
LA VIDA PARA LOS DESCONFIADOS Y TEMEROSOS, NO ES VIDA, SINO UNA MUERTE CONSTANTE.
A. GRAF
Es, quizás, muy pretenciosa ésta forma de encabezar una reflexión, pero no es nada más que eso, una reflexión. Últimamente vengo observando la tendencia a interpretar la vida, el futuro y, sobre todo, a las personas, en nuestras relaciones interpersonales, de forma muy recelosa, desconfiada y vigilante, hecho que nos aboca a una actitud de casi continua alerta y de alarma y que a su vez, nos hace adoptar una postura tensa y defensiva a la hora de hacer nuevas amistades.
Esta situación no es que sea de extrañar, pues es cada vez más usual y generalizada la existencia de un sentimiento de inseguridad que va calando cada vez más hondo en todos los ciudadanos.
Ese sentimiento y esa actitud, se sustenta gracias a creencias que poco a poco han ido arraigando cada vez más en la mente de todos nosotros, creencias en el sentido de: ya no es seguro salir a la calle, la gente va cada uno a lo suyo y no le importa el prójimo, si no tengo cuidado me harán daño, hoy en día no nos podemos fiar de nadie, si yo no cuido de mi, nadie lo hará… En definitiva la creencia general de que la vida es peligrosa, el futuro incierto y las personas perversas y sin escrúpulos.
A la vez, esta situación está degenerando en una actitud de, poco importa el futuro, debo de vivir el aquí y ahora, favoreciendo una postura de vida individualista en la que no nos podemos fiar de nadie, no debemos de dejar aflorar sentimientos de apego hacía nadie y tampoco está bien visto dejarnos llevar por sensiblerías, debemos ser duros y fríos.
Ello, que posiblemente sea acertado, hasta cierto punto, nos protege en una sociedad ciertamente bastante más agresiva que hace unos años, pero como siempre el peligro está en su exageración, en llevar esa postura a términos extremistas. Es cierto que hoy en día es preciso tomar ciertas precauciones, pero no es necesario estar en continua alerta y presionado por una inminente sensación de peligro.
Las personas que interpretan la vida de esta manera: viven aisladas, tratan a los demás con recelo, no logran intimar con nadie pues tantas precauciones y desconfianzas ahuyentan a todo aquel que se acerca, van perdiendo poco a poco sus habilidades sociales, se vuelven egoístas, su conversación se torna hosca, incómoda, seca y por momentos agresiva incorporando a ella continuamente elementos de desconfianza. Su actitud es siempre vigilante, atenta para no ser agredido o engañado, lo cual le lleva a un estado de continua activación. Su mente programada para defenderse en un entorno, aparentemente, tremendamente hostil, continuamente genera pensamientos de alerta que hacen que salte, una vez tras otra, nuestra alarma particular y que la amígdala cada vez más excitable provoque una fuerte emoción de ansiedad ante estímulos insignificantes, que terminará por entorpecernos e incapacitarnos para llevar una vida normal.
Esta persona verá enemigos en todas partes, interpretará gestos, palabras y hechos de forma errónea mediatizada por su obsesión, y cualquier noticia o suceso aislado que ocurra, servirá para confirmar y alimentar sus creencias, a la vez que se verá reforzado en su postura de vida y actitud ante los demás.
Al final, como suele pasar muy a menudo, cuando las personas se obsesionan en exceso por defenderse de algo, ese algo se suele volver en su contra. Somos seres inminentemente sociales y necesitamos de ese contacto, e incluso venimos dotados de un sentido de confianza hacía nuestros iguales que facilita el acercamiento, es verdad que hoy en día el entorno es más agresivo, pero pienso que sólo hacen falta unos ajustes que nos proporcione un buen equilibrio. Al contrario de la persona excesivamente recelosa y desconfiada que poco a poco se verá envuelto en una telaraña tejida por él mismo que lo bloqueará y maniatará haciendo que sus propias precauciones para preservar la vida, no les deje vivir y disfrutar de ella.
A. GRAF
Es, quizás, muy pretenciosa ésta forma de encabezar una reflexión, pero no es nada más que eso, una reflexión. Últimamente vengo observando la tendencia a interpretar la vida, el futuro y, sobre todo, a las personas, en nuestras relaciones interpersonales, de forma muy recelosa, desconfiada y vigilante, hecho que nos aboca a una actitud de casi continua alerta y de alarma y que a su vez, nos hace adoptar una postura tensa y defensiva a la hora de hacer nuevas amistades.
Esta situación no es que sea de extrañar, pues es cada vez más usual y generalizada la existencia de un sentimiento de inseguridad que va calando cada vez más hondo en todos los ciudadanos.
Ese sentimiento y esa actitud, se sustenta gracias a creencias que poco a poco han ido arraigando cada vez más en la mente de todos nosotros, creencias en el sentido de: ya no es seguro salir a la calle, la gente va cada uno a lo suyo y no le importa el prójimo, si no tengo cuidado me harán daño, hoy en día no nos podemos fiar de nadie, si yo no cuido de mi, nadie lo hará… En definitiva la creencia general de que la vida es peligrosa, el futuro incierto y las personas perversas y sin escrúpulos.
A la vez, esta situación está degenerando en una actitud de, poco importa el futuro, debo de vivir el aquí y ahora, favoreciendo una postura de vida individualista en la que no nos podemos fiar de nadie, no debemos de dejar aflorar sentimientos de apego hacía nadie y tampoco está bien visto dejarnos llevar por sensiblerías, debemos ser duros y fríos.
Ello, que posiblemente sea acertado, hasta cierto punto, nos protege en una sociedad ciertamente bastante más agresiva que hace unos años, pero como siempre el peligro está en su exageración, en llevar esa postura a términos extremistas. Es cierto que hoy en día es preciso tomar ciertas precauciones, pero no es necesario estar en continua alerta y presionado por una inminente sensación de peligro.
Las personas que interpretan la vida de esta manera: viven aisladas, tratan a los demás con recelo, no logran intimar con nadie pues tantas precauciones y desconfianzas ahuyentan a todo aquel que se acerca, van perdiendo poco a poco sus habilidades sociales, se vuelven egoístas, su conversación se torna hosca, incómoda, seca y por momentos agresiva incorporando a ella continuamente elementos de desconfianza. Su actitud es siempre vigilante, atenta para no ser agredido o engañado, lo cual le lleva a un estado de continua activación. Su mente programada para defenderse en un entorno, aparentemente, tremendamente hostil, continuamente genera pensamientos de alerta que hacen que salte, una vez tras otra, nuestra alarma particular y que la amígdala cada vez más excitable provoque una fuerte emoción de ansiedad ante estímulos insignificantes, que terminará por entorpecernos e incapacitarnos para llevar una vida normal.
Esta persona verá enemigos en todas partes, interpretará gestos, palabras y hechos de forma errónea mediatizada por su obsesión, y cualquier noticia o suceso aislado que ocurra, servirá para confirmar y alimentar sus creencias, a la vez que se verá reforzado en su postura de vida y actitud ante los demás.
Al final, como suele pasar muy a menudo, cuando las personas se obsesionan en exceso por defenderse de algo, ese algo se suele volver en su contra. Somos seres inminentemente sociales y necesitamos de ese contacto, e incluso venimos dotados de un sentido de confianza hacía nuestros iguales que facilita el acercamiento, es verdad que hoy en día el entorno es más agresivo, pero pienso que sólo hacen falta unos ajustes que nos proporcione un buen equilibrio. Al contrario de la persona excesivamente recelosa y desconfiada que poco a poco se verá envuelto en una telaraña tejida por él mismo que lo bloqueará y maniatará haciendo que sus propias precauciones para preservar la vida, no les deje vivir y disfrutar de ella.