lunes, 24 de noviembre de 2008

ME RIO YO DE LA CRISIS


Hay peor crisis que la crisis del alma. Alma Social. Crisis sumergida, escondida, que aún no ha mostrado sus fauces crueles y destructoras. Crisis traidora.



Nos preocupa la crisis, ¿pero qué crisis? La crisis del Real Madrid, del Barca, la crisis bursátil, la crisis económica o de la construcción….

Todas ellas me parecen irrisorias, me parecen una falsa alarma, una broma, ante la crisis que verdaderamente me preocupa y creo nos debe preocupar a todos.

¿Hay crisis más profunda que la crisis personal, crisis de valores, crisis de la sociedad en general? Y esta crisis no es una moda, no es flor de un día, no parece que sea pasajera, pues lleva con nosotros ya muchos años instalada. Otra cosa es que no lo veamos o no queramos verlo. Porque también puede ser eso, una estrategia, en este caso la estrategia del avestruz, meter la cabeza en un agujero y cerrar los ojos al mundo, cerrar las ventanas a la cruda realidad, no querer darnos cuenta de lo que en realidad está sucediendo lenta pero insidiosamente, como una gangrena, gangrena que va poco a poco destrozando la sociedad, insensibilizándola, endureciéndola y haciéndole mirar a otro lado, ante la pérdida de una serie de valores que de siempre han sido los pilares que han sustentado la sociedad y que podríamos enumerar, pero creo que es mejor reflexionar que enumerar, cosa que cualquiera puede hacer, reflexionar sobre ello, porque esos valores están todavía dentro de nuestras cabezas y de nuestros corazones. Aunque estén recubiertos de polvo y olvidados en el desván de nuestra mente, sólo es cuestión de pasarle un trapo y sacarle brillo.

Respeto, honestidad, compañerismo, comunicación, vergüenza, responsabilidad, convivencia, solidaridad, tolerancia, humildad……

Esto si que está en crisis profunda, que nos lleva a no inmutarnos por nada, a que nada nos atormente, a todo se arreglará, a que cada cual aguante su vela, a no meternos en la vida de los demás, a que nada sepan de mi vida aunque viva puerta con puerta. Y así podría continuar con una lista interminable de desaciertos y desatinos incomprensibles que nos abocan a que a nadie le importe si oye gritar a su vecina y pedir auxilio, o si vemos a unos niños insultando y pegando a otro en la calle, o que nos quedemos en meros comentarios superficiales y morbosos cuando un niño/a se tira desde un balcón, sin preguntarnos que implicación, que responsabilidad tiene la sociedad en general en esos hechos, que implicación tenemos nosotros como miembros de la sociedad en esos hechos, que podemos hacer para cambiar esos hechos. Reflexionando de forma adulta y madura y no escondiendo la cabeza como el avestruz una vez pasada la movida mediática del momento.

Ahora estamos muy afectados por la crisis económica, cuando la mayor parte de la población mundial sufre esta crisis continuamente, desde que nacen hasta que mueren. Corren chorros de tinta sobre esta crisis, infinidad de programas dedican todo su tiempo a la crisis por la que pasamos. Pero nadie habla de la “megacrisis del alma social” o alma de la sociedad, de esta sociedad en la que estamos inmersos, sociedad que está seca, que está muriendo poco a poco.

¿Y que será de ella cuando ya no tenga alma?

Cuando el alma colectiva ya no exista, cuando no tengamos ya ningún referente ¿Qué será de nuestras solitarias almas individuales? Pues sencillamente, cada una irá a lo suyo, será una guerra solitaria del ser contra el ser, ni padres, ni hijos, ni amigos.

jueves, 20 de noviembre de 2008

AYER PENSABA


El pensamiento es libre y nadie lo puede encerrar,
es el sol, es el viento, es la nieve o una canción.
Es la música o un lienzo, es un libro o una rebelión.

Ayer pensaba en mi vida y por más que por ella navegué, no sentí el temor de una tormenta, ni miedo a naufragar. Quizás la memoria me falla o quizás la mente me engaña, de una u otra manera, el pensar en mi vida fue, un viaje largo y tranquilo que pienso algún día repetiré.

Ayer pensaba en mi mismo y conmigo a solas me quedé, estuve un tiempo callado pues no sabía de que hablar, por fin se me ocurrió una pregunta, ¿Qué piensas tu, de mi vida? Entonces comencé a cantar.

La canción no me desagrada, aunque tal vez éste me engañó, pero si de un engaño se tratara, peor para él, pues él mismo se engañó.

Ayer pensaba en mi muerte hasta que me sobresalté, al ver la muerte de cerca de tanto que me concentré. Digo yo que si tanto me concentré, será porque no le temo y la verdad es que no sé, que es lo que hay que temer:
Si cuando ella llegue yo ya me habré ido y no la conoceré, y mientras yo siga aquí ella ausente estará.

Parece que lo que de verdad tememos es, no la muerte, sino el sufrir. Morir sufriendo de pena es la peor forma de morir.

Ayer pensaba en el más allá y hasta el último confín llegué, claro que fue con el pensamiento y con éste hemos de saber, que a veces imaginamos cosas, que no siempre pueden ser.

A veces imagino un edén, un mundo eterno y feliz. A veces imagino un submundo, lleno de odio, guerras y terror, y a veces solamente pienso, que con mi pensamiento puedo estar en mi vida, en mi mismo, en mi muerte y más allá.

Porque no hay mayor don, que el don de poder pensar en lo que uno estime y desee pensar, siempre que sea con absoluta libertad.

El pensamiento es libre y nadie lo puede encerrar, es el sol, es el viento, es la nieve o una canción. Es la música o un lienzo, es un libro o una rebelión.

lunes, 17 de noviembre de 2008

SOL DE SOLEDAD


A veces la soledad me recuerda al sol, sol que no puedes mirar de frente, de tu a tu, porque si lo haces, te quemas. Debes mirar de soslayo, como el que quiere estar solo, pero no en la más absoluta soledad.

Como aquel que se dispone a tomar el sol, pero se protege de una insolación. Porque lo peor no es la soledad, sino el eco de mi propia soledad, cuando esa soledad se asoma a mis adentros y martillea con fuerza mis tímpanos, cuando la palabra solo se me clava como un dardo en el alma y la envenena haciendo que se pudra poco a poco.

Porque una insolación de soledad no es buena, se nos encoge el alma, se nos enrojece la piel y llora, llora amargamente por los poros. Los poros se abren dejando escapar la soledad a chorros.

Y cuando uno llora tanto es porque se siente muy solo, pero solo de verdad, solo de insolación, de tomar el sol con rabia, de rabiar de pura insolación.

Lo bueno sería que uno eligiera sus momentos de insolación, porque así debería de ser, así la insolación duele menos, es una insolación elegida, deseada, tal vez añorada.

¿Porqué no?

A quién no le ha apetecido, a veces, mirar al sol a la cara y con la cara enrojecida, los ojos inundados de lágrimas y el corazón roto, gritarle, ¡ aquí estoy, a solas ante el sol! Y no le tengo miedo, pues cuanto más miedo le demuestro, más solo me siento. Así el sol parece que quema menos, nos duele menos cuando lo aceptamos y elegimos quedarnos a solas con él, incluso cuando es de noche.

Porque aunque nos parezca extraño, el sol nos agobia más de noche que de día.

Cuando la luz se apaga y nos quedamos a solas con el sol, entonces es cuando más echamos de menos alguien que nos consuele, nos de cobijo, que nos anime y nos saque de esa enorme soledad, de nuestra inmensa insolación.

Porque la almohada es mala compañera de la soledad, la almohada traidora nos deja descansar la cabeza por fuera, por eso se llama cabecera, sin embargo por dentro nos desata una tormenta, tormenta interior que nos inquieta, y nos altera, altera nuestra mente, nuestro corazón y nuestra conciencia. Y en la soledad todo se magnifica, todo se exagera. Un pequeño problema se nos antoja desastroso, catastrófico, nos encontramos a merced de esos pensamientos negativos y de soledad, donde la soledad se acrecienta hasta convertirse en aislamiento, incomunicación. Se abren las puertas mismas del infierno para quemarnos del resplandor, de insolación.
Soledad, profundo vacío, que cuando miro hacía mi interior no veo nada, sólo un inmenso desierto de arena, arena seca, residuo polvoriento de lo que en otros tiempos fue frondoso jardín. Arena triste, arena seca de lágrimas, seca de vida, donde te sientes desguarnecido y atrapado en una red que te vuelve indefenso, sin recursos, sin motivación, sin interés, sin confianza.

Maldita soledad, espasmo perverso que convulsiona mi vida y hasta mi muerte haciéndome pensar en ella como si una luz salvadora fuera, cuando lo que es se demuestra en hábil fraude y tremendo engaño, que sin piedad alguna a tu final te guía.

Maldita soledad, tremenda quietud, absoluto silencio. Que cuando más le temes, más te envuelve, te acaricia, te acuna en su regazo y te aísla sin compasión hasta hacerte cerrar los ojos al mundo. Hasta que el corazón se encoge mordiendo el polvo de la derrota desangrándose a solas sin decir nada, sin quejarse, sin defenderse.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

DEJAR LA MENTE EN BLANCO


Dejar la mente en blanco.

Dejar las neuronas quietas.

No pensar en nada.

¿Es posible no pensar en nada?

Si pensamos que no estamos pensando en nada, ya estamos pensando en algo.

Más bien, es no pensar activamente en nada en concreto. Pues pensar en un recuerdo placentero, por ejemplo, en algo que te evoque sensaciones de tranquilidad y paz, imágenes que vayan pasando lentamente por la mente y que saborees como un buen vino; subiéndolas al paladar del cerebro, oliéndolas con las neuronas olfativas y tragándolas hasta lo más profundo de la mente. Eso no es pensar, o por lo menos ese pensar no pesa, no se atraganta, se digiere fácil. Eso es dejar la mente en blanco.

Lo que cuesta, son esos pensamientos pesados, preocupados, necios, que se te agarran al paladar, te sacian el olfato y te duele lo más hondo de la mente. Esos pensares, se repiten como el chorizo y producen un eco que puede llegar a volverte loco.

Por ello, hay que tener un buen estómago, capaz de aguantar una pesada digestión de pensar, porque días malos los tiene cualquiera y una mala digestión es manejable, se pasa como sea y ya está. Pero cuando ésta se repite un día si y otro también, no hay estomago que lo aguante.

En estos casos hace falta un omeprazol que nos proteja, aunque en la indigestión de pensamientos negativos del neocortex no hay pastilla que nos alivie.

Cuando dejo la mente en blanco, me sobrecoge la calma, se me abren los sentidos, es el momento de sentir. Es el momento de la nada, de la quietud del espíritu, de la quietud del alma.

Entonces en ese estado, resuena mi respiración, resuena mi corazón, mi hígado, mi páncreas. Es el momento de resonar de mis adentros, es como si me arremangara como un calcetín. Lo de dentro sale a la luz y lo de afuera se adentra. Es momento de recogimiento, de recoger aquello que normalmente no recogemos, es momento de cosechar, de cosechar deseos, sueños y atardeceres.

Y así podríamos estar días y meses, hasta que un golpe de realidad nos devuelve al mundo de las preocupaciones, del descontrol, de las prisas, del caos. Y entonces el dejar la mente en blanco se confirma como algo deseable, adictivo, que anhelamos todo el tiempo hasta que volvemos a entrar otra vez en esa deseada dimensión.

Dichosos los que pueden dejar la mente en blanco.

Dejar la mente en blanco no es la nada, no es una puerta cerrada, no es una vela apagada.

Cuando dejamos la mente en blanco, todo está en movimiento, todo está vivo, palpitando, pero es una actividad distinta, menos nerviosa, como si fuéramos a menos revoluciones.

Y quien dice que eso no sea lo natural, lo que nuestro yo busca y lo que nuestro tu desea de nosotros. Quien nos asegura que no es esa nuestra auténtica realidad, y la otra dimensión una horrible pesadilla.

lunes, 3 de noviembre de 2008

EL PESO DE UN DESENGAÑO


Cuando desperté y me incorporé de la cama, no me lo podía creer, algo extraño estaba ocurriendo. No me sentía el mismo, todo, o mejor dicho, yo parecía diferente.
Sin embargo todo estaba igual. La estufa de leña encendida, la mesilla de noche con el cajón abierto. Todo tal y como lo recordaba y todo revuelto. La mesa sin quitar, donde se podían ver todas las sobras de la cena, una cena inolvidable, en la que yo había puesto todas las esperanzas de volver con ella de nuevo.
Las velas consumidas en su desesperación, y sus lágrimas amontonadas en la base. Tabaco, colillas de todos los tamaños, vasos, botellas vacías, fue una larga noche. Una noche que comenzó bien, con besos, palabras de esperanza y caricias, pero terminó con lágrimas, lágrimas de desamor.
Levanto la mirada y veo el sofá, amplio, confortable y esperanzador; veo las mantas que abrigaron mi deseo, pero no el suyo.
Y aún oigo la música, que caldeó el ambiente en un principio, y heló mi corazón al final.
Y por fin, mi vista se cruza con la puerta, esa puerta que me abría mi destino, mi futuro y que más tarde dio paso a mi desesperación.
¡Maldita puerta!
Todo estaba igual y como recuerdo haberlo dejado antes de caer dormido. Sin embargo, yo no me sentía el mismo, esa sensación no me la podía quitar de la cabeza.
A pesar de la gran decepción de la noche anterior, no me sentía triste, y la profunda desesperación que recordaba de la noche anterior, había desaparecido. Ahora sentía paz, estaba tranquilo y no había señal de emociones negativas. Me sentía como en una nube, yo diría que incluso feliz, como si me hubiera quitado un peso de encima.
Pero sentía a la vez mucho frió, a pesar de que la estufa estaba a tope, un frió profundo, un frío que me calaba hasta el alma. Era como un escalofrío.
Intenté levantarme de la cama y no podía, no podía porque ya estaba levantado. Levitaba a dos metros de la cama y todo el paisaje de mi casa lo veía desde arriba.
Traté de tocarme el cuerpo, la cara, las piernas, pero mi cuerpo físico no estaba.
Me asusté y busque por toda la casa una explicación, y no tardé en encontrarla. Entonces lo comprendí todo, en el cajón de mi mesilla de noche, entre los papeles revueltos, el tabaco, llaves, encendedores, relojes y otros objetos inservibles, pude ver los dos tarros de pastillas, unas para dormir y los antidepresivos. Los tarros estaban abiertos y vacíos y un vaso roto en el suelo en medio de un pequeño charco de agua.
Entonces supe como había terminado la noche.
Entonces supe lo que pesa un desengaño.