogan en tus propias lágrimas, en tu propia desesperación.
Son las ausencias verdaderas, aquellas que se forjan a lo largo del tiempo, aquellas que se funden en tu vida acoplándose a ella y cuando se ausentan arrancan llevándose pegada parte de tu vida que ya no volverá.
Y hay una parte del camino, de ese largo camino que todos debemos hacer, que a cada paso que damos se va tornando más oscuro, más doloroso y más frío. Y es esa parte del camino donde las ausencias, las verdaderas ausencias se vuelven más perseverantes, son como una epidemia maligna que envenena lentamente el corazón, como un viento persistente que seca de forma insidiosa el alma, como una fragmentación de la vida que ya no tiene fin. Ausencias de padres o familiares allegados, ausencias de amigos de verdad, ausencias de parejas que han compartido con nosotros toda una vida. Estas son las ausencias con mayúsculas. Estas son las ausencias que duelen, que dejan hueco, un hueco que ya no se podrá llenar jamás.
Una etapa de la vida en la que las ausencias se suceden unas a otras dejando atrás un terreno yermo de sentimientos y creando un desarraigo de todos aquellos lugares o sitios, en definitiva de aquellos escenarios donde normalmente se ha desenvuelto nuestra vida y que poco a poco van quedando más lejanos.
La vida no se acaba, la vida sigue adelante y hay que vivirla con ilusión, pero ese escenario cambia e incluso los actores también y ya nos cuesta recordar cual es nuestro verdadero papel.
Hay ausencias y ausencias con mayúscula.
Todos somos conscientes de personas que se ausentan de una reunión ó de una celebración ó de un rincón de nuestra vida y nos puede inquietar más o menos dependiendo de la cercanía y del roce. Incluso ausencias por la muerte de personas más o menos conocidas personalmente o no, y también esto nos puede llegar a afectar, aunque parece que es algo a lo que con el tiempo nos adaptamos aceptándolo como algo intrínseco a la naturaleza humana, olvidándolo y pasando página al cabo de no mucho tiempo.
Pero hay ausencias con mayúsculas, ausencias de verdad, ausencias que se huelen, se paladean pero no se terminan de tragar y mucho menos de digerir, ausencias que se lloran hacía adentro y te ahogan en tus propias lágrimas, en tu propia desesperación.
Son las ausencias verdaderas, aquellas que se forjan a lo largo del tiempo, aquellas que se funden en tu vida acoplándose a ella y cuando se ausentan arrancan llevándose pegada parte de tu vida que ya no volverá.
Y hay una parte del camino, de ese largo camino que todos debemos hacer, que a cada paso que damos se va tornando más oscuro, más doloroso y más frío. Y es esa parte del camino donde las ausencias, las verdaderas ausencias se vuelven más perseverantes, son como una epidemia maligna que envenena lentamente el corazón, como un viento persistente que seca de forma insidiosa el alma, como una fragmentación de la vida que ya no tiene fin. Ausencias de padres o familiares allegados, ausencias de amigos de verdad, ausencias de parejas que han compartido con nosotros toda una vida. Estas son las ausencias con mayúsculas. Estas son las ausencias que duelen, que dejan hueco, un hueco que ya no se podrá llenar jamás.
Una etapa de la vida en la que las ausencias se suceden unas a otras dejando atrás un terreno yermo de sentimientos y creando un desarraigo de todos aquellos lugares o sitios, en definitiva de aquellos escenarios donde normalmente se ha desenvuelto nuestra vida y que poco a poco van quedando más lejanos.
La vida no se acaba, la vida sigue adelante y hay que vivirla con ilusión, pero ese escenario cambia e incluso los actores también y ya nos cuesta recordar cual es nuestro verdadero papel.