viernes, 5 de diciembre de 2008

FUEGO SEDUCTOR


Yo vivo la lumbre con pasión, la miro, la huelo, me dejo acariciar por ella, la abrazo y así me quedo fundido en un tierno y cálido abrazo toda la noche, hasta el amanecer.

Siempre me ha inquietado el poder de seducción que tiene un buen fuego. Y hablo, claro está, de un fuego al calor del hogar, y no del devastador poder de seducción que tiene el fuego para el pirómano traidor, que después de prender la mecha, se queda extasiado observando complacido el poder destructor de las llamas en el monte.

Me refiero a una calentita y acogedora lumbre en el seno del hogar.

Desde muy pequeño el mirar al fuego era algo que me absorbía, me hipnotizaba, incluso cuando pensaba que caía derrotado por el sueño dado a la calidez del momento, había algo que no me permitía cerrar los ojos y dejar de mirar la lumbre.

Por momentos no sabes si eres tu quien mira al fuego, o es el fuego el que te mira a ti, el que se apodera de tu voluntad y el que se te mete muy adentro, llevando la paz a tu mente y a tu cuerpo. El observar atentamente una lumbre provoca una paz densa, tan densa que se puede cortar con un cuchillo. Provoca una paz que sobrecoge y facilita recuerdos, remotos recuerdos que te vienen a la mente, posiblemente como retazos de otras muchas veladas junto a la lumbre.

Porque una lumbre, si tuviera memoria, podría contar millones de historias, de cuentos, de leyendas, que ascentralmente se han consumido al calor de la lumbre. Podría contar infinidad de ilusiones y proyectos desvelados al lado de una lumbre, así como, un sinfín de chismes, palabras y promesas de amor hechas al abrigo de un buen fuego.

Cuando la lumbre se siente apreciada, querida, te devuelve agradecida con calor tu afecto. Tú la mueves a un lado, a otro, con cuidado, la atizas con arte y le das aliento y ella se aviva y brota de sus cenizas, se crece para así devolverte tus mimos con calor y alegría. Pero si por el contrario, la lumbre no siente esa cercanía, esa familiaridad, esa afinidad, por más que papel le eches y por más que le soples no sacarás nada de ella, sólo cenizas, polvo y humo.

Cuando te sientas frente a una lumbre el tiempo pasa lentamente, como si no tuvieras prisa por nada, la palabra estrés pierde todo su significado y nos relajamos incluso sin quererlo. La respiración se hace mucho más lenta, los músculos se sueltan, se tornan blandos, se relajan y el pensamiento se enlentece a la vez que se abre mostrando una mayor claridad y capacidad de concentración. En ese momento todo se saborea y se disfruta más: un buen café, o un chocolate, un licor o un buen puro, un buen libro o una plácida conversación.

Y no digamos del típico olor de lumbre, olor a lumbre, olor a hogar, olor a abuelos. La cantidad de recuerdos que pueden acudir a la memoria avivados por ese olor a lumbre, recuerdos de antaño. Recuerdos ya enterrados y olvidados en lo más oculto de la memoria a largo plazo, de pronto son recuperados con una fuerza vital como si nada ni nadie pudiera evitar o taponar esa hemorragia de recuerdos que la memoria emocional guardaba con cariño en sus archivos y que ahora ante el estímulo presentado recupera con ansia emocional.

Yo vivo la lumbre con pasión, la miro, la huelo, me dejo acariciar por ella, la abrazo y así me quedo fundido en un tierno y cálido abrazo toda la noche, hasta el amanecer.

Al calor de la hoguera se han estrechado lazos familiares, se han forjado grandes amistades, porque la lumbre invita al desahogo, invita a sincerarse. Es como si te exprimiera en el intento de sacar fuera todo ese pus que producen los sentimientos enquistados, tragados pero no digeridos.

Al calor del fuego se ha socializado la humanidad. A partir del hallazgo del fuego, el hombre comenzó a sentarse alrededor de el y ha crear lazos de amistad y de apego con sus congéneres hasta convertirse en un rito social.

En definitiva, el fuego nos acompaña desde los comienzos de la civilización, siendo en momentos pieza fundamental en nuestra existencia, será por ello el gran poder de seducción que ejerce sobre nosotros.

5 comentarios:

ZOLDAR dijo...

Lo tuyo con la lumbre es muy heavy, yo que tú me lo hacía mirar, porque tanta sensualidad para hablar del fuego no puede ser buena (si quieres conozco un psicólogo que podría ayudarte) jejejeje.

Por cierto, no sé si este artículo irá al Noroeste pero hay una "h" por ahí que creo que sobra.

Por lo demás, muy guay tu artículo, dan ganas de coger unas castañas y sentarte junto a la lumbre a leer un buen libro.

Ale, besos chillaos

Jordicine dijo...

A mí la luz del fuego también me deja 'encantado'. El otro día estuve en casa de unos amigos que tienen chimenea y no parala de mirar la lumbre. Claro que sí. Un abrazo.

Estela dijo...

A mi el fuego me gusta mirarlo pero poco, porque me da miedo acabar quemandome, un beso con chispas de fuego muak....

eclipse de luna dijo...

Y que decir de ese sonido de la leña al ser devorada por el fuego.
Como a ti me encanta mirar una buena lumbre, en casa tengo una cocina de leña y me encanta estar a oscuras observando las figuras que ofrece el fuego, figuras y colores, todo en armonia.
Un besito y una estrella.
Mar

tetealca dijo...

Seguiré tu consejo Zoldar, y no es mala idea la de asar unas castañas en la lumbre.
Un abrazo chillao.

Jordicine, es una suerte tener amigos con chimenea en invierno. En verano se preguntarán ¿que pasa que no nos visita nadie? je,je,je.
Un saludo.

Estela, el fuego se ve pero no se toca, si no, acaba uno meándose en la cama. O por lo menos eso dicen los mayores.
Besos

Mar: Llevas razón, algo que engancha mucho de la lumbre es el sonido de la leña consumiendose.
Un abrazo.