lunes, 3 de noviembre de 2008

EL PESO DE UN DESENGAÑO


Cuando desperté y me incorporé de la cama, no me lo podía creer, algo extraño estaba ocurriendo. No me sentía el mismo, todo, o mejor dicho, yo parecía diferente.
Sin embargo todo estaba igual. La estufa de leña encendida, la mesilla de noche con el cajón abierto. Todo tal y como lo recordaba y todo revuelto. La mesa sin quitar, donde se podían ver todas las sobras de la cena, una cena inolvidable, en la que yo había puesto todas las esperanzas de volver con ella de nuevo.
Las velas consumidas en su desesperación, y sus lágrimas amontonadas en la base. Tabaco, colillas de todos los tamaños, vasos, botellas vacías, fue una larga noche. Una noche que comenzó bien, con besos, palabras de esperanza y caricias, pero terminó con lágrimas, lágrimas de desamor.
Levanto la mirada y veo el sofá, amplio, confortable y esperanzador; veo las mantas que abrigaron mi deseo, pero no el suyo.
Y aún oigo la música, que caldeó el ambiente en un principio, y heló mi corazón al final.
Y por fin, mi vista se cruza con la puerta, esa puerta que me abría mi destino, mi futuro y que más tarde dio paso a mi desesperación.
¡Maldita puerta!
Todo estaba igual y como recuerdo haberlo dejado antes de caer dormido. Sin embargo, yo no me sentía el mismo, esa sensación no me la podía quitar de la cabeza.
A pesar de la gran decepción de la noche anterior, no me sentía triste, y la profunda desesperación que recordaba de la noche anterior, había desaparecido. Ahora sentía paz, estaba tranquilo y no había señal de emociones negativas. Me sentía como en una nube, yo diría que incluso feliz, como si me hubiera quitado un peso de encima.
Pero sentía a la vez mucho frió, a pesar de que la estufa estaba a tope, un frió profundo, un frío que me calaba hasta el alma. Era como un escalofrío.
Intenté levantarme de la cama y no podía, no podía porque ya estaba levantado. Levitaba a dos metros de la cama y todo el paisaje de mi casa lo veía desde arriba.
Traté de tocarme el cuerpo, la cara, las piernas, pero mi cuerpo físico no estaba.
Me asusté y busque por toda la casa una explicación, y no tardé en encontrarla. Entonces lo comprendí todo, en el cajón de mi mesilla de noche, entre los papeles revueltos, el tabaco, llaves, encendedores, relojes y otros objetos inservibles, pude ver los dos tarros de pastillas, unas para dormir y los antidepresivos. Los tarros estaban abiertos y vacíos y un vaso roto en el suelo en medio de un pequeño charco de agua.
Entonces supe como había terminado la noche.
Entonces supe lo que pesa un desengaño.

5 comentarios:

Jordicine dijo...

Bufff! Que duro. Eso de las pastillas es peligroso. Espero que el protagonista se recuperara. O levitaba porque estaba muerto? Un abrazo.

eclipse de luna dijo...

Tremendo final..
A veces un desengaño puede doler mucho mas que el dolor fisico, el dolor del alma y el corazon no tiene limites,por eso, los limites tenemos que ponerlos nosotros y suavizar el dolor..
No a base de mas dolor, debemos aprender de los desengaños y ser mas fuertes que el dolor.
Un besito y una estrella.
Mar

tetealca dijo...

jordicine: Me temo que no se va a recuperar. El desengaño fue tan grande que tomó el camino fácil. Yo creo que esa nunca es la opción, pero un momento de debilidad y si tienes el arma cerca.
Por desgracia ciertas medicaciones son un arma cargada.
mar:Llevas toda la razón, el desengaño duele más que el dolor físico y sobretodo si es el primero.

Gracias por pasar por mi castillo.
Un abrazo.

Meri dijo...

Supongo que puedo ponerme en la piel de alguien que se siente tan insatisfecho con su vida que no le encuentre sentido a seguir participando en ella y que tome esa drastica y triste decisión. Pero, sin embargo, una mente sana sabe que siempre hay una salida. Que cuando cierras la puerta definitivamente a algo , recuperas la libertad de volver a experiementar y conocer nuevos caminos. Y que siempre hay alguien dispuesto a ayudar.
Por muy grande que sea el desengaño hay que sacar fuerza de flaqueza y tirar pa lante que siempre hay una sonrisa esperando en cualquier esquina para hacerse dueña de nuestro rostro y a partir de ahi todo va mejor.

Besitos!

tetealca dijo...

Meri: Esa es una actutud positiva, práctica e inteligente ante la vida, y a la vez realista, porque no se trata de engañarnos.
Siempre tendrás las puertas de mi castillo abiertas.
Un abrazo.