"PARECE QUE NO ENTIENDEN, QUE CUANDO ME TAPAN LA BOCA SE ME DESPLIEGAN LAS ALAS"
Las cremalleras para cuestiones de
vestuario. Un buen invento, sin duda, por su comodidad y simpleza, por su utilidad
y por sus ventajas sobre otras opciones, que nadie se las niega.
Sin embargo, la cosa se complica cuando
el destino de tal dispositivo no es otro que nuestros sentimientos, cerrando
nuestro corazón, situación que a veces se da cuando pasamos por una relación
traumática que nos produce una gran herida, que mientras no se cierra, nos
incapacita para habitar de nuevo el territorio de los sentimientos verdaderos.
O bien, va dirigido a obstruir nuestra mente, nuestra imaginación. Cosa que
aunque muchas veces se ha intentado haciendo lavados de cerebro con el fin de
confundir y manipular nuestro destino con innumerables y deshonestos fines,
nunca se ha conseguido íntegra y plenamente pues la naturaleza básica de la
mente y el pensamiento es por encima de todo libre. Bien es cierto que lo que
no consigue el hombre, lo consigue la naturaleza por medio de trastornos
funcionales de la mente como la esquizofrenia, por ejemplo.
Aunque creo que su peor destino, el más
frustrante y malicioso, es el que intenta impedir que llevemos a cabo nuestro
derecho a opinar, hablar libremente, siempre, claro está, respetando al
prójimo, o sea, nuestro derecho a manifestarnos espontánea y autónomamente, sin
que nadie nos ponga una cremallera en la boca.
Si, ese pienso que es el peor destino de,
en este caso, infame y mercenaria
cremallera.
Cremallera que se mantiene cosida a la
boca por los resistentes hilos del miedo, miedo paralizante que atenaza nuestra
capacidad de reacción y llega hasta a amordazar nuestros sentimientos altruistas
y solidarios. E igualmente se mantiene cerrada herméticamente por continuas
consignas y amenazas veladas y no veladas que poco a poco y sin darnos cuenta
van calando hondo en nuestro interior.