viernes, 30 de enero de 2009

DARDOS ENVENENADOS


No hay nada más frágil y vulnerable que la autoestima en la adolescencia. No hay nada más cruel que los autodiálogos que se desprenden de una baja autoestima. Nada hay comparado a la tozudez, rigidez y negación de la realidad de aquel que se empeña en verse un completo fracaso. Y no hay nada más doloroso, frustrante y desesperante que vivir con ese autoconcepto.

Es cierto que la adolescencia es una etapa de cambios continuos, de sentirse a medio camino, de intentos de autoafirmación, de gran actividad mental, y de grandes preguntas que quizá aún no estén maduros para responderse. De incertidumbre e inseguridades y quizá, por eso, lo más real y seguro sean sus iguales, su grupo y su relación con ellos, sus afectos.
Por todo ello el reconocimiento, la imagen, el ser aceptado, caer bien, etc., se convierte en un objetivo prioritario, “me importa mucho lo que piensen de mí”, “si no me comporto adecuadamente no me aceptarán”. Comenzamos a preocuparnos por decir lo adecuado, parecer simpáticos, saber defendernos, no parecer tonto, que no se rían de mí. Y todo ello aumenta nuestra presión, hace que nos preocupemos en exceso, que nos sintamos observados, que nos pongamos nerviosos, que perdamos la naturalidad y espontaneidad, hace que nos bloqueé la ansiedad y cometamos errores. Quizá más de la cuenta si nuestra preocupación y ansiedad van en aumento y ello comienza a distorsionar y desajustar la creencia y el concepto que tenemos de nosotros mismos sintiéndonos más torpes, rechazados, inferiores a los demás, más desgraciados, etc.
A partir de entonces, cuando ya se ha formado un autoconcepto negativo, que se va reforzando y confirmando con posteriores experiencias negativas, éste hace caer la autoestima por debajo incluso de nuestros propios pies, ya nada se respeta, simplemente nos hemos perdido todo el respeto y cualquier insulto vale con tal de sentirnos heridos, con tal de hacernos daño. Estamos resentidos con nosotros mismos, en definitiva, no nos queremos.
Y esos dardos envenenados que con toda impunidad e intimidad nos lanzamos continuamente, nunca son puestos en duda, simplemente nos los creemos sin pedirles evidencias… “soy un inútil y siempre lo seré” “no valgo para nada” “no le importo a nadie” “nada me sale bien”. Esto que a cualquiera nos pondría los pelos de punta primero, para más tarde revelarnos y fulminar con un golpe de realismo, para ellos es totalmente merecido, el dolor que les produce es un castigo aceptado y asumido y nada más lejos que el mínimo intento de valorar o comprobar el mayor o menor ajuste a la realidad de los insultos ingeridos pero nunca digeridos.
La única esperanza es detectar este proceso insidioso de autodescalificación sin piedad y hacerle ver el error en sus afirmaciones y predicciones.
Y aún así, no es fácil. Cuando esos autodialogos, pensamientos negativos y rumiaciones denigrantes son descubiertas y por fin en el curso de un amargo llanto los dardos quedan al descubierto ante la incrédula mirada de sus padres o amigos. Por mucho esfuerzo que se ponga en explicarle que todo eso no es exactamente cierto, que está magnificado y que no se ajusta en absoluto a la realidad, los esfuerzos serán en vano ante la tozudez, falta de flexibilidad e irracionalidad de sus creencias. Su autoconcepto y su baja autoestima son ahora el filtro por donde pasan sus nuevas experiencias que automáticamente serán interpretadas según el sesgo existente.
Este es un camino doloroso y más común de lo que nos pensamos, el cual me gustaría haber expresado con los suficientes detalles como para que sirva a padres y amigos, pero sobre todo a ellos mismos para detectar una situación y un proceso, a ser posible antes de llegar a este punto, pues si, como digo, el camino es penoso, también es cierto que lo peor está por venir si no se le pone remedio.
Lo cierto es que ésta situación se suele complicar entorpeciendo y haciéndonos fracasar en nuestras relaciones sociales, de pareja, aislándonos con el fin de sentirnos más seguros y protegidos, poniendo trabas a nuestras aspiraciones en el trabajo, o tal vez, complicándose con una Fobia Social y/o depresión.
Insisto, no lleguemos a éste punto, cuando nos sorprendamos pensando de esa manera, lanzándonos dardos envenenados, los cuales podemos detectar porque automáticamente después cambia nuestra emoción, ósea, nos sentimos deprimidos, molestos con nosotros mismos, defraudados, desesperados, pidámosles evidencias, pongámoslos en duda, comprobemos si hemos magnificado o exagerado esos pensamientos negativos y sus consecuencias y valoremos objetivamente si se ajustan a la realidad.

Y una reflexión ¿el lanzarse dardos envenenados es sólo una práctica típica de la adolescencia?

viernes, 23 de enero de 2009

SOÑAR (continuación)



Ayer soñé que soñaba,
Dos sueños en uno son,
En uno soñé que me amaba,
El otro la misma canción.

Si luego resulta mentira,
La letra de esa canción,
No responderé con ira,
Pues los sueños, sueños son.

Ayer soñé con el día,
Y la noche se enfadó,
El sol de la luna se reía,
Y la luna muy seria quedó.

La noche no deja paso al día,
En su venganza empeñada,
El día lloraba y maldecía,
Pues sin la noche no es nada.

Ayer soñé que el sol y la luna,
De la mano paseaban,
Al alba andaban los dos a una,
Y sus disputas olvidaban.

Sueño que la noche sueña,
Con un día radiante,
Sueño que el día sueña,
Con una noche resplandeciente.

Y así soñando, sueño,
Que el día y la noche sueñan,
Que la vida es un sueño,
Y la muerte una farsa, una patraña.

martes, 20 de enero de 2009

SOÑAR




"Hay quien sueña despierto, porque despierto se puede soñar, pero es una forma de perder el tiempo, pues el día se debe vivir y la noche se debe soñar".

Soñar despierto o soñar dormido, que más da, en cualquiera de los dos casos lo importante es soñar, soñar con algo deseado, o soñar con alguien querido, lo importante es soñar. Cuando soñamos accedemos sin ser conscientes de ello en otra dimensión, una dimensión etérea, incorpórea, mística. Es un mundo de ilusión, un mundo de momentos robados al tiempo, momentos que se nos escapan de entre los dedos, momentos que se volatilizan cuando nos despertamos.

A todos nos encanta soñar, soñar con hechos pasados, con hechos presentes o futuros. Sueños incompletos, inconexos, sueños que hay que descifrar, sueños incoherentes. Pero en el fondo de nuestro corazón, aunque no sepamos muy bien que hemos soñado, aunque las imágenes sean inconexas y más aún, contradictorias, nos quedamos con una sensación agradablemente onírica, con un regusto dulce, a la vez que con un deje de tristeza por un sueño finalizado, un sueño soñado que ya nunca volverá.

Hay sueños que se repiten, si, y se repiten una y otra vez. Tal vez nos avisen de algo, tal vez sean premonitorios, o tal vez no signifiquen nada, el caso es que nos dejan una sensación de preocupación, como de mensaje no finalizado de oír o de entender, pero pronto se desvanecen y olvidan. Otra cosa son las pesadillas, estas tardan más en olvidarse, son como una mala digestión de sueños, el lado oscuro de los sueños.

No sabemos donde los sueños se convierten en pesadillas, donde la calma y la placidez se vuelven tormenta de sentimientos y emociones, lo que sí sabemos, es que nos sacude con fuerza, nos remueve por dentro y nos hace vomitar todo aquello que no se ha digerido, esos sueños que nos han sentado mal, esas vivencias que se nos han atragantado y no progresan ni para adentro, ni para afuera, y siguen ahí, en tierra de nadie, atoradas, taponando nuestras emociones y quebrando nuestra calma , haciéndonos daño.

Lo que si es cierto, es que después del vómito y más tarde de la resaca, al fin vuelve la calma, la quietud y la paz del alma. A continuación vuelven los sueños, los sueños de siempre, los sueños soñados, y vuelve la ilusión a los ojos, ojos soñadores, y cara de soñar.

Cuando se sueña como debe ser, como todos queremos soñar, como siempre se ha soñado, como un niño, el día se vive de otra manera, el día entero se impregna de ese sueño, y va y viene su aroma a sueño plácido, sereno, entusiasta y motivador, y deseas que llegue de nuevo la noche para poder volver a soñar.

Soñar, elevarse hasta las nubes y volar, volar como una blanca paloma con las alas extendidas y mirar hacía abajo y ver a personas dormir sin posibilidad de soñar, verlas agitarse y dar vueltas inquietas en la cama, poseídas por sus preocupaciones mundanas y pienso: que suerte tengo con poder volar, que suerte tengo con poder soñar. Sólo tengo que dejarme caer para elevarme de nuevo sobre un colchón de nubes infinito e infinitamente más blando y mullido, un colchón que me eleva al cielo, me abraza y me sostiene, me entretiene y me hace disfrutar, haciéndome olvidar todas mis preocupaciones.

Una vez haya despertado, será el momento de pensar y preocuparme, será el momento de la realidad, será el momento de no soñar.

También hay quien sueña despierto, porque despierto se puede soñar, pero es una forma de perder el tiempo, pues el día se debe vivir y la noche se debe soñar.

martes, 13 de enero de 2009

MIRAR LA NIEVE CAER


Tu mente se aleja, se adentra en la calma; tu cuerpo se deja llevar, por la blancura y pureza de tu alma, al mirar la nieve caer.


Una habitación acogedora, una amplia ventana, un día especialmente gris, la nieve cayendo lenta y pausadamente, posándose con gracia en todo lo que encuentra a su paso en su vertiginosa caída hacia el suelo. Se posa en los tejados, en las antenas de televisión, en las chimeneas, sobre los coches. Se posa en las ramas y hojas de los árboles, en las plantas, en los arbustos, sobre las piedras del suelo y sobretodo, en el suelo. Y reposa de tal manera después de su largo viaje, que da pena el pisarla, ensuciarla, deshacerla.

Y un día de nieve, una situación como la anteriormente descrita le da a uno por pensar, por pensar en la vida, en la naturaleza, en las montañas, los ríos, los acantilados, el cielo o el universo. Siempre da por pensar en algo grande, majestuoso, espectacular y hermoso, en algo que podríamos disfrutar si nos lo propusiéramos, pero que no lo hacemos, o no lo hacemos lo suficiente. Por eso, esa escena que vemos por la ventana, de la nieve cayendo con ese equilibrio, esplendor y fuerza, nos hace pensar en todo ello, nos hace desear disfrutar de otras fuerzas vivas de la naturaleza que de una forma u otra siempre nos sorprenden.

Cuando me quedo mirando caer la nieve, no puedo pensar en cosas pequeñas, como las rebajas, la hipoteca, si a Papa Noel le habrá afectado la crisis, o si irá vestida según el protocolo la ministra de defensa en este u otro acto.

Cuando vemos caer la nieve plácidamente nos planteamos temas más profundos, nos preguntamos de donde viene y a donde va, nos preguntamos como es que la naturaleza es tan sabia y como todo parece que tiene un orden, un equilibrio perfecto; sobre que todo tiene un principio y un final, y así debe ser, y solo la madre naturaleza lo sabe; sobre que todo parece que esté controlado, y digo parece porque cuando la naturaleza se descontrola, es sin duda, lo más fuerte y destructor que existe. Un poder de destrucción infinito, e infinitamente ciego, instintivo y maquinal, es simplemente una fuerza bruta desatada que sólo el tiempo hará que se vuelva a someter.

Pero no es eso lo que pensamos cuando miramos la nieve caer a través de la ventana. Pensamos en la belleza de la nieve cayendo y nos gustaría que estuviera días y días y semanas cayendo y posándose sobre todo lo que encuentra a su paso, para así, poder seguir admirando el espectáculo, sin pensar en que esa misma situación o paisaje tan bucólico y sereno que imaginamos, a la vez podría conllevar grandes desgracias por la acumulación de nieve.

Es cierto que la maldad y la bondad, que lo bello y lo horrible, que la felicidad y la desgracia, a veces andan cogidas de la mano y se encuentran a menudo más juntas de lo que nos gustaría. Pero así es la vida, tiene esos contrastes y así tenemos que aceptarla.

Aunque tengo que admitir que, por lo que a mi respecta, siempre, los pensamientos que me vienen a la mente cuando veo la nieve caer, son pensamientos bellos, positivos, son pensamientos que me trasmiten tranquilidad y paz. No son pensamientos de desastres, de caminos y carreteras cortadas, de techos derrumbados y de sonidos de sirenas de salvamento sonando. Son pensamientos de niños jugando tirándose bolas de nieve, de muñecos de nieve en el patio de la escuela y de pueblos blancos. Si hay que admitir que por el contrario, hay personas que sólo pueden pensar en negativo y el ver la nieve caer a través de la ventana, únicamente le trae presagios de desastres, presagios que le envuelven en un manto de ansiedad y angustia que no les deja disfrutar del espectáculo gratuito de ver la nieve caer.

Los pensamientos negativos, ya me los recuerda la televisión en sus noticieros, mientras tanto hay que disfrutar.

A mi, el ver la nieve caer a través de una amplia ventana, me trae otros pensamientos, que ya he mencionado y así quiero que siga ocurriendo en adelante.

miércoles, 7 de enero de 2009

UNA ANSIEDAD REPUDIADA Y OFENDIDA



Es triste y desconsolador, para quien ha sido tu compañera, tú guarda espaldas, tu salvadora en ocasiones, y a la vez en quien confiabas y te daba seguridad, verse ahora rechazada, mal interpretada, temida, despreciada, incomprendida y hasta odiada.
Y sin embargo, siempre fiel, como a quien el amor ciego no deja ver el daño que a su vez hace a su pareja.
Vendida, desplazada y relegada por la abundancia, tolerancia, bienestar y monotonía de este mundo en que vivimos. En este mundo, las fuertes y potentes descargas de ansiedad, esa sensación tan bestial de estado de alarma, de defensa, está en desuso, fuera de lugar.
Sin embargo, la ansiedad, fiel a su compromiso sigue armándonos con todo su potencial bélico de defensa a una simple orden de nuestro cerebro, solo que ahora el peligro no es un león hambriento, sino el jefe, el ascensor, las multitudes, una reunión social o el coger el avión. Ni el entorno es la sabana, sino los despachos, las discotecas, las ciudades.
Y no es algo de lo que nos podamos desprender fácilmente, pues a veces nuestro propio miedo a ella, nuestro desconocimiento sobre ella y las mal interpretaciones que hacemos de ella, nos crea esa sensación de alarma, esa anticipación de peligro, que hace que se dispare, como una alarma averiada, provocando a su vez más alarma.
Por ello, porque tenemos que convivir con ella, lo mejor, es comprenderla, aprender a controlarla y no temerle. De esta forma podremos utilizarla en momentos en que es imprescindible cierto grado de ansiedad, como en competiciones deportivas, en las entrevistas de trabajo, exámenes, ante ciertos peligros.
Cualquiera podría pensar que es una emoción nociva que no debería existir, que no es necesaria hoy en día y quizás lleve razón, pero nunca se sabe si algún día nuestro mundo cambia y se hace de nuevo imprescindible como mecanismo de defensa que es, por ello lo mejor es llevarse bien con ella, aprender a manejarla y quererla.

Nota: La ansiedad es una emoción humana que me apasiona y a la que pienso que el ser humano debe mucho, por ejemplo el estar hoy en día aún sobre la tierra y el estar situado en la cúspide de la pirámide, como ser más poderoso de la tierra.

Sin embargo podéis discrepar de esto, incluso puede que haya quien la odie porque crea que le ha destrozado la vida, cosa que admito. Porque a pesar de ser una emoción adaptativa, cuando la ansiedad se descontrola, hace que la persona lo pase muy mal: Ataques de pánico, agorafobia, fobia social o específica, trastorno obsesivo-compulsivo; son entre otras las manifestaciones de la ansiedad descontrolada.

Pero por otro lado es una emoción que es necesaria, sin la cual pareceríamos vegetales y sin la cual todo dejaría de ser emocionante. Esas mismas descargas de ansiedad que nos impelen a actuar con emoción, a esperar con emoción, son las mismas que en otras ocasiones nos molestan volviéndose contra nosotros.