Valentín es un hombre simple, es un hombre bueno porque su
simpleza no incluye mecanismos como la desconfianza, la malicia o segundas
vueltas. Ya sabes, eso de “ir con segundas”, tampoco la avaricia o la
competitividad. No es una bondad por empatía, o sea, porque se ponga en el
lugar del otro y eso le impida ser dañino o malo, sino todo lo contrario, lo
usual en Valentín es decir sin pensar lo primero que se le viene a la cabeza,
sin preocuparse si ello será más o menos
oportuno o te dolerá o no. Es una bondad más bien tonta, de falta de recursos
en los sesos. Porque todo eso lo hace sin darse cuenta, sin malicia, sin
planear nada, tontamente. Y digo esto, porque si él intuyera que eso que va ha
decir puede ofender o molestar y ello le pudiera traer problemas, por miedo,
aunque sólo fuera por esa razón, el miedo, ya no lo diría. Porque Valentín, a
pesar de su nombre es muy miedoso, más bien se debería llamar “Cobardín”. Es
cobarde, todo le da miedo y de todo huye. Si le levantas la voz y te encaras
con él, se mea encima, o se bloquea, y en el mejor de los casos, se pone rojo,
retira la mirada casi como si los ojos se le volvieran hacia atrás, se da la
vuelta y huye sin decir nada.
Hay ciertas épocas de la vida en que uno tiende a refugiarse en su castillo interior, a pasear perdido con la mente embotada por sus grandiosos salones y a recrearse insensatamente en sus miserables y tristes calabozos, hasta llegar a perderse en ellos para siempre.
jueves, 28 de noviembre de 2013
viernes, 8 de noviembre de 2013
CONTEMPLANDO A LOS VENCEJOS (Continuación)
“Mi tío Amancio, a
pesar de su nombre no era capaz de amar, no amaba la vida y no se amaba a sí
mismo”
Esto
me hace recordar a mi tío Amancio. Era muy alto y delgado, siempre muy bien
peinado, con un pelo muy negro, engominado y echado hacía atrás. Yo lo percibía
como un hombre tremendamente escrupuloso
ante todo: la enfermedad, las heridas, noticias de guerra y de muerte,
contaminación, suciedad. Todo le hacía adoptar un gesto que yo veía ya
característico en él, como si el cuerpo entero se le encogiera queriendo
desaparecer, esfumarse. Y muy aseado, aunque eso si, un poco antiguo a la hora
de vestir, vamos que no le preocupaban los cambios de moda.
Me llamaba la atención algunos rasgos muy
marcados de su cara sobretodo algunos surcos en ella que muy al contrario de
parecer arrugas que anuncian el paso del tiempo, a mi tío le daban un aire
interesante, como de persona experimentada y culta, yo recuerdo que pensaba que
esos surcos en la frente, alrededor de la boca y a los lados de su nariz, más bien
eran señales de sus muchos momentos de reflexión y meditación sobre cuestiones
tremendamente difíciles e importantes. A pesar de ello la expresión de su cara
no era de dureza, sino más bien era una expresión afable y cordial. Tendría
alrededor de los cuarenta y uno o cuarenta y dos años y era soltero, por eso
vivía todavía con mis abuelos. Su comportamiento conmigo era esplendido, era
amable, cariñoso, divertido y lo más importante generoso. Yo le quería mucho y
me gustaba que viniera a casa. A veces salíamos los dos a dar una vuelta y me
compraba cosas, otras me llevaba al fútbol, que a él le apasionaba y otras
simplemente nos divertíamos en casa.
Recuerdo que siempre esperaba con gran
excitación y nerviosismo el comienzo de la feria. En estas ocasiones siempre
aparecía por casa muy arreglado, pedía que me arreglaran a mí y solicitaba
permiso, de forma muy ceremoniosa, a mis padres para hacerse cargo de mi
custodia durante toda la tarde, yo ya sabía a donde íbamos a ir. Mi excitación
aumentaba hasta límites que aún no he vuelto a experimentar.
Me gustaba tirar con las escopetas a los
chicles y a los cigarros de colores, estos, claro está, para mi tío, aunque lo
cierto es que nunca le daba. Nunca llegué a entender porque a pesar de tener
encañonado el cigarro, el perdigón se desviaba tanto. Mi tío Amancio
argumentaba el hecho diciendo que se me debía de mover la escopeta al apretar
el gatillo. Era incapaz de admitir delante de mí, la posibilidad de que
existiera la trampa en la feria, un lugar mágico, un santuario para niños, que
se supone debería ser tan inocente como ellos. Así era mi tío, siempre tratando
de protegerme, siempre muy correcto y siempre muy tímido. Recuerdo esto de la
timidez porque me llamaba la atención, precisamente paseando por la feria, que
a pesar de que las chicas le miraban y reían, coqueteando con miradas
insinuadoras, el jamás respondía de forma alguna, parecía como si no se
enterara. Cosa totalmente imposible, lo puedo asegurar.
Lo que más nos gustaba de toda la feria y
donde pasábamos muy buenos momentos, era en los coches de choque, los dos nos
divertíamos mucho y reíamos, cada uno en un coche. Nunca más en todo el año lo
volvía a ver reír de esa manera. Yo echaba de menos el que viniera más a menudo
por casa, pero a veces oía a mama comentar con otras personas que el tío
Amancio en ocasiones se pasaba temporadas sin salir de la casa de mis abuelos,
incluso de su habitación. Yo eso no lo entendía, no comprendía porqué, sería
por cuestiones de trabajo, sería un espía y después de una misión debía
quitarse un tiempo de la circulación. Pero al final me acostumbré a verlo
aparecer y desaparecer, acepté que él era así y no pensaba más en ello.
Hasta que un día desapareció de nuevo pero
ya no volvió, lo encontraron en su habitación a la mañana siguiente con un
tarro vacío de ilusiones y de vida y lleno de capsulas de miedo, dolor y
desesperanza, esto nunca lo entendí, para mi él lo tenía todo, era guapo, alto,
soltero y con un buen trabajo, aunque últimamente faltaba mucho. Conmigo
siempre se mostraba divertido, y reíamos continuamente. Durante mucho tiempo la
idea de su estatus de espía y de un asesinato disimulado en suicidio tomo
cuerpo en mi mente y así se lo contaba en secreto a mis más íntimos amigos.
Más tarde cuando crecí y sentí los primeros
envites de la depresión, pensé que me parecía a él y esto era producto de la
herencia. Cosas de la genética, y ante eso nada podía hacer excepto aceptar mi
destino y esperar con desazón el momento fatal de continuar con la tradición
familiar.
Así lo pensé hasta que mi psicólogo me
explicó que podemos luchar contra ese destino, que podemos escribir nuestro
propio destino, el que nos convenga y que el terminar como mi tío Amancio
depende de mí, de mi decisión, al igual que él tomó la suya en un determinado
momento. Y que la genética no es tan cruel ni determinante, mucho más
determinante se muestran las creencias, sobre todo esta que yo venía
alimentando y que unía inexorablemente mi destino al de mi tío.
Mi tío Amancio, a pesar de su nombre no era
capaz de amar, no amaba la vida y no se amaba a sí mismo. Ojala hubiese
encontrado en su camino un consejo que le hubiese devuelto esa capacidad, ojala
hubiese contado con mi terapeuta. Ojala hubiese superado ese momento, hubiese
apartado de su mente esos miedos, esos fantasmas una vez más.
miércoles, 2 de octubre de 2013
CONTEMPLANDO A LOS VENCEJOS
“Como echo de
menos la época en que me sentía vencejo. Ansío su libertad, su gracia, su
planear decidido, su alegre chillido.
Sin
embargo ahora sólo soy capaz de recordar y retener en la memoria su cara
triste, su huida al atardecer”
Recuerdo los atardeceres en primavera, cuando
el cielo se plagaba de vencejos, allí sentado placidamente en la terraza de mi
casa, en el pueblo, al que suelo ir muy a menudo, me sentía pletórico, lleno de
vida, feliz por poder disfrutar de ese sencillo panorama.
Por entonces disfrutaba al ver a los
vencejos dar vueltas y vueltas incansablemente alrededor de la terraza, pasaban
por delante de donde yo estaba sentado planeando casi rozando los tejados y
desaparecían para volver de nuevo a los pocos segundos y así daban vueltas y
vueltas girando siempre en circulo. Me encantaba ver como al pasar por delante
de mi chillaban como locos de
contentos. Ahora recuerdo que pensaba que se asemejaban a niños cuando dando
vueltas en el “Babi Mariloli” en la
feria, cada vez que pasaban por delante de los padres, gritaban y saludaban
contentos con gran jolgorio.
Los vencejos siempre me hacían
pensar en la suerte que tenía al poder contemplarlos, en lo bello y grandioso
de poder vivir la vida, en la cantidad de pequeñas grandes cosas que teníamos el privilegio de
poder percibir y disfrutar, de ver, de oler y de sentir. Me sentía feliz por
estar vivo y poder disfrutar de la vida y me quedaba horas y horas contemplando
a los vencejos.
Y sin embargo ahora todo es muy distinto, no
entiendo porqué. Esa misma escena me parece deprimente. Ahora cuando subo a la
terraza y me siento en mi vieja mecedora como
entonces, esta misma tarde he estado allí sentado intentando disfrutar de nuevo
de la primavera, y los vencejos me parecen gilipollas dando vueltas y
vueltas, que sentido tiene, no entiendo
como vienen de tan lejos, de África, para dar vueltas a una terraza horas y
horas. Pienso que deben de ser muy simples, como autómatas, pasan la vida
haciendo círculos sin saber porqué, gritando como posesos en su desesperación y
su tontuna. Me dan mucha pena y me pregunto ¿a donde irán cuando anochece?, todo queda en silencio de pronto. Supongo que dormirán sin ser conscientes de ello y
soñaran con dar la vuelta más rápida e inútil de su vida. Y al día siguiente
otra vez a dar vueltas sin saber que han hecho al llegar la noche ni con que
han soñado, simplemente dan vueltas a mi terraza. Ahora, no aguanto estar en la
terraza, poco a poco me embarga una sensación de angustia, de vacío.
miércoles, 18 de septiembre de 2013
OPTIMISMO
En este preciso momento, soy el hombre
más feliz del mundo: me encuentro en el
porche de mi casa escuchando la lluvia caer
y disfrutando de ese olor a ozono que
se desprende al abrazarse la lluvia y la
tierra, de un magnifico día gris oscuro,
leyendo plácidamente un libro que quizás
no pueda terminar y esperando que amanezca
un nuevo día que me llevará a un aséptico,
relucido, flamante e impersonal quirófano a
someterme a una operación a vida o muerte, de la cual no sé si volveré a ver la luz del día.
más feliz del mundo: me encuentro en el
porche de mi casa escuchando la lluvia caer
y disfrutando de ese olor a ozono que
se desprende al abrazarse la lluvia y la
tierra, de un magnifico día gris oscuro,
leyendo plácidamente un libro que quizás
no pueda terminar y esperando que amanezca
un nuevo día que me llevará a un aséptico,
relucido, flamante e impersonal quirófano a
someterme a una operación a vida o muerte, de la cual no sé si volveré a ver la luz del día.
jueves, 29 de agosto de 2013
AURORA
"A veces hay que mirar de cara a la luna e igualmente al sol aunque te abrase"
OCASO
A veces la vida no revela ningún
sentido, mas bien parece un sin sentido, los acontecimientos se suceden sin ton
ni son, los días transcurren uno tras otro, el cielo siempre es azul y la noche
oscura.
A veces cierro los ojos y me pregunto...
¿Por qué?
Porqué esta escena me parece incompleta,
cual es mi papel, porqué esto me tiene que estar pasando a mí, que es lo que
falla, que pieza falta en este puzzle, pero no consigo entenderlo.
AURORA
Cuando se produce el milagro de la
noche, alzo la vista, abro mi mente y admiro expectante: la espectacular
aparición del firmamento en toda su grandeza y esplendor, su imponente puesta
en escena en su aparente armonía. Entonces la vida cobra sentido y valor, a la
viveza del día le sigue la belleza oculta de la noche, a la impetuosa vitalidad
del sol le sigue la misteriosa madurez de la luna. Ahora el escenario está
completo.
REVELACIÓN
Entonces lo entiendo todo…. A veces mi
mente no alcanza a ver la realidad, no admira la escena en su totalidad, sino
que solamente ve una parte de ella, aquella parte que su estado emocional le
deja ver, un todo incompleto y sesgado, una mirada de soslayo, tímida y
parcial.
A veces hay que mirar de cara a la luna
e igualmente al sol aunque te abrase.
martes, 9 de julio de 2013
INDEFENSIÓN
Ahora
dejadme solo.
Ya
me habéis convencido, salid de mi cabeza. No sé si lleváis razón o no, no sé si
exageráis.
Todo está decidido. Sólo quiero quedarme a
solas un momento para volarme los sesos.
jueves, 20 de junio de 2013
LA TRAMPA DEL ESTADO DEL BIENESTAR
“Antes la gente se
reunía en las plazas, ahora las hemos cambiado por rotondas”
No
me malinterpretéis, nada más lejos de mi realidad que el querer renegar de los
adelantos que la sociedad ha ido consiguiendo a lo largo de la historia, pues
entre otras cosas soy un apasionado consumidor de todos ellos. Es sólo que pienso que paralelamente también
tendríamos que habernos esforzado en conservar algunas costumbres ancestrales
que de una forma o de otra han destacado por su gran valor adaptativo y
facilitador del desarrollo del ser humano como ser eminentemente social.
Como
digo, estas viejas costumbres a que me refiero, son costumbres que han
posibilitado el desarrollo de la comunicación y por ende de la cultura, la
empatía, el compañerismo, el contacto físico, el valioso apoyo emocional cuando
este era necesario y otro sin fin de apoyos entre amigos, familiares, vecinos,
etc.
Es
sabido, el gran avance que supuso en general el descubrimiento del fuego, a
parte de por el cambio dietético que supuso al poder cocinar la carne, con la
aportación de proteínas que propicio el crecimiento rapidísimo del cerebro, pero
también por lo que significó a nivel de
relaciones sociales, las personas se juntaban alrededor del fuego para
compartir largos periodos de su vida, celebraciones, juegos, reuniones
importantes y otros, comenzando a tejerse una incipiente, pero prometedora red
social.
Más
tarde, por nombrar algunas, de siempre las tertulias de vecinos, cuando el
tiempo lo permitía, se han celebrado en la calle, punto de encuentro donde cada
cual se sacaba su silla y se compartían chismes, recetas de cocina, novedades
del pueblo y avances sobre el clima y la cosecha.
O,
cuando en la calle sólo había una televisión y esta se acercaba a la ventana
para que los demás vecinos acudieran, nuevamente con sus respectivas sillas,
para disfrutar del nuevo invento.
Las
fiestas, bailes y eventos se celebraban en las plazas, calles, ahora, en
cambio, en macro discotecas cada vez más sumergidas en el subsuelo y música a punto
de reventar los tímpanos que hace imposible la comunicación verbal.
Todas
ellas eran costumbres que proponían el acercamiento, el compartir y el
relacionarse por encima de todo.
Los
niños jugaban en la calle y los juegos era impensable el poder jugarlos en
solitario, sino que en todos había un denominador común, era necesaria la
reunión de varios niños y no sólo era necesaria la participación activa a nivel
físico, sino también a nivel oral y comunicativo.
Ahora
los niños juegan solos y sin moverse de su propia habitación con la
videoconsola playStation, Wii o Xbos… no necesitan reunirse físicamente para
jugar, ni siquiera para comunicarse, pues pueden hacerlo Online por medio del
móvil o del ordenador, gracias al twitter,
facebook o whatsApp, no hace falta mirarse a los ojos, reforzar lo dicho con el
gesto o con una palmada cariñosa en la espalda, se ha deshumanizado el dialogo
y la comunicación.
Antes
la gente se reunía en las plazas, ahora las hemos cambiado por rotondas.
Todo
está perdiendo identidad, nada es autentico, todo pierde su esencia y su
verdadero significado, las cosas importantes ya no interesan todo es pasajero,
rápido y sustituible. Hay una crisis total de identidad, costumbres que siempre
han significado y han proporcionado identidad y sentido a la existencia en
común, ahora ya no importan, desaparecen, se olvidan y sus efectos beneficiosos
y adaptativos para la humanidad nadie parece echarlos de menos, estaban ahí por
algo, que ahora ya ni siquiera se sabe porqué, sólo se pueden ver y sentir sus dañinas
consecuencias, aislamiento, incomunicación, falta de empatía, retraimiento y
algo tan negativo para las relaciones humanas como es la falta de habilidades
sociales que como la palabra dice es una habilidad que se adquiere, pero sólo
si se interactúa.
Hemos
llevado el concepto de intimidad a sus últimas consecuencias, todo lo podemos
hacer en la intimidad, a solas, sin necesidad de relacionarnos directamente con
nadie, quizás haya a quien le interese.
No
necesitamos a los demás para nada, todo podemos hacerlo en la más absoluta
soledad, podemos jugar, divertirnos, competir, relacionarnos, comprar, vender,
oír música, ver cine o teatro, hacer amigos o buscar pareja, todo sin salir de
nuestra propia habitación. Ese es todo el horizonte de muchas personas hoy en
día.
martes, 4 de junio de 2013
CARCAJADAS
Precisamente después
de un ataque de risa de esos que duran media hora y que sólo ver al otro reírse
hace que la risa continúe, como por contagio.
Como digo después,
una vez recuperamos el control, Valentín se puso muy serio y me dijo: Roberto,
sabes, me gustan las carcajadas, esas carcajadas desgarradoras, esas que
duelen. Y a veces pienso que me gustaría ser una carcajada, poder vender
carcajadas o guardarme unas carcajadas para otro momento. También me gustaría
soñar con carcajadas y nunca he soñado con ellas. Me gusta mearme encima a
carcajadas y no me fío de quien no se haya meado nunca encima en su vida a carcajadas. Tampoco me
fío de algunas carcajadas, y sé, sin saber porqué, si la carcajada es sincera.
Pero Roberto, por norma, me cae bien la
gente que se ríe a carcajadas y me ha gustado el ataque de risa de antes, me
gustan los ataques de risa, ataques de risa a traición, que te hagan llorar.
viernes, 17 de mayo de 2013
SORPRESA FATAL
- ¿De verdad crees que me asustas?
- ¿Piensas que mi rictus tenso y ligeramente desencajado, mi forma de sudar
profusamente, el temblor de mis manos y de mis piernas y mi respiración
jadeante, indican miedo?
Pues te equivocas, como bien muestran mis manos
ensangrentadas.
También pueden indicar IRA.
martes, 30 de abril de 2013
EL ESPIRITU DEL RIO
Me gustaría comparar
Mis sueños con los de los demás.
Me gustaría comparar
Para saber si soy preciso al
recordar.
Me gustaría comparar
Tan solo por experimentar
Que se siente al soñar
Todos juntos a la par.
Recuerdo recordado, recuerdos del
pasado
No sé si es bueno o es malo, no
sé si me interesa
Solo sé que de vez en cuando me
siento emocionado
Entonces me elevo al cielo y
vuelvo la vista ociosa.
Que puede haber de malo en soñar
Si la mente que es cabal y
poderosa
A lo largo de la vida de vez en
cuando con ello reposa
Y hasta incomoda el despertar
Me envuelven recuerdos y sueños
Sueño con entrañables
recuerdos del pasado
Que más da, con unos y otros yo me empeño
En no dejar escapar lo transitado
Y casi sin darme cuenta de mi
estado de consciencia
Me invade en este preciso momento
su espesa bruma
Y me planteo exponer sin abusar
de la paciencia
Un recuerdo,
un sentimiento, una época esquiva.
Hubo una época en que los niños a los 13 0 14 años todavía jugaban en la
calle, en que se inventaban juegos, en que los juegos tenían vida propia, en
que la vida era un juego. Y no era extraño que las aulas y el juego se
confundieran en un mismo lugar, que entre el juego y el aula solo hubiera una valla.
Hubo una época en que existía un rió, un instituto al lado del río, una perfecta comunión entre profesores y
alumnos, y un juego. Y a éste se jugaba compitiendo, compartiendo, rozándose,
agarrándose, sobre todo agarrándose.
Y consistía en perpetuar uno de esos esparcimientos de niños, en
insistir en seguir jugando a los 13 ó 14 años a lo de siempre, a lo que tan
buenos ratos nos había proporcionado anteriormente en la calles del barrio. En
seguir abrazándonos nostálgicamente a un “pillao” que no queríamos perder, a
una niñez que no queríamos que se fuera.
Y en esa época ese milagro se podía conseguir, sólo hacía falta
imaginación, y de eso sobraba. Hoy en día todo va muy deprisa.
El juego era el pillao, el lugar el río, y éste consistía en situarse a
un lado del margen del río, el que debía pillar, y al otro lado todos los
demás, y el juego comenzaba. Ya no había tregua, ni piedad, pero sí mucha
educación y compañerismo.
Y eso, que dicha diversión no estaba exenta de peligro, pues cuando el
que debía pillar saltaba hacía el margen donde estaban los demás para
pillarles, todos en bandada saltaban hacía el otro lado huyendo despavoridos.
Cada cual por donde bien podía y como podía. Unos detrás de otros, e incluso
encima de los otros. Los más rápidos, por los sitios más estrechos, más lamidos
por el continuo saltar de un día tras otro, o sea más cómodo y más seguro.
Otros por donde les dejaban.
De esta forma el ir y venir de un lado a otro, huyendo del que debía
pillarnos, cada vez se tornaba más vertiginoso y caótico, lo cual provocaba que tarde o temprano
alguien resbalara, tropezara con el ribazo o con otro compañero, o simplemente
midiera mal la distancia y cayera al agua.
Pero lo que solía suceder a menudo, es que el objeto del juego, que no
era otro que pillar, agarrar a alguien para que ocupara tu lugar, sucedía en el
peor sitio y momento, o sea, cuando estabas a medio saltar, en el aire, y abajo
el río, el agua, con el consiguiente baño desde la cintura hasta los píes,
ropas chorreando y una espesa sensación de amenaza al llegar a casa.
Eso si, antes he comentado que sobre todo imperaba la educación y el
compañerismo, y así era, os lo puedo asegurar.
Si alguien caía al agua, si alguno metía un píe, los dos píes, o hasta
la cintura, todos se paraban un momento, se producía un contenido silencio y
como un entrañable ritual, alguien preguntaba muy serio “¿Podemos reírnos?”, y
en una exhibición de autocontrol, el que había caído en desgracia, contestaba:
“si, podéis reíros” y a partir de ese
momento había revolcones, mandíbulas desencajadas y dolor de barriga producidos
por la risa, mientras el caído escurría sus zapatillas, calcetines y bajos del
pantalón.
Otras veces la caída era de mayor calado, y nunca mejor dicho, y había
que escurrir, además de lo anterior, el pantalón completo, los calzoncillos y
parte del jersey, y entonces, en ese caso, la actitud de todo el grupo era
unánime e indiscutible, todos se ponían
manos a la obra porque el objetivo principal era procurarse de lo necesario
para hacer una hoguera donde poder secar la ropa y a la vez calentarse,
intentando evitar así un altercado mayor al llegar a casa. Como esto a veces
era difícil, sobretodo por las inclemencias del tiempo de entonces, en esos
casos siempre se podía conseguir un aula y un par de estufas para secar las
distintas piezas de ropa, que se ponían encima de mesas y sillas frente a la
estufa, y todo ello, a veces con la complicidad de profesores y conserje.
Hubo una época en que los padres veían atónitos, sin entender nada, como
sus hijos entraban en casa, y en algunas ocasiones hasta por dos veces
seguidas, medio día y tarde, con los zapatos y los bajos del pantalón mojados y
nunca supieron porqué.
Pero ninguno vio a su hijo con el pantalón completo mojado y mitad del jersey,
porque para eso existía el “Espíritu del río” y la hoguera.
Es más, algunos padres se mostraban sorprendidos por lo cuidadosos que
eran sus hijos con la ropa, parecía que los pantalones eran nuevos. Y así era,
eran totalmente nuevos, pues la hoguera a menudo tiraba de más, entonces había
derrama para comprar unos nuevos.
Hubo una época en que había un río, hoy se lo ha comido el cemento.
También un instituto, hoy hay tres. Y
hubo una época en que existían unos críos que jugaban en la calle y que hoy a
su manera siguen jugando, pues tienen un recuerdo muy vivo y un espíritu que a veces aviva ese recuerdo, que es el
“Espíritu del río”.
Un abrazo a todo ese grupo de críos, y una pregunta: ¿Podemos reírnos?
martes, 26 de marzo de 2013
EN BUSCA DE UNA BUENA INTEGRACIÓN
“No hay una
lucha más ardua y desesperada que mi plena integración, inducida por tu apatía,
desidia o dejadez”
Es lo que más deseamos y
por lo que algunos trabajamos día a día, integración plena, a nivel personal,
social y laboral. Nuestro objetivo es que ese niño llegue a ser un adulto bien
adaptado, de acuerdo a sus posibilidades de entrenamiento y aprendizaje y para
ello debemos de desarrollar su Capacidad
de adaptación.
Hay dos conceptos para mí
fundamentales para trabajar en este sector de la discapacidad intelectual, los
cuales son imprescindibles para lograr la integración, estos son la Inteligencia Emocional
y la Capacidad
de Adaptación.
La adaptación, porque integración y adaptación
son dos palabras que van muy unidas,
incluso se complementan la una a la otra.
“Una persona llega a integrarse
como consecuencia
de la
adaptación, pero a su vez para poder adaptarse,
primero se
debe integrar, unir a otros.”
El otro concepto, que
para mí fue tremendamente esperanzador, es el término de Inteligencia
emocional, término que ha desbancado a la tradicional forma de entender la
inteligencia.
La Inteligencia Emocional, es
un conjunto de habilidades, que como cualquier otra
Habilidad se aprende.
Esperanzador, se puede
aprender. Como en otros casos de conductas inadaptadas, miedos aprendidos,
respuestas aprendidas, costumbres, etc. que igualmente se pueden desaprender o
eliminar y por el contrario, aprender otras conductas más adaptativas y
enriquecedoras. El antiguo concepto (C I) ó Coeficiente intelectual, podría
decirse que cerraba todas las puertas del éxito a la persona discapacitada
intelectual, simplemente lo excluía, sin darle ni una sola oportunidad. Esa
persona no tenía posibilidades de desarrollarse personal, social, ni
laboralmente.
Sin embargo, éste nuevo
concepto, que insisto, se puede aprender y desarrollar, vuelve a abrirle esas
puertas de par en par. Todos conocemos del entusiasmo, de la perseverancia, de
la capacidad de auto motivación, de la empatía, del altruismo, y en definitiva
de su buen carácter en lo que se refiere a ausencia de emociones negativas,
como la ira, venganza, envidia, etc. y es fácil reconocer en ellos, la
humildad, la felicidad, bondad, la lealtad y muchas otras que les hace que sean
personas superdotadas emocionalmente,
mientras es común observar a otras personas, que se suponen inteligentes, bien
situadas, con un gran currículo, cultas, ser incapaces de relacionarse o de
controlarse en determinadas situaciones, o de mantener un equilibrio emocional
medianamente estable, estos son claramente discapacitados emocionales, que a pesar de toda su inteligencia
fracasan en la vida y no llegan a conseguir
ser felices.
¿Quien de nosotros,
privilegiados trabajadores de éste sector, no conoce usuarios de nuestras
asociaciones más inteligentes emocionalmente que nosotros mismos?
“Cualquiera
puede enfadarse, eso es algo muy sencillo.
Pero enfadarse con la
persona adecuada, en el grado
exacto, en el momento
oportuno, con el propósitojusto
y del modo correcto, eso, ciertamente,
no resulta tan
sencillo. “ Aristóteles.
Sinceramente creo que eso que dice Aristóteles es
lo que debemos esforzarnos en enseñar en
nuestros centros, “hacer lo adecuado en el momento adecuado” y ese es un
trabajo de campo, complicado de enseñar en las aulas o talleres, el escenario
debe ser fuera.
Es un trabajo, también, que debe ser personalizado,
adaptado al nivel de cada persona, mientras que a uno está orientado a tomarse
un batido o una cerveza sin alcohol reposadamente, sin prisas, en la barra de
un Púb., a otro, consiste en dar un beso adecuadamente, cuando la ocasión lo
exige, no indiscriminadamente, sino de soslayo, no de frente como una lapa.
Esto no es coartar su desmedida capacidad afectiva, sino controlarla y
dosificarla, comer la cantidad adecuada y a un ritmo adecuado, hacerlo
correctamente, corregir y evitar conductas infantiles, vestir correctamente y
mantener una higiene adecuada.
Esto, en realidad no es tan difícil y si es muy
práctico y adaptativo.
Siempre los buenos hábitos y los buenos modales van
unidos a una mayor adaptación.
Este
objetivo es totalmente imprescindible que arranque y continúe apoyando la labor
de los profesionales desde la casa, que en el mayor de los casos es el foco de
estas conductas inadaptadas por una educación excesivamente protectora mal
entendida. Por esto y como en todas las actuaciones en este sector, aunque
muchas veces se nos olvida, el tratamiento debe abarcar a toda la familia.
jueves, 21 de febrero de 2013
ESA OTRA VOZ
A veces a solas
resuena mi voz, unas veces limpia, otras veces ronca, dura e inflexible. Es una
conversación en una sola dirección, sin respuestas y hasta sin sentido. En ocasiones
perversa y casi siempre, despiadada y traicionera.
Voz que resuena en
mis adentros con una cadencia pertinaz, como un eco triste y desmoralizador.
A veces imploro una
mente muda, capaz de callar cuando estoy a solas, desnudo y desesperado, que
tenga piedad y respete mis silencios, mis momentos de duda, mi ánimo herido.
Oigo mi voz pero no
la reconozco, no comprendo su ataque feroz. Me duele su ingratitud, su forma
descarnada de inmolarse, de revolverse contra si misma infectando aquellas
heridas que de por sí ya duelen y en esos momentos en que más indefenso estas,
momentos en que tu cuerpo cruza el desierto y tu mente queda despoblada,
excepto de tu voz.
martes, 5 de febrero de 2013
LA PERSONALIDAD
El mayor
error del mundo es pensar que nada podemos hacer, que todo está predeterminado.
Genéticamente impuesto, que no tenemos posibilidad de cambiar, de mejorar. Lo
que es lo mismo que pensar que no podemos hacer nada ante la “ etiqueta” de
niño nervioso, inquieto, malo, hiperactivo, que últimamente tanto se utiliza
camuflando otros problemas o trastornos de conducta provocados por la ausencia
de unas normas o patrones de conducta adecuados y adaptativos. O pensar y
empeñarnos en que cualquier trauma del pasado, además de habernos afectado
directamente en el pasado, también tenga que condicionarnos el presente e
hipotecarnos el futuro sin que podamos
hacer nada. Me parece totalmente injusto.
Igual de
injusto que pensar que el concepto que tenemos de nuestra Personalidad vaya a
ser constante, inamovible, como una losa para toda la vida.
Según afirma
Daniel Goleman: “Hasta cierto punto, cada uno de nosotros posee un temperamento
innato, se mueve dentro de un espectro concreto de emociones, una
característica que forma parte del bagaje con el que nos ha dotado la lotería
genética y cuyo peso se hace sentir a lo largo de la vida “.
Si, existe
un temperamento innato y heredado que de alguna manera nos da una identidad
propia a la vez que nos conecta con nuestras raíces, pero es el espectro emocional básico para comenzar una
larga andadura por la vida, cuyas experiencias irán verdaderamente conformando
nuestra personalidad.
Parece como
si la palabra personalidad pesara mucho, la respetáramos en exceso. Y caemos en
el miedo al cambio, la dejadez, la inseguridad o la baja autoestima. Insistimos
en no plantearnos o no sentirnos capaces de hacer frente a la realidad, a lo
que está más claro que el agua. En definitiva a lo que sabemos desde siempre,
pero nunca hemos querido aceptar y afrontar, nuestras debilidades o dudas sobre
nuestra personalidad.
Y cegados
por esa creencia e incapaces de admitir nuestra equivocación, seguimos pensando
que no hay forma de cambiar nuestra manera de relacionarnos con los demás, de
afrontar los problemas, de pensar de nosotros mismos. Eternizando de esta
manera un problema que tiene solución.
La
personalidad se puede cambiar, es en realidad lo más maleable que existe, tanto
como la propia estructura del cerebro, del cual depende. Y si las experiencias
positivas o negativas han sido capaces a lo largo de la vida de moldearla en
sus habilidades o defectos, con un entrenamiento y habilitación adecuados,
porque no vamos a ser capaces de cambiar aquello que no nos gusta de nosotros,
aquello que nos molesta y molesta a los demás, aquello que nos está impidiendo
llevar una vida familiar, social o laboral correcta. En definitiva ser más
felices y hacer más felices a los que nos rodean. Aunque para ello debemos
primero saber en que queremos cambiar y sobretodo pensar y creer que es posible
cambiar.
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